Todas las normas se nos antojan arbitrarias y que les falta talento (y talante) en muchos casos. Hay que reconocer que las leyes evolucionan a través del tiempo porque es imposible hacer justicia ad lítteram. Sin embargo, el valor de una ley no lo da el número de errores judiciales que consigue solucionar sino el número de individuos que se ven beneficiados por la ley.
Las leyes, todas, buscan lo mismo: otorgar beneficios (desde el código de Hammurabi o los Diez Mandamientos). Cierto es que por lo general otorgan beneficios a unos y perjuicios a otros, pero se trata en realidad de una falsa interpretación: el perjudicado, la mayor parte de las veces, o comete delito (y por tanto merece castigo) o su perjucio se enfoca hacia el beneficio común (por ejemplo, los impuestos o las sanciones económicas).
Como digo, el espíritu de la ley es siempre el beneficio de todos. Esto supone homogeneizar a los individuos, aplicándoles el concepto de justicia y el concepto de igualdad. Ambos conceptos son la causa y la consecuencia de la ley, pero en los últimos tiempos siempre ha primado el concepto de igualdad, ya que resulta mucho más fácil beneficiar a unos pocos que a unos muchos. Cualquier minoría es, hoy por hoy, susceptible de beneficiarse de leyes que perjudican a la mayoría, pero que en cualquier caso, tratan de homogeneizar (aunque en estos casos la homogeneización social vaya hacia la mediocridad en lugar de ir hacia la superioridad).
Me gustaría tratar el caso particular de la Iglesia y sus normas. Entre sus normas hay leyes (derecho canónico) y dogmas. Quisiera centrarme en éstos últimos. Los dogmas de la Iglesia pueden parecer arbitrarios, pero con ellos se consiguió la perduración de la misma hasta nuestros días. Nada distinguiría a la Iglesia Católica del resto de grupos sociales si no fuera porque ella misma tiene unas rígidas normas no exentas de polémica.
Nada hay nuevo bajo el sol. Los mismos interrogantes y las mismas denuncias que hoy hacemos a la Iglesia son los mismos que se hacían desde su inicio. Fue entonces cuando nació el concepto de heterodoxia o herejía. La Iglesia Cristiana, en sus inicios, cohabitaba entre multitud de tendencias y de visiones teológicas. La consecuencia de no tener unas bases sólidas y un ordenamiento normativo claro y sin ambigüedades ya nos ha sido mostrada en multitud de ámbitos (sin ir más lejos, internet es un claro ejemplo). Las mentiras, la falta de rigor, las posturas individuales... todo contribuía a la desintegración de la comunidad primitiva cristiana.
Constantino I, emperador de Roma, tuvo que convocar el Concilio de Nicea (recordemos que Constantino se convirtió al Cristianismo) para finalizar las disputas entre las distintas facciones. El resultado fue la condena de muchos de los obispos que allí estuvieron, grandes oradores y teólogos, pero que no seguían el evangelio. Más bien aplicaban criterios racionalistas, pero que conllevaban teorías mucho más fantásticas de lo que ya en sí es el Cristianismo (porque otra cosa no, pero se trata de una religión en la que grandes cosas fabulosas le pasan a sus santos). Esa clara tendencia a la fantasía racional no podía entenderse como buena, por lo que aquellos que no siguieron la doctrina general o mayoritaria sufrieron perjuicio por el bien de la comunidad.
El Credo.
La respuesta a esto se realizó escribiendo el Credo o dogmas católicos. La profesión de fe indica lo que la persona que la reza piensa y está convencido de ello, como estamos convencidos de que matar es malo o que robar es malo y merecen castigo. El Credo es una oración curiosa, pues en unos pocos versos resume lo que llevó durante siglos a crisis internas en la Iglesia y a persecuciones. Los principales puntos se resumen aquí:
- Creo en un solo Dios, padre todopoderoso, creador del Cielo y de la Tierra, de todo lo visible y lo invisible. Puede considerarse este párrafo como un prólogo innecesario (ya que nunca existió debate real sobre este punto en el seno de la Iglesia) que trata de establecer el origen de la tradición judeo-cristiana. Los judíos ya se declaraban monoteístas, alejándose de los paganos y las religiones de los pueblos vecinos (persas, griegos, egipcios, etc.).
- Creo en un sólo señor, Jesucristo, hijo único de Dios, nacido del padre antes de todos los siglos. Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre [...]. Este punto toma como referencia las posturas de Arrio, Tertuliano, Justino u Orígenes (estos dos últimos eran padres de la Iglesia, y por tanto respetado por los católicos), que consideraban que Dios y Cristo eran dos personas distintas y no la misma, como considera actualmente la Iglesia. El Arrianismo fue condenado en el Concilio de Nicea, por lo que las doctrinas contrarias a la Trinidad son herejías. Especial mención tienen las palabras "Dios de Dios, Luz de Luz..." indicando, a diferencia de lo que Arrio postulaba, que Cristo es Dios vivo y no una criatura de Dios (incluso entendiendo que Cristo fuera una criatura perfecta). A priori, podría parecer ilógico pensar que Cristo, que vivió hace 2000 años, estuviera al inicio del tiempo. Pero la doctrina católica es clara: Padre, Hijo y Espíritu Santo, son manifestaciones de la misma persona, el Padre, o sea, que proceden del padre desde el principio de los tiempos. Por tanto ellos son en sí mismo Dios y no una obra de Dios (como lo es el hombre).
- [...] que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre. Eliminando de un golpe la doctrina gnóstica, según la cual sólo se salvarían unos pocos elegidos o iniciados. Además, los gnósticos creían en la dualidad carne-espíritu, según la cual la carne era impura y no podría haberse encarnado Dios en algo impuro, puesto que Dios es puro. Por tanto Cristo no era realmente humano, sino que lo parecía. Esto no es permitido por la Iglesia Católica, puesto que lo que realmente hace al Cristianismo único es el hecho de que Dios vino a la Tierra para nuestra salvación.
- [...] Creo en el Espíritu Santo, señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, y con el Padre y el Hijo recibe la misma adoración y Gloria, y que habló por los profetas. Igual que en los puntos anteriores, se rechaza la idea de un Espíritu Santo distinto a Dios. En concreto rechaza la doctrina de los macedonianistas.
- Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. La Iglesia se denomina Católica desde sus inicios (o sea, universal) y por tanto no admite la existencias de varias iglesias federadas o conferedaras. Todos deben tener una misma idea de fe. Esta Iglesia es Santa y Apostólica, es decir, tiene por misión la evangelización del mundo. También condena la simonía (la venta de servicios y objetos eclesiásticos).
- Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Durante los primeros siglos del cristianismo surgieron herejías que consistían en el perdón de los pecados indiscriminadamente o en la condena eterna de los pecadores. En este sentido se consideraron herejía el Donatismo (donde los sacerdotes pecadores no podían ser admitidos en la Iglesia y debían ser expulsados, cosa contraria a la Iglesia Católica, que considera que todos los pecadores pueden ser perdonados por el sacramento de la Penitencia y si existe arrepentimiento real, volver al seno de la Iglesia). Se rechaza las doctrinas de la reencarnación explícitamente, ya que la resurrección será no en nuevos cuerpos sino total. Existe así mismo un único bautismo. El bautismo es indeleble y por tanto nunca se pierde ni tampoco se puede renunciar al él.
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