Debemos entender que estamos en la edad de la experimentación. Quizá no ha habido jamás en la Historia una época más acelerada en cuanto a adelantos tecnológicos. No en vano cada día nos encontramos con algún nuevo invento sorprendente. En esta tesitura no es de extrañar que la genómica se haya convertido en definitiva en una auténtica rama fundamental de la ciencia actual.
El ser humano, desde sus orígenes, siempre fantaseó con la posibilidad de que existieran animales mitad hombre, mitad animal o con la capacidad de comunicación entre animales y hombres. Es altamente significativo que hoy se esté a las puertas e incluso se haya detectado algún que otro caso de éxito de transmutación genética.
Dejemos a un lado la posible fantasía o incluso el ansia de misterio habitual en el ser humano acerca de culturas ancestrales que fueron capaces de conseguir nuestro nivel tecnológico y hablemos de los peligros potenciales de estas prácticas. En los siguientes renglones veremos la realidad que existe sobre estos experimentos monstruosos.
Quizá no todos hayamos leído el extraordinario relato de Mary Shelley Frankenstein o El Moderno Prometeo. En dicho relato lo importante no es, como se suele pensar, que un científico loco quería crear un monstruo llamado Frankenstein, sino todo lo contrario. El doctor Frankestein, eminente médico según nos cuenta el relato de Shelley, era un eminente médico que atraído por los recientes descubrimientos del italiano Volta sobre los efectos de la corriente eléctrica en los músculos de animales muertos, los cuales se movían como si estuvieran vivos, decide resucitar a un hombre de entre los muertos. El caso es que a nuestro doctor le sale bien el experimento (de hecho, suele haber bastantes casos de reanimación cardíaca actualmente y no resulta esto nada extraño) pero el reanimado en lugar de ser un sujeto más o menos normal resulta ser una especie de diablo o de concentrador del mal. El caso es que el experimento se revuelve contra su propio creador, causándole toda clase de problemas e incluso persiguiéndolo con propósitos de todo tipo, más concretamente su muerte.
La ingeniería genética está proporcionando situaciones algo parecidas. Al extraño concepto de mezcla genética se une el completo desconocimiento de los posibles efectos nocivos sobre la salud y sobre el medioambiente de las nuevas especies. De hecho, esta denominación es la correcta: una cabra que incorpore genes de araña o una semilla de maíz que incorpora genes de rata no pueden ser, ni mucho menos, considerados como cabras y semillas de maíz. Podemos llamarlos descendientes de ... o que tienen una base genética principalmente de ... pero estas mezclas van claramente contra cualquier principio de selección natural y de diversificación de especies.
Lo curioso de esto es que la mayor parte de los ecologistas y detractores de estas mezclas monstruosas sólo hablan de los daños medioambientales y los potenciales efectos contra la salud. Sin embargo, no hacen referencia a otros aspectos que son tan importantes o más que éstos, como son la incapacidad de controlar tiempos (es decir, la impaciencia propia del experimentador) y sobre todo los conflictos éticos que existen.
Respecto a la influencia sobre la salud y el medioambiente, no podemos ni siquiera afirmar que sean o no nocivos. No hay experimentación al respecto. Es decir, las empresas alegan que son completamente inocuos, sin embargo nadie ha sido capaz de pronosticar los efectos a largo plazo en los organismos. Tampoco podemos hacer caso a algunos informes que aseguran que los ratones con que experimentaron murieron todos de cáncer o dolencias similares. No hay suficiente experimentación para afirmarlo.
Lo cierto es que no hay motivo para alarmarse sobre los experimentos genéticos, siempre y cuando no supongan contravenir la delgada línea entre el ser humano y Dios. Jugar a ser Dios es siempre peligroso, como afirmaba Shelley, ya que lo más probable es que nuestro juego se vuelva contra nosotros.
Los experimentos genéticos deberían ser realizados como se realizan otros muchos descubrimientos científicos: por necesidad. La experimentación no como método sino como fin debe ser siempre rechazada, por ser contraria al método científico y por ser foco de posibles incidentes colaterales, ya que como cualquier científico sabe, la experimentación no es más que aislar un sistema del entorno y aplicarle las leyes sobre las que se sostiene la hipótesis. Veamos un ejemplo.
Supongamos que queremos medir la velocidad exacta de un cuerpo cuando cae. Si queremos realizar el experimento correctamente, deberemos aislar el sistema de la acción, por ejemplo, del viento. Lo mismo ocurre con la experimentación de cualquier tipo y en particular con la genética: es necesario aislar a los sujetos de estudio de posibles interacciones. El problema es que al hacer el estudio con las interacciones, el resultado puede ser tremendamente distinto. Esto es lo que estamos seguros de que no cumplen la mayoría de los laboratorios de ingeniería genética: no son totalmente científicos y rigurosos, sino simplemente tratan de justificar unos fondos que hay que usar para la experimentación.
Conclusión: la experimentación se convierte en el fin para recibir el dinero y por tanto no es un medio, sino un fin.
La experimentación en genética abre unas vías notables para la cura de enfermedades hereditarias, pero lo cierto es que abre también una fuente ilimitada de misterio y de incertidumbre. Es cierto que en todo caso, los componentes básicos de cualquier ser vivo son los mismos que para otros seres vivos, semejantes o no y que por tanto comerse una vaca no traerá más consecuencias que comerse una vaca modificada genéticamente. Sin embargo, al igual que la araña genera un veneno, ¿por qué no podría un animal genéticamente modificado desarrollar potencialmente un veneno para sí mismo o para otros que antes no fabricaba?
El problema de la modificación del ADN no es cambiarlo. El problema es que al cambiar algunos de los ladrillos por otros, éstos encajen perfectamente en los huecos abiertos. No será la primera vez que una obra se cae porque un mal albañil quiso tapar agujeros de la única manera que él consideraba que se podía.
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