La necesidad de relación es tan fuerte en el ser humano que desde su propio nacimiento se le obliga a pertenecer a un grupo. Si un bebé recién nacido no es ayudado por su grupo familiar, el bebé percerá a las pocas horas. Esta situación de necesidad de pertenencia se va tornando cada vez más frecuente, hasta tal punto que se obliga al individuo a pertenecer al mayor grupo de todos: la sociedad.
Cuando un grupo es demasiado pequeño y sobre todo les une a sus miembros lazos de sangre (familia), el grupo resulta un ente demasiado emocional como para prosperar y mejorar. No es que ninguna familia pueda prosperar (de hecho casi todas las familias prosperan al menos parcialmente), sino que el pensamiento colectivo se ve más condicionado por opiniones personales o intuiciones que en hechos contrastados y bien medidos. De hecho, incluso este punto no depende del nivel socioeconómico de la familia, sino que depende casi exclusivamente en el nivel intelectual y capacidad de educar de los progenitores, los cuales pueden afectar positivamente el desarrollo mental y social de los hijos y nietos.
La sociedad, en cambio, es tan grande que no se puede entender a la misma como un grupo homogéneo, sino un grupo tendente a la crisis continua, en el sentido de que incluso en épocas de bonanza surgen disensiones en su seno, lo que la convierten en un organismo vivo.
Quedan entonces los grupos de mediano tamaño. Estos grupos pueden contener a dos personas o a millones de ellas, pero incluso así miles de personas no representan a la sociedad en su conjunto, ya que la sociedad es todo.
Esto nos lleva a un pensamiento lógico: ¿qué me aporta realmente el grupo?¿Por qué siempre se ha dicho que el ser humano es un animal social? Hemos visto que la pertenencia a la sociedad es una obligación, ya que no podemos deshacernos de ella en ningún caso, salvo en el completo aislamiento, y que la pertenencia a la familia es más una cuestión emocional que racional. Sin embargo, la pertenencia a cualquier otro grupo es totalmente libre y nadie debería imponernos esta condición.
En ocasiones muchos políticos o personajes influyentes, incluidos filósofos, pretenden equiparar a un grupo determinado con la sociedad determinada. Por ejemplo, es bien sabido que a los universitarios se les suele exigir, al menos socialmente, tener una mentalidad más bien abierta al diálogo y a la tolerancia. Resulta poco recomendable tener ideas libres más allá de las indicaciones de los poderes sociales (universidades, sindicatos, organizaciones no gubernamentales o incluso los periodistas). Esto convierte a los librepensadores en figuras excéntricas o en figuras condenables.
Dicen que en internet han quedado los últimos pensadores auténticamente libres. No obstante, ellos también están sujetos al grupo de los neoliberales. No son auténticamente independientes o libres. Las personas independientes son aquellas que pueden decir lo que piensan y no sólo quieren decir lo que piensan. Este punto es muy importante: de nada sirve decir lo que se piensa si ni siquiera se está seguro de las afirmaciones que se vierten. Puedo llevarme horas diciendo en esta colección de artículos cosas, que si no son ciertas o no tienen un fin poético o literario, de nada me sirven y lo más importante: a ningún otro tampoco les sirve.
Yo les invito a renunciar a cualquier tipo de grupo, siempre que éste tenga propósitos escondidos al margen de sus integrantes. El enriquecimiento personal, cosa propia de políticos y de los jerarcas de las asociaciones, o la perseverancia en la mentira, como hacen los grupos organizados de izquierda o derecha extreman, no van a ayudarnos a ser miembros de pleno derecho de un grupo.
Cabe entonces preguntarse si la respuesta es la soledad. No. Un grupo debe permitir el desarrollo individual, por encima de todo. Si un grupo rechaza el desarrollo individual por el grupal, entonces es un mal grupo. No nos engañemos: el fin del grupo debe ser siempre el desarrollo social, económico y emocional de sus integrantes y no su supervivencia. Esto nadie lo entendió. El fin de una organización no gubernamental, como la Cruz Roja, no es la pervivencia eterna de la entidad, sino dar servicio a sus usuarios. No se podría concebir la Cruz Roja realizando recortes por tener poco dinero. Es necesario sacrificar el grupo, si fuera necesario, por el individuo.
Sólo hay un grupo que, por sus características, no puede ser nunca entendido de esta manera. Es la sociedad. La sociedad, como hemos dicho, es un grupo al que se pertenece por obligación y por tanto no nos podemos alejar de ella. Sin embargo, la sociedad no nos pide nada a cambio, salvo existir. Es un falso mito el hecho de que cada uno de nosotros está obligado a devolver a la sociedad lo que ella nos proporciona, entre otras cosas porque la sociedad no proporciona nada, ya que tampoco tiene por qué hacerlo. No es cierto aquello de que la sociedad nos proporciona educación o sanidad. Rotundamente falso. Es nuestro propio trabajo el que nos lo proporciona. Si en estos momentos ocurriera una hecatombe, la sociedad desaparecería y sin embargo seríamos capaces de proporcionar a los demás sanidad o educación. No es la sociedad, sino el buen trabajo individual el que mantiene al mundo vivo. La sociedad no es más que una circunstancia y por esto mismo no puede pedirnos, al igual que no le pedimos nada a los microbios de nuestro estómago, ya que si tratamos de exigirles o incluso amenazarlos con matarlos, estaríamos atentando contra nuestra propia existencia.
Esto nos lleva a un pensamiento lógico: ¿qué me aporta realmente el grupo?¿Por qué siempre se ha dicho que el ser humano es un animal social? Hemos visto que la pertenencia a la sociedad es una obligación, ya que no podemos deshacernos de ella en ningún caso, salvo en el completo aislamiento, y que la pertenencia a la familia es más una cuestión emocional que racional. Sin embargo, la pertenencia a cualquier otro grupo es totalmente libre y nadie debería imponernos esta condición.
En ocasiones muchos políticos o personajes influyentes, incluidos filósofos, pretenden equiparar a un grupo determinado con la sociedad determinada. Por ejemplo, es bien sabido que a los universitarios se les suele exigir, al menos socialmente, tener una mentalidad más bien abierta al diálogo y a la tolerancia. Resulta poco recomendable tener ideas libres más allá de las indicaciones de los poderes sociales (universidades, sindicatos, organizaciones no gubernamentales o incluso los periodistas). Esto convierte a los librepensadores en figuras excéntricas o en figuras condenables.
Dicen que en internet han quedado los últimos pensadores auténticamente libres. No obstante, ellos también están sujetos al grupo de los neoliberales. No son auténticamente independientes o libres. Las personas independientes son aquellas que pueden decir lo que piensan y no sólo quieren decir lo que piensan. Este punto es muy importante: de nada sirve decir lo que se piensa si ni siquiera se está seguro de las afirmaciones que se vierten. Puedo llevarme horas diciendo en esta colección de artículos cosas, que si no son ciertas o no tienen un fin poético o literario, de nada me sirven y lo más importante: a ningún otro tampoco les sirve.
Yo les invito a renunciar a cualquier tipo de grupo, siempre que éste tenga propósitos escondidos al margen de sus integrantes. El enriquecimiento personal, cosa propia de políticos y de los jerarcas de las asociaciones, o la perseverancia en la mentira, como hacen los grupos organizados de izquierda o derecha extreman, no van a ayudarnos a ser miembros de pleno derecho de un grupo.
Cabe entonces preguntarse si la respuesta es la soledad. No. Un grupo debe permitir el desarrollo individual, por encima de todo. Si un grupo rechaza el desarrollo individual por el grupal, entonces es un mal grupo. No nos engañemos: el fin del grupo debe ser siempre el desarrollo social, económico y emocional de sus integrantes y no su supervivencia. Esto nadie lo entendió. El fin de una organización no gubernamental, como la Cruz Roja, no es la pervivencia eterna de la entidad, sino dar servicio a sus usuarios. No se podría concebir la Cruz Roja realizando recortes por tener poco dinero. Es necesario sacrificar el grupo, si fuera necesario, por el individuo.
Sólo hay un grupo que, por sus características, no puede ser nunca entendido de esta manera. Es la sociedad. La sociedad, como hemos dicho, es un grupo al que se pertenece por obligación y por tanto no nos podemos alejar de ella. Sin embargo, la sociedad no nos pide nada a cambio, salvo existir. Es un falso mito el hecho de que cada uno de nosotros está obligado a devolver a la sociedad lo que ella nos proporciona, entre otras cosas porque la sociedad no proporciona nada, ya que tampoco tiene por qué hacerlo. No es cierto aquello de que la sociedad nos proporciona educación o sanidad. Rotundamente falso. Es nuestro propio trabajo el que nos lo proporciona. Si en estos momentos ocurriera una hecatombe, la sociedad desaparecería y sin embargo seríamos capaces de proporcionar a los demás sanidad o educación. No es la sociedad, sino el buen trabajo individual el que mantiene al mundo vivo. La sociedad no es más que una circunstancia y por esto mismo no puede pedirnos, al igual que no le pedimos nada a los microbios de nuestro estómago, ya que si tratamos de exigirles o incluso amenazarlos con matarlos, estaríamos atentando contra nuestra propia existencia.
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