La suerte es simplemente la casualidad, la probabilidad de que ocurra un fenómeno. Según sea favorable o no, la llamamos buena o mala suerte.
El control de la suerte (también llamado azar) ha sido desde el principio de los tiempos motivo de estudio. Hoy sabemos que el azar no es más que la expresión de un fenómeno con cierto grado (habitualmente pequeño) de probabilidad. Este grado es medible, aunque no siempre de manera fácil. Si podemos medir la probabilidad de que ocurra un fenómeno, entonces podemos realizar predicciones o incluso controlar un fenómeno incontrolable como es la mismísima suerte.
Supongamos el siguiente caso: arrojamos 1 moneda al aire. ¿Es más probable que salga cara o que salga cruz? Podemos intuir fácilmente que hay un 50% de probabilidad de que salga cualquiera de ellas. ¿Significa eso que siempre que salga cara en una tirada en la siguiente saldrá cruz? Obviamente, nuestra experiencia nos lo dice, la respuesta es NO. ¿De qué sirve entonces calcular probabilidades si no nos permite pronosticar con exactitud lo que va a ocurrir? Porque podemos predecir con bastante exactitud ciertos fenómenos a largo y corto plazo. Por ejemplo, saber que existe un 50% de posibilidades de que salga cara o cruz no nos va a indicar cuál será el lado que salga la próxima vez, pero sí nos sirve para saber que será bastante complicado que salga 3 caras seguidas y bastante más que salgan 6 y prácticamente imposible que salgan 10 caras seguidas. Esto es un ejemplo práctico del interés para conocer a largo plazo el comportamiento de ciertos parámetros o actividades.
Otro caso concreto es el uso en juegos de azar. ¿Sabían cuál es la posibilidad de acertar la lotería (acertar 6 números de 49? Es 1 posibilidad entre 13 983 816. Si jugamos una apuesta, y esta vale, por ejemplo, 1 $, podríamos ser millonarios con una probabilidad de 1 entre más de 10 millones. Normalmente no sólo se juega a acertar 6, sino que la casa de loterías admite premios de 5, 4 y hasta 3 aciertos. En estos casos, la posibilidad es, respectivamente, 1 entre 55941, 1 entre 1042 (0.1%) y 1 entre 57 (1,77%). Este cálculo está hecho para una apuesta de 1 $. Cabría preguntarse cuántas apuestas serían necesarias para ganar la lotería. Esta respuesta es, obviamente fácil. Casi 14 millones de $, para ganar un premio que consiste en un porcentaje de lo recaudado (habitualmente, el 55%). O sea, que el negocio no sería rentable, pues serían necesarios 14 millones de euros para ganar con total seguridad alrededor de 8 millones.
Lo interesante sería, en cierto modo, maximizar el beneficio. Resulta que si en lugar de 1 apuesta realizamos 6, por ejemplo, aumentamos notablemente nuestras posibilidades, a 1 entre algo más de 2 millones. Si gastamos 1000$ en lotería, nuestras posibilidades aumentan hasta 1 entre 13 983. Eso sí, nuestras posibilidades de ganar 5 números serían mucho más elevadas.
Sería cuestión de hacernos la siguiente reflexión. Tentemos a la suerte. Vendamos nuestras casas y cojamos nuestros ahorros del banco. Juguemos a todo o nada. ¿Como de inteligente es esa jugada? Analicemos, por ejemplo, el caso de disponer de 150 000 $. Entonces, nuestras posibilidades serían de 1 entre 87. Y prácticamente tendríamos asegurado un premio de 5, que suele ser de menos de 60 000 $ (con lo cual abríamos perdido dinero).
Conclusión: jugar a la lotería con escaso dinero no es inteligente (porque nuestras posibilidades son ridículas y casi imposibles). Jugar a la lotería con mucho dinero es estúpido.
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