La Edad Media es quizá el período más fascinante de la Historia. Si bien otros períodos de la Historia son oscuros, como ocurre en el paleolítico o en el neolítico, la Edad Media representa el final de una época de esplendor sin igual y el inicio de un nuevo período oscuro.
Es cierto que ninguna época ha fascinado tanto a los historiadores y al público en general como la Edad Media y sin embargo sea una época tan ampliamente desconocida en su profunda realidad. Tanto la época romántica del siglo XIX como las sucesivas películas del siglo XX que versan sobre el tema han mostrado siempre una cara dispar ante esa época. Además hay que añadir que los relatos fantásticos ambientados en la época (como El Señor de los Anillos o Ivanhoe) contribuyeron a establecer una profunda brecha entre héroes y villanos, sentido que hemos retenido en nuestra memoria colectiva.
Por centrarnos en la misma esencia de la Edad Media, ésta no es más que un período histórico que se considera iniciado en el año 476, con la deposición de Rómulo Augústulo, el último emperador romano occidental y que acaba en 1453. Es decir, es un período que abarca casi 1000 años, que aunque pueden parecer una barbaridad pocos son en comparación con la Historia del Egipto faraónico o la Historia de compartida de griegos y romanos.
¿Por qué entonces tanto interés por la Edad Media? Insisto en que si bien otras épocas pueden resultar interesantes o hechizantes, la Historia de la Edad Media provoca en el espectador una especial devoción, mucho mayor que otros períodos históricos. La respuesta está en que la Edad Media representa un período de transición, donde un puñado de pueblos bárbaros, en muchos casos mucho menos civilizados que los romanos, fueron capaces de destruir dicha civilización y sobre todo devolvieron a Europa a un pozo sin fondo, en el cual era más fácil morir que sobrevivir.
Por primera vez en la Historia ocurría una evolución regresiva, es decir, la Humanidad, en lugar de avanzar se estancó y perdió tanto la fe antigua como el conocimiento. Únicamente se pudo rescatar en algunos santuarios, en el sentido más literal de la palabra, algunos libros que contenían el saber de los antiguos griegos y romanos, a la par que se desarrollaban otras creencias, como el cristianismo, descartándose las antiguas tradiciones paganas.
Hay que matizar una cosa sobre la Edad Media. La primera es que ésta comienza con el fin del Imperio Romano. Si bien algunos autores admiten que hasta la llegada del Islam no hubo una ruptura total con el mundo romano (principalmente porque muchos países islámicos aún eran cristianos y porque el feudalismo no estaba completamente desarrollado), es cierto que no se pueden despreciar alrededor de 150 años de Historia como si no hubieran ocurrido. De hecho, algunas de las naciones más importantes del mundo, como Alemania o Francia, son herederas directas de estos reinos surgidos de esta primera etapa de la Edad Media.
Lo segundo que hay que matizar es que se piensa que el conocimiento desapareció en la Edad Media y que quedó relegado a unos pocos monasterios. Es cierto que el conocimiento académico, el conocimiento de los libros, quedó encerrado entre cuatro paredes. Las matemáticas, la filosofía... Ciertamente no eran buenos tiempos para practicarlas cuando quemaban pueblos un día sí y otro no. Sin embargo hay que destacar que a pesar de que no hubo evolución real de estas ciencias hasta finales de la Edad Media, no ocurrió así con la técnica, la ingeniería o la arquitectura. Sin ir más lejos, y quizá esto es lo más apasionante de esta época, no hubo mayor número de adelantos técnicos en materia militar que en aquellos siglos. Sin ningún método científico, se fabricaban catapultas, cañones, se investigaba sobre las propiedades del acero (templado, el colado, la fundición, etc.) o se usaba hasta la pólvora, un espectáculo festivo chino, para disparar balas.
Por último, hay que destacar que en esta época todo era posible en materia de Estado. Pequeños principados que prosperaban y se convertían en ricos reinos, imperios que se desquebrajaban en luchas internas, héroes invencibles que sorteaban con ayuda de Dios todo... Es en definitiva el prototipo de lugar y tiempo de auténticas posibilidades, comparable únicamente con aquél tiempo de la Conquista de América por España o del Far West por Estados Unidos. En la Edad Media cualquiera podía vivir o morir, o hacer vivir o morir por la Gracia de Dios.
Sin embargo, había muchas más sombras que luces para la mayoría de los mortales. Si bien los príncipes hacían sus guerras y eran inmortalizados por la Historia, millones de almas se consumían en la ignorancia, en el miedo con mayúsculas y en la sensación de que el auténtico mundo no estaba en este mundo, sino en el más allá, con Dios. El hambre o las epidemias se convirtieron en compañeros impasibles de una falta de moral sin precedentes. Únicamente los buenos curas de pueblo y los ermitaños, auténticos paladines de la fe, lograron mantener algo del orden divino en el mundo.
Nadie debería añorar la Edad Media ni ninguna otra época pasada, ya que en muchos aspectos no son mejores que la que vivimos actualmente. Tampoco eran peores en todos los aspectos. Siempre hay ventajas e inconvenientes en cada época vivida. De todas maneras, últimamente Occidente, pero sobre todo Europa, nos recuerda a ese fin de Roma. No estaría de más entender que hoy más que nunca podemos estar a las puertas de una auténtica Segunda Edad Media.
No es difícil de entender que un país como EE.UU. o un continente como Europa, a la que llegan anualmente cientos de miles de bárbaros (extranjeros), no estén desarrollando paralelismos con aquellos tiempos de foederati de Roma, en la que los bárbaros, movidos por la compasión y por la necesidad de paz de los últimos romanos, fueron ocupando distintas regiones del Imperio. Finalmente, fueron usados incluso para defender al Imperio de otros bárbaros que posteriormente estaban empujando a los bárbaros más antiguos (visigodos sobre todo) a entrar en el limes del Imperio.
La corrupción y la total desvinculación del pueblo romano con sus políticos, a los cuales acusaban de dejarse perder y fomentar la pereza en forma de miles de romanos que en la misma ciudad de Roma vivían gratuitamente del Imperio, hicieron caer finalmente lo poco de decente que quedaba en aquella sociedad.
Si nos fijamos, actualmente en Occidente se está pasando por esta situación nuevamente. Occidente ya reconoce a China como la próxima potencia mundial y después de ella nuevos bárbaros, incluyendo a India, África y el Sudeste Asiático. Como ocurría en aquellos tiempos, quizá lo único que queda de Occidente capaz de hacer frente a dichos bárbaros pudiera ser lo que en aquellos tiempos era el Imperio Bizantino (el heredero de Roma), cuyo exponente podría ser actualmente EE.UU o antiguos imperios como el Selyúcida, heredero de los persas, que podrían ser encarnados hoy día por Rusia.
Europa, como ocurrió en aquellos tiempos con el Imperio Romano de Occidente, está en los finales de una época de esplendor que ha durado más de 1000 años, desde que Carlomagno unificó a los pueblos germánicos y frenó el avance islámico. Sus bases, que consistían en un profundo sentido cristiano, el orgullo de ser herederos de Roma y el ansia por la unificación de todos los pueblos de Europa, han dejado de ser motores para centrarse en influir en estados extranjeros o repartirse con EE.UU. al resto de los pueblos, como excéntricos césares corruptos.
A diferencia de aquellos tiempos, en los que nadie sabía leer y escribir, esta Segunda Edad Media no sería una época de analfabetos, aunque sería incluso peor: los ciudadanos, inconscientes de que son verdaderamente ignorantes de las auténticas verdades humanas, opinarían indiferentemente, creando aún más caos a estos primeros indicios de fin occidental. Es más, como ocurrió en aquellos tiempos, quizá ni tan siquiera pudiéramos conocer cómo poner en marcha un generador eléctrico o arreglar una máquina, pero seguramente sabríamos usar armas de fuego.
Quizá no habrá derramamiento de sangre. O quizá sí. Lo importante es que desgraciadamente el mundo no puede soportar un cambio social tan rápido y tan radical como los acontecimientos mundiales actuales. A alguien se le olvidó que las personas somos seres humanos y no simples máquinas. No sabemos asimilar los cambios porque no podemos disfrutarlos, al igual que aquellos nobles patricios que sólo se ocupaban de los placeres sin entender de dónde les llegaba el dinero y que muchos morían de hambre bajo el pretexto de que "Roma alimenta a su pueblo".
No es difícil de entender que un país como EE.UU. o un continente como Europa, a la que llegan anualmente cientos de miles de bárbaros (extranjeros), no estén desarrollando paralelismos con aquellos tiempos de foederati de Roma, en la que los bárbaros, movidos por la compasión y por la necesidad de paz de los últimos romanos, fueron ocupando distintas regiones del Imperio. Finalmente, fueron usados incluso para defender al Imperio de otros bárbaros que posteriormente estaban empujando a los bárbaros más antiguos (visigodos sobre todo) a entrar en el limes del Imperio.
La corrupción y la total desvinculación del pueblo romano con sus políticos, a los cuales acusaban de dejarse perder y fomentar la pereza en forma de miles de romanos que en la misma ciudad de Roma vivían gratuitamente del Imperio, hicieron caer finalmente lo poco de decente que quedaba en aquella sociedad.
Si nos fijamos, actualmente en Occidente se está pasando por esta situación nuevamente. Occidente ya reconoce a China como la próxima potencia mundial y después de ella nuevos bárbaros, incluyendo a India, África y el Sudeste Asiático. Como ocurría en aquellos tiempos, quizá lo único que queda de Occidente capaz de hacer frente a dichos bárbaros pudiera ser lo que en aquellos tiempos era el Imperio Bizantino (el heredero de Roma), cuyo exponente podría ser actualmente EE.UU o antiguos imperios como el Selyúcida, heredero de los persas, que podrían ser encarnados hoy día por Rusia.
Europa, como ocurrió en aquellos tiempos con el Imperio Romano de Occidente, está en los finales de una época de esplendor que ha durado más de 1000 años, desde que Carlomagno unificó a los pueblos germánicos y frenó el avance islámico. Sus bases, que consistían en un profundo sentido cristiano, el orgullo de ser herederos de Roma y el ansia por la unificación de todos los pueblos de Europa, han dejado de ser motores para centrarse en influir en estados extranjeros o repartirse con EE.UU. al resto de los pueblos, como excéntricos césares corruptos.
A diferencia de aquellos tiempos, en los que nadie sabía leer y escribir, esta Segunda Edad Media no sería una época de analfabetos, aunque sería incluso peor: los ciudadanos, inconscientes de que son verdaderamente ignorantes de las auténticas verdades humanas, opinarían indiferentemente, creando aún más caos a estos primeros indicios de fin occidental. Es más, como ocurrió en aquellos tiempos, quizá ni tan siquiera pudiéramos conocer cómo poner en marcha un generador eléctrico o arreglar una máquina, pero seguramente sabríamos usar armas de fuego.
Quizá no habrá derramamiento de sangre. O quizá sí. Lo importante es que desgraciadamente el mundo no puede soportar un cambio social tan rápido y tan radical como los acontecimientos mundiales actuales. A alguien se le olvidó que las personas somos seres humanos y no simples máquinas. No sabemos asimilar los cambios porque no podemos disfrutarlos, al igual que aquellos nobles patricios que sólo se ocupaban de los placeres sin entender de dónde les llegaba el dinero y que muchos morían de hambre bajo el pretexto de que "Roma alimenta a su pueblo".
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