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sábado, 27 de noviembre de 2010

Hoy es tu día de suerte

La suerte es simplemente la casualidad, la probabilidad de que ocurra un fenómeno. Según sea favorable o no, la llamamos buena mala suerte.

El control de la suerte (también llamado azar) ha sido desde el principio de los tiempos motivo de estudio. Hoy sabemos que el azar no es más que la expresión de un fenómeno con cierto grado (habitualmente pequeño) de probabilidad. Este grado es medible, aunque no siempre de manera fácil. Si podemos medir la probabilidad de que ocurra un fenómeno, entonces podemos realizar predicciones o incluso controlar un fenómeno incontrolable como es la mismísima suerte.

Supongamos el siguiente caso: arrojamos 1 moneda al aire. ¿Es más probable que salga cara o que salga cruz? Podemos intuir fácilmente que hay un 50% de probabilidad de que salga cualquiera de ellas. ¿Significa eso que siempre que salga cara en una tirada en la siguiente saldrá cruz? Obviamente, nuestra experiencia nos lo dice, la respuesta es NO. ¿De qué sirve entonces calcular probabilidades si no nos permite pronosticar con exactitud lo que va a ocurrir? Porque podemos predecir con bastante exactitud ciertos fenómenos a largo y corto plazo. Por ejemplo, saber que existe un 50% de posibilidades de que salga cara o cruz no nos va a indicar cuál será el lado que salga la próxima vez, pero sí nos sirve para saber que será bastante complicado que salga 3 caras seguidas y bastante más que salgan 6 y prácticamente imposible que salgan 10 caras seguidas. Esto es un ejemplo práctico del interés para conocer a largo plazo el comportamiento de ciertos parámetros o actividades.

Otro caso concreto es el uso en juegos de azar. ¿Sabían cuál es la posibilidad de acertar la lotería (acertar 6 números de 49? Es 1 posibilidad entre 13 983 816. Si jugamos una apuesta, y esta vale, por ejemplo, 1 $, podríamos ser millonarios con una probabilidad de 1 entre más de 10 millones. Normalmente no sólo se juega a acertar 6, sino que la casa de loterías admite premios de 5, 4 y hasta 3 aciertos. En estos casos, la posibilidad es, respectivamente, 1 entre 55941, 1 entre 1042 (0.1%) y 1 entre 57 (1,77%). Este cálculo está hecho para una apuesta de 1 $. Cabría preguntarse cuántas apuestas serían necesarias para ganar la lotería. Esta respuesta es, obviamente fácil. Casi 14 millones de $, para ganar un premio que consiste en un porcentaje de lo recaudado (habitualmente, el 55%). O sea, que el negocio no sería rentable, pues serían necesarios 14 millones de euros para ganar con total seguridad alrededor de 8 millones.

Lo interesante sería, en cierto modo, maximizar el beneficio. Resulta que si en lugar de 1 apuesta realizamos 6, por ejemplo, aumentamos notablemente nuestras posibilidades, a 1 entre algo más de 2 millones. Si gastamos 1000$ en lotería, nuestras posibilidades aumentan hasta 1 entre 13 983. Eso sí, nuestras posibilidades de ganar 5 números serían mucho más elevadas.

Sería cuestión de hacernos la siguiente reflexión. Tentemos a la suerte. Vendamos nuestras casas y cojamos nuestros ahorros del banco. Juguemos a todo o nada. ¿Como de inteligente es esa jugada? Analicemos, por ejemplo, el caso de disponer de 150 000 $. Entonces, nuestras posibilidades serían de 1 entre 87. Y prácticamente tendríamos asegurado un premio de 5, que suele ser de menos de 60 000 $ (con lo cual abríamos perdido dinero).

Conclusión: jugar a la lotería con escaso dinero no es inteligente (porque nuestras posibilidades son ridículas y casi imposibles). Jugar a la lotería con mucho dinero es estúpido.

jueves, 25 de noviembre de 2010

El mito del maltrato

Hoy se celebra el día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. Hay una realidad y es que todos los días se asesinan a unas cuantas mujeres en todo el mundo y que miles de ellas sufren malos tratos. Erradicar estas situaciones debe ser un objetivo prioritario para los gobiernos.

Hasta aquí, la realidad. Todo lo demás es mito.

A cualquier ser humano debería aborrecerle el hecho de hacer discriminación entre maltrato a mujeres y maltrato a hombres. Hay una realidad que comunmente se calla y es que, aproximadamente, por cada 3 mujeres asesinadas por sus maridos o parejas 1 hombre es asesinado por su esposa o pareja. Esto supone que en la violencia en el hogar, el 25% (si no más) de las víctimas son hombres.

No existe un día contra la violencia de las mujeres hacia los hombres (y de hecho, es innecesario). Hay que desterrar de la mente la idea de que mujer es igual a víctima y hombre igual a verdugo, porque bien está documentada la historia, desde sus orígenes, del grado de maldad y venganza al que pueden llegar las mujeres.

Esta realidad, a nivel político, se oculta. No resulta educado o correcto decir que una mujer puede ser tan malvada como un hombre, y ser asesina, abusadora o ladrona. Los políticos y asociaciones de mujeres dicen que bastante han aguantado las mujeres para que ahora se quiera mostrar al mundo una realidad innegable que echaría por tierra muchos de los principios por los que luchan (igualdad o superioridad de la mujer respecto al hombre; mayor simpatía, cariño y trato con clientes; mayor inteligencia, etc.).

Los gobiernos deben erradicar el maltrato y los asesinatos sin distinción de género, edad o condición social. El asesinato de un negro no puede ser más condenado por un gobierno que el de un blanco, y viceversa. Además, se apuesta por la educación como método de solución del problema y no es así. Cualquiera que tenga unos mínimos conocimientos o experiencia en el mundo docente sabrá que la educación o la formación en valores no tiene sentido si no existe una profunda revisión o transformación social ajena a la educación.

Ningún gobierno u organización tiene autoridad moral para educar a los jóvenes varones en valores que defiendan la integridad física de las mujeres cuando son esos mismos gobiernos los que promocionan políticas que benefician exclusivamente a mujeres. Por ejemplo, son habituales las políticas que favorecen el acceso a estudios o a trabajos a mujeres. Ningún gobierno puede lamentar que un hombre mate a su mujer cuando este mismo gobierno fomenta la infidelidad en la pareja, a lo que denominan liberación de la mujer. Esto es, para comprenderlo, como querer educar en que cuando haya un robo se acuda a la policía en vez de disparar al ladrón y luego este mismo gobierno defienda e incluso haga leyes para que el robo, en caso de necesidad, o si es menor de cierta cantidad monetaria, quede impune de castigo.

Así pues, el maltrato es una realidad incómoda, que es posible erradicar, pero que pasa por reformar realmente el sistema, sin distinguir entre hombres y mujeres. Si realmente hombres y mujeres somos iguales, los gobiernos tienen que luchar por políticas basadas en méritos y en justicia y no en políticas basadas en discriminaciones o compasiones. Un día internacional sobre la violencia contra las mujeres, sin que haya un día internacional sobre la violencia contra los hombres,  debería resultarnos, cuanto menos, vergonzoso.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

El porqué de la ortografía (V)

La hache al inicio de las palabras denota en muchas ocasiones un origen latino de la palabra. En efecto, muchas de las palabras que se escribían con la letra f al inicio eran incapaces de ser pronunciadas por los íberos. De esta manera, la f inicial no se pronunciaba, quedándose la h como reminiscencia. No obstante, muchos derivados siguen manteniendo la f original, a modo de cultismo.

La palabra haba proviene de faba (y de ahí, fabada), la palabra hacer proviene de facer (y de ahí, factoría, factura, etc.), hablar proviene de fabular(y de ahí, fábula). Existen también algunas palabras que se escriben con h porque en latín ya se escribían con h, excepciones tan notables como el verbo haber, que en latín ya se escribía así.

La ll al inicio de las palabras se debe en muchos casos a la evolución del latín de las sílabas que contenían pl-, cl- y en algunos casos fl-. En el siglo XVI, durante el renacimiento, se puso de moda la resurrección de los vocablos originales, otorgándoles nuevos significados.

Así, la palabra lleno proviene de la palabra plenus, que en latín tenía ése significado. En español, pleno significa completamente lleno. Otros ejemplos son llamar-clamar, lluvia (de pluvia), llave-clave, llama-flama o llorar (de plorar, y de ésta implorar).

lunes, 22 de noviembre de 2010

De la Nueva Iglesia

Como sabrán por las noticias, mañana saldrá a la venta el último libro de Su Santidad el Papa. También sabrán que en su interior se encuentra una declaración que ha sido objeto de valoraciones positivas por parte de muchos organismos públicos y personas de las más diversas tendencias, mientras que ha sido objeto de silencio por parte de otras (y por qué no decirlo, que las ha cogido de sorpresa).

Benedicto XVI ha afirmado que es lícito el uso del preservativo o condón en casos muy puntuales, como en las relaciones sexuales con prostitutas. Por supuesto que ha habido aplausos por parte de organismos como Naciones Unidas y que ha sido tildado de discurso insuficiente por parte de asociaciones de izquierda y distintas organizaciones no gubernamentales. Por otro lado, ha habido quien se sentirá decepcionado con estas declaraciones, los habrá que incluso interpreten esto como el fin de la Iglesia o el inicio de una renovación profunda de la misma, aunque también los habrá que interpreten todo esto como designio de Dios por boca del Papa. Sin embargo, nadie se ha parado a pensar en serio en qué consisten estas palabras y el trasfondo de las mismas, como suele ocurrir con cualquier tema de actualidad.

Opiniones. En esto consiste todo lo que hemos descrito hasta el momento. Nadie, por el momento, de los que he podido escuchar y leer en radio y prensa, ha dicho una afirmación correcta sobre este pensamiento del Papa. Se han limitado a opinar. Estarán conmigo de acuerdo en que para opiniones, las propias. Fíjense que muchas de las noticias se hacen eco de hechos reales y bien fundamentados, como son el número de contagios de SIDA durante un año. Esto es una realidad indiscutible. Sin embargo, este hecho no valida o invalida las palabras del Papa, si está bien lo que dijo, si está mal, si ha defraudado o si ha ayudado, y sin embargo cuelan el dato en las noticias o Naciones Unidas lo esgrime como una realidad que hace que las palabras del Papa sean "correctas".

Como digo, nadie ha dicho la verdad sobre la afirmación y el tono en que Benedicto XVI ha expresado y condenado el uso del preservativo. Sí, han leído bien: condenado el uso del preservativo. Habrá quien ya esté pensando que esta es otra opinión, como la de cualquiera, pero vengo a demostrarles que no sólo las palabras de Benedicto XVI están totalmente dentro del pensamiento milenario de la Iglesia, sino que además condenan a los que usen o abusen del preservativo.

Transcribo literalmente la sección del libro, donde hace mención a la idea anterior:

Pregunta: "¿La Iglesia católica no está fundamentalmente contra la utilización de preservativos?"

Respuesta: "[La Iglesia] no lo contempla como una solución real o moral pero, en ciertos casos, cuando la intención es reducir el riesgo de contaminación [del VIH], puede ser un primer paso para abrir la vía a una sexualidad más humana, vivida de otro modo. Puede haber casos individuales, como cuando una persona que se prostituye utiliza un preservativo, donde puede ser un primer paso hacia una moralización, un debut de responsabilidad que permita tomar una nueva consciencia de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que uno quiera".


Analicemos el texto. Lo primero es insistir en la idea de la opinión y la realidad. Benedicto XVI, en principio, opina (pero no necesariamente tiene que ser verdad) que no es una solución real para acabar con el SIDA. Esto debería dejarse en manos de los expertos, médicos y científicos, aunque sí es acertada la exposición del Papa cuando dice que no es una solución moral. ¿Por qué digo digo esto? Porque el SIDA no es un problema de mantener relaciones sexuales. Es un problema de mantener relaciones sexuales promiscuas y por tanto eso entra en el terreno de la moralidad y el Papa es un auténtico, si no el más sabio, experto en moral.

Benedicto XVI no está promoviendo el uso o quitando importancia al uso del preservativo. Planteemos, entre líneas, el pensamiento del Papa: dos seres humanos van a cometer un pecado (mantener relaciones sexuales con fines no reproductivos fuera del matrimonio). Para mayor desgracia, uno de ellos tiene el SIDA. Tal y como Cristo dejó expresado en Jn 8, 10-11 ("Mujer, ¿ninguno te ha condenado? –Ninguno, Señor.- Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más"), debemos entender que la relación sexual prohibida no es nunca aplaudible ni defendible, pero puede ser exculpada, más si cabe si el daño infligido es menor que el que se podría infligir. En este sentido, puestos a pecar, más delito e inmoralidad lleva el no usar preservativo en relaciones promiscuas que el usarlo. Es decir, no es que se esté tolerando el uso del preservativo, sino que se anima a que el nivel del pecado disminuya. Por poner otro ejemplo gráfico: matar a una persona es un pecado mortal, pero una muerte sin dolor lleva impreso un pecado menor que una muerte con regocijo en el dolor del prójimo. Se trata de, como dice el Papa, humanizar al ser humano.

Resumiendo. Las palabras del Papa no habrían de alegrar ni desalentar a nadie. El Papa y la Iglesia no han cambiado su discurso, al revés, lo han vuelto a explicar. Otra cuestión sería plantear el tema de las relaciones sexuales con fines no reproductivos y fuera del matrimonio, si son lícitas o no. Fíjense que dicha prohibición se toma con vistas a moralizar y a hacer entender, sobre todo a los jóvenes, que el sexo mal entendido puede causar mucho daño, indignación e incluso puede transformar y deshumanizar a las personas, haciéndolas obsesivas (como cualquier otra droga). El mismo Cristo, cuando tiene a la mujer adúltera delante, comprendió el influjo malvado que tiene este impulso humano, por lo que no condena a muerte o no se indigna como el peor de los pecados lo que hizo esa mujer, sino que la perdona sinceramente, con la esperanza de que no volviera a pecar en el sexo, porque, insisto en la idea, el sexo mal entendido deshumaniza.

En definitiva, Benedicto XVI no abrió ningún debate y menos sobre una sexualidad más abierta, sino que ha delimitado aún más el concepto de pecado.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Muerte

Tenemos un concepto generalizado de la muerte en el que poco o nada nos importa el más allá. La sociedad occidental ha ido desterrando de la cultura popular el misterio de la muerte, el interés por el más allá. La sociedad occidental puede calificarse de laica, o en todo caso, de agnóstica.

Hablamos, por supuesto, de la sociedad. Los individuos que la componen poco tienen que ver con esto. Hay una doble mentalidad al respecto. Dentro de la sociedad la personalidad se diluye y sería horrible pensar que haya alguien que crea en Dios o que anteponga todo a Dios (a menos que sea un radical fanático o un inestable mental). Digo que sería horrible, pero la realidad es que una amplia mayoría en los países occidentales tiene una creencia sincera en su religión o al menos en su tradición religiosa.

Celebramos la Navidad porque es una tradición social, no verdaderamente porque el Estado vele por la conservación de dicha festividad religiosa. Sin embargo, si nos preguntaran de manera individualizada, pocos serían los que renunciarían a la desaparición de un trozo de nuestras vidas.

Algo así ha pasado con la muerte en Occidente. Nadie habla de la muerte y mucho menos de vida después de la muerte, salvo en círculos muy cerrados y personales. ¿Por qué ese miedo a hablar de la muerte?¿Por qué está tan mal creer que haya un más allá?¿Qué implicaciones sociales y políticas tiene la creencia en un más allá, como la tradición cristiana admite, por ejemplo?

Hemos de recordar que la fe admite la existencia de algo no tangible y por tanto no demostrable físicamente. Lo bonito de la fe es que el método científico fracasa y que no hay ninguna manera de demostrar que Dios no exista o que Dios exista. Dios es una hipótesis que permite delimitar los efectos de una moral basada en la razón práctica. Si no existe una justicia absoluta que recompense o castigue las acciones, no existirá una manera de distinguir el bien del mal y de qué acción es ética y cuál no, lo cual nos llevaría a una contradicción lógica, ya que cualquier acción podría ser considerada arbitrariamente por la razón como "buena".

La fe en la existencia de Dios nos proporciona una creencia también en una vida después de la muerte, ya que un ser perfecto, como es Dios, no puede dar sino vida eterna a los hijos justos y no puede sino recompensar en la muerte a éstos. Estos pensamientos pudieran ser considerados como fantasías propias de siglos pasados, pero no hay descalificación razonable en tales comentarios. Si hay algo que es fundamental en el ser humano es sentir ganas de vivir y ser feliz. Y no hay nada más dichoso ni feliz que una vida eterna en un lugar donde sólo exista el bien (lo que el cristiano conoce como cielo).

La muerte suele ser un tema tabú porque la sociedad actual aboga por la muerte vacía, la muerte de la nada. Tras la muerte no queda esperanza, ya que sólo existe este mundo y no un más allá. Este planteamiento, a priori, es incierto, como hemos dicho. No es posible demostrar la existencia de un más allá ni tampoco es posible demostrar lo contrario. Por eso mismo ambas afirmaciones podrían ser válidas a priori, pero una es claramente superior a la otra. Abogar por una sociedad que crea en el más allá es apostar por una sociedad mucho más positiva y optimista.

Fueron los llamados "maestros de la sospecha" (Feuerbach, Freud, Nietzsche y Marx, todos, por cierto, de cuna germánica) los que pusieron las bases hacia el mundo pesimista. El pensamiento cristiano decimonónico sobre el más allá y la religión estaba basado ciertamente en un sistema de negación de una vida penosa propia de la Revolución Industrial. Dios aplicaría justicia en el más allá mientras que aquí tocaba exclusivamente malvivir. Tristemente, el cristianismo había olvidado aquellas palabras en Lucas 20, 38: "Dios es un dios de vivos y no de muertos".

Mientras que Feuerbach, Marx y Freud atacan el más allá como una enajenación (o alienación) del ser, en donde el individuo pierde el control sobre su persona, o inventan a Dios para paliar los impulsos del subconsciente, Nieztsche se limita a condenar a la "Iglesia de los muertos". No se debe abogar por una Iglesia que cree en el más allá porque es una vida mejor: hay que abogar por una Iglesia que viva desde ahora.

No obstante, a pesar de que la creencia en un más allá pueda traer estas no deseables consecuencias, hay que reconocer que es mucho más beneficioso creer en el más allá que no creer en nada. El pesimismo moderado, lo que podríamos llamar como pesimismo conservador, es algo bueno, propio de gente razonable. Una visión muy positiva lleva a la confianza excesiva y por tanto a malentender la realidad. Sin embargo, el pesimismo es un concepto negativo y su acción prolongada es perjudicial en todos los aspectos vitales. El ser muy optimista puede traer consigo la enajenación del individuo, falseando su realidad, lo cual es penoso, pero el ser muy pesimista trae consigo la muerte en vida y la amargura, las ganas de morir, lo cual es absolutamente trágico.

La sociedad occidental debería volver al equilibrio y animar a las personas a vivir en la fe. No debe animarse a una fe ciega, ni a una fe infantil, sino a una auténtica fe racional, a una idea que si bien en sí misma es un imposible sea lo suficientemente lógica para asumir que es cierta. Imposible, pero cierto.

Por acabar, una idea. Por el mero hecho de la estética, resultaría francamente falto de moda que no hubiera vida tras la muerte. El fin mismo del arte, la belleza por la belleza, el interés desinteresado, como se ha venido a llamar, quedaría huérfano sin las posibilidades conceptuales y expresivas que da las ideas religiosas sobre la vida post-mortem.

martes, 16 de noviembre de 2010

Distancia al horizonte

¿Cuántas veces no hemos discutido con nuestros amigos o vecinos sobre qué ciudades se pueden ver a lo lejos, en el horizonte? Algunos afirman que son capaces de ver ciudades o montañas a decenas de kilómetros. Otros, por el contrario, afirman que lo que dicen ver no es más que una ilusión óptica por la refracción de la atmósfera.


Observen la siguiente figura. Es la representación del planeta. Si somos conscientes de lo que es el horizonte entenderemos que es el límite de visión en el que el cielo coincide con la tierra (o el mar). Esta es una consecuencia de la esfericidad de la Tierra. El horizonte es por tanto el punto de la Tierra en el que nuestra visión es tangente al propio planeta. El límite de visión por tanto es proporcional a la altura desde la que se observa el horizonte. De aquí se deduce que el límite de visión máxima posible es finito, y tiene un valor de 6300 km a la redonda (es decir, el radio de la Tierra, vista en posición geoestacionaria desde el espacio exterior). No podemos ver más de esta longitud porque estaríamos observando la "cara oculta" de la Tierra en esos momentos, cosa imposible debido a la opacidad de la Tierra. Pero esto no responde a nuestra pregunta sobre la distancia al horizonte cuando estamos, por ejemplo, en la playa.

Como puede verse en el dibujo, sea h la altura desde la que se toma la medida (puede ser simplemente la visual de un individuo, que sería, por ejemplo, 1,7 m. Sea N un punto donde toca tangencialmente a la circunferencia la línea de visión del ojo. Sea R el radio de la Tierra y O el centro de la Tierra (no representado en el dibujo).

Podemos entonces afirmar que se cumple el teorema de pitágoras y que las líneas CN, ON y CO forman un triángulo rectángulo. CN es la distancia que queremos medir. ON es el radio R (6300 km) y CO es la suma de R+h. La ecuación, una vez realizadas algunas transformaciones, queda finalmente así:

Horizonte (CN) = (2·R·h)^(1/2)

O sea, el horizonte es la raíz cuadrada del doble del producto del radio de la Tierra y la altura de visión.

Entonces, para el caso de que h=1,7 m (0,0017 km). El horizonte se encuentra a tan sólo ¡¡4,6 km!! Es decir, posiblemente no podamos llegar a ver ni tan siquiera el pueblo de al lado.

¿Cómo es entonces que vemos con nitidez edificios, montañas, etc. que sabemos a ciencia cierta que están a decenas de km? Analicemos nuevamente la fórmula. Si en lugar de estar nuestra visión a 1,7 m, se encuentra a 50 m de altura, el horizonte visible se extiende hasta los 25 km. Y si podemos ver el horizonte significa que desde el horizonte (o a menor distancia) pueden vernos a nosotros. Esa es la razón de que podamos ver edificios en la lejanía. Otra cosa es que podamos ver los pies de ese mismo edificio. Se percatarán de que una extraña niebla evita eso si el edificio está a más de 4,6 km. No es una ilusión óptica. Simplemente se trata de una cuestión geométrica.

¿Qué ocurre en una montaña de, supongamos, 2000 m? Nuestro límite de visión se extiende hasta los 160 km (claro está si estamos a muchos km de distancia de cualquier montaña de similar altura, ya que de lo contrario, nuestro límite de visión, obviamente, sería menor, debido a que la montaña tapa el horizonte, creando un nuevo horizonte a su vez (la línea de su perfil en el cielo). De la misma forma, otra montaña de 2000 m, a una distancia de 300 km, sería perfectamente visible desde nuestro singular punto de vista en la cúspide de la primera montaña, siempre y cuando el aire no esté enrarecido y no nos permita ver con nitidez objetos tan alejados.

lunes, 15 de noviembre de 2010

La caída del imperio Romano

No hace mucho me mostraron un video donde se analizaban las causas de La Caída del Imperio Romano.

Este video, tal y como ustedes han podido observar, no tiene desperdicio y en verdad es un paradigma de las consecuencias del desarrollo irracional y la falta de planificación. No es posible entender el fin del Imperio Romano sin considerar la gravísima crisis económica que existía desde el siglo III. Sin embargo, no deberíamos olvidar que tomar como causa fundamental, o al menos principal, del fin del Imperio Romano a una crisis económica sin precedentes sería cometer un error fatal. El fin del Imperio Romano no fue una cuestión económica. Más bien esta crisis económica se debió a una falta de moralidad, que se tradujo en una falta de actividad en todos los campos (incluyendo el económico).

Siempre existe el mismo dilema con respecto a la moralidad. La palabra moralidad ha ido perdiendo significado, denigrándola al significado de ñoñería, reproche o incluso decadencia. Aquí no quiero expresar esos conceptos. La pérdida de la moralidad romana nada tiene que ver con la moralidad cristiana o la moralidad occidental. De hecho, fueron los cristianos unos de esos grupos que contribuyeron a la desaparición de la moral romana.

Recordando algo de historia, sabemos que la fundación mitológica de Roma comenzó con la defensa del territorio por parte de Rómulo. Cuenta la leyenda que Rómulo prometió matar a todo aquel que cruzara los límites de la ciudad. Remo, su hermano, quiso burlarse y cruzó los límites. Rómulo mató a su hermano. Esta historia, que puede tildarse de cruel incluso, conlleva una valiosa lección: los romanos eran serios y honorables. El honor concibe el respeto a la ley, a la palabra, y no directamente a las buenas acciones. Matar a alguien no es una buena acción, a priori, pero la muerte de acuerdo a la ley es una acción que aunque no sea buena está sujeta a la ley, que en su origen consiste en favorecer el bien común.

La Historia romana está llena de acciones de acuerdo a la moralidad que imperaba en la República Romana. Desde el principio de los tiempos, a semejanza de los griegos, los romanos basaron su Estado en un senado o reunión de jefes familiares (patricios). Los patricios eran hijos de los primeros fundadores de Roma y sus orígenes, en muchos casos, se encontraban en los propios dioses romanos (César, por ejemplo, decía provenir de la mismísima Venus). Esa diferencia con el resto de los humanos fue lo que distinguía al patricio del plebeyo.

Los patricios eran guardianes de la virtud. Bien es sabido que muchos de ellos, como ocurre en todas las sociedades, no fueron precisamente virtuosos, pero hay que reconocer que eso traía como consecuencia la entronización de nuevas familias. Esta visión de superioridad respecto a las demás razas y pueblos fue lo que contribuyó a crear una próspera nación. Cualquier pueblo inferior conquistado era romanizado, y esta romanización era verdadera y consistía en hacer ciudades romanas iguales en Hispania, Italia o Galia. Otro dato que muestra el orden romano era su ejército. Lo normal era que montaran un campamento, con empalizadas incluso, aunque fuera para estar un día o dos. Ese orden y superioridad táctica les valió ser el pueblo más poderoso de occidente durante siglos.

¿Qué pasó entonces?¿Cómo ocurrió el fin? A Roma le ocurrió algo que hoy por hoy, en la crisis económica actual del siglo XXI que estamos viviendo, está ocurriendo en la misma medida. Durante siglos Roma pudo conquistar los pueblos de alrededor, los cuales, si bien no en todos los casos eran más civilizados, al menos sí que tenían grandes tesoros y riquezas. Eso ocurrió con Hispania, con la Galia, con Egipto, con Grecia... Pero llegó un momento en el que no había más por lo que luchar. Había un mundo mucho más grande más allá, pero la recompensa no valía el esfuerzo. Allí estaban Britania e Hibernia, pero sus escasos habitantes y tesoros y su lejanía de Roma no contribuían a luchar por algo más. Allí estaba también Partia y Persia y China, pero eran tierras tan vastas que ni el mismo Alejandro había podido conquistarlas. Estaba Germania, pero una tierra tan fría y estéril no valía nada. El culmen de dicho pensamiento vino con Adriano, cuando construyó su muro de contención de los pictos.

Tras la muerte de Adriano se puede considerar que acabaron los años dorados del Imperio. Cierto es que hubo gobernantes de gran talla, como Marco Aurelio o Constantino, pero no hicieron más que contener durante algo más de tiempo lo que había de ocurrir.

El romano, por aquellos tiempos, ya no era el mismo. Se perdió el respeto a la tradición, a la moral. Los patricios habían perdido todo el respeto por el pueblo llano (los plebeyos). En mitad de todo esto estaban los cristianos, grupo que fue perseguido y muchos de sus miembros sacrificados, lo que contribuyó a que la opinión pública protestara ante espectáculo tan cruel y gratuito. Los patricios, en sus grandes riquezas, corrompidos por el vicio, no castigaban a quienes los ofendían por miedo a perder su reputación de "buenos" ante la opinión pública.

Fue esta falta de actividad y esa búsqueda de la reputación fácil la que llevó consigo el famoso lema del video que vimos arriba (pan y circo). La posibilidad de ser ricos o al menos llevar una vida holgada contribuyó a crear aún más una vida con una moral más relajada. Nadie quería contribuir, nadie quería defender la nación, nadie quería trabajar, en definitiva.

¿Y ahora?¿Ocurre algo parecido? Sí y no. Ahora no existe nada por conquistar, aunque fuera poco (sin tener en cuenta territorios extraterrestres). Hoy la economía está globalizada, lo que significa que todos los pueblos sufrirán en misma medida, para bien o para mal la crisis. Sin embargo no es posible una vida sin moral. No vamos, como dice el video, hacia una muerte de Europa o el fin de la cultura occidental. Eso, créanme, jamás ocurrirá. Lo que sí puede ocurrir es que la vida, tal y como la conocemos, dejará paso a una revolución moral, ya sea para bien o para mal. O bien volveremos a una época moral de sometimiento a los pueblos no occidentalizados (Asia, países árabes, África) o bien serán éstos los que acaben con las instituciones y la mentalidad democrática (esto es, que no occidental). En cualquier caso, la reforma hacia un estado de clases se presume irremediable.

sábado, 13 de noviembre de 2010

El porqué de la ortografía (IV)

Antes de p y de b se escribe m en lugar de n. Ejemplo: embalaje, campo, sambenito, ambulancia.


La razón de esta regla se debe a una peculiaridad fonética que se produce cuando el sonido /n/ se pronuncia seguido del sonido /b/ o el sonido /p/. Realmente lo que se pretende pronunciar es /n/ y no /m/. Por ejemplo, la palabra campo debería pronunciarse /canpo/ en lugar de /campo/, por la sencilla razón de que en español resulta más fácil pronunciar una sílabas acabadas en vocal, n o s (la mayoría de las palabras en español acaban en estas letras).


En el caso de que el fin de sílaba anteceda a p o b, resulta más sencillo pronunciar /m/ antes que /n/. La razón es sencilla. El fonema /p/ y el fonema /b/ representan el mismo sonido en su versión sorda y sonora. Así el fonema /p/ es bilabial oclusivo sordo y el /b/ es bilabial oclusivo sonoro (esta es la razón de que muchas palabras de latín clásico que contenían p cambiaran a b en el transcurso del tiempo, como en la palabra apertura y abertura). El fonema /n/ es en cambio alveolar nasal mientras que el fonema /m/ es bilabial nasal. Al hablante le resulta mucho más fácil usar un fonema que no mueve la lengua y que facilita la explosividad de la p o de la b en lugar de un fonema que requiere un rápido movimento de la lengua para pronunciar fluidamente la palabra.


Estos sonidos, al hacer uso de la cavidad nasal como elemento de resonancia, son muy parecidos, lo que facilitó la pronunciación de la /m/ en beneficio de la /n/.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Cuando lo eficiente no es lo mejor

Vamos a tratar una curiosa propiedad de la naturaleza. La idea que nuestros políticos lanzan continuamente es lograr y mejorar la eficiencia, particularmente en el aspecto energético y medioambiental. Pero he aquí que no cuentan con la ciencia y que por tanto, les será harto complicado imponer la eficiencia como criterio exclusivo de la bondad de un sistema.

Una de las principales desventajas de apostar por la eficiencia máxima es que todo se vuelve muy lento y particularmente pequeño. En efecto, en la naturaleza, cuanto más lentamente se haga un trabajo, más eficiente es. Así, calentar una habitación con una estufa a 40 ºC es mucho más eficiente que calentarla a 80ºC en un menor tiempo. También es reseñable que la naturaleza no admite como eficiente los cambios de ritmo (es mucho más eficiente viajar un trayecto a 100 km/h durante 2 horas que viajar a 120 km/h durante 1 hora y a 80km/h durante la siguiente.

Así pues, la eficiencia no es sólo una cuestión de gasto o de consumo, sino también una cuestión de versatilidad y de tiempo. ¿De qué me sirve un vehículo que no se adecue a los distintos terrenos por donde me muevo?¿Para qué quiero obtener un mejor rendimiento si necesito un tiempo infinito para realizar una actividad (definición de un proceso reversible)? 

Sin llevarlo al extremo, lo cierto es que esta idea puede llevarse al mundo del motor. Los motores de gasolina son mucho más eficientes que los motores diesel. Por tanto gastan siempre menos combustible para la misma relación de compresión. Sin embargo, la experiencia nos dice que precisamente ocurre lo contrario, que gastan más. ¿Dónde está la paradoja? Lo cierto es que el motor diesel permite relaciones de compresión más altas, lo que se traduce en mayores energías y motores más grandes. Por tanto, se sacrifica la eficiencia por la obtención de energías más altas. Así podemos mover una locomotora mediante un motor diesel, pero no mediante un gasolina, y sin embargo, usaremos para el Fórmula 1 el motor de gasolina antes que el diesel, puesto que el motor será menos pesado y más eficiente.

Así pues, aboguen siempre por la mejora energética, pero no se obsesionen. No siempre el motor más eficiente o el menos contaminante es realmente lo que dice la etiqueta. De hecho, la nueva generación de motores, tanto eléctrico como de hidrógeno, son los motores más contaminantes que existen, aunque esto será comentado en otro momento.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Energía, obesidad y gimnasios

Hay un gracioso mito sobre la obesidad: según lo que se coma, los alimentos engordan más o menos. Esto nos hace atiborrarnos de lechugas, tomates y vegetales raros (como la soja), porque engordan menos que la carne, los huevos o el chocolate.

Ahora que vayan y se lo digan a la vaca, que está gorda comiendo sólo vegetal.

En fin. Ocurre lo de siempre: un hombre con una bata blanca (un médico, un farmacéutico o un nutricionista) dice que el pan integral ayuda a adelgazar y ya todos creemos con fe. En este caso me duele más admitir que más que un error de la masa es un engaño del experto. Pero he aquí que otro hombre con una bata blanca (la de químico), va a venir a demostrar el error en el que se incurre.

Hay un principio fundamental de la naturaleza, que ningún endocrino o nutricionista debería olvidar: la Ley de Lavoisier. A grandes rasgos, se puede expresar así:


Entrada de comida - Salida de excrementos = Acumulación de materia


Por tanto, si comemos mucho (entra mucha comida) y eliminamos poco por orina, heces, sudor y ¡ojo! por respiración, entonces, sintiéndolo mucho, pesaremos más, comamos lo que comamos.

En otras palabras. Si comemos en el día 2 kg de lechuga (o de carne), si al cabo del día eliminamos 800 gramos de materia, engordaremos 1,2 kg. Y no se trata del alimento ni de la forma de excreción, sino únicamente de pesos.

La cuestión está en que por lo general la principal fuente de referencia para saber si engorda o adelgaza está en la masa del individuo. Pero de todos es conocido que no es lo mismo pesar 100 kg porque esté uno gordo que 100 kg porque uno sea culturista.

El problema está en que la grasa tiene una densidad relativamente baja (900 kg/m3), o lo que es lo mismo, para un mismo peso, representa más volumen que otras sustancias disponibles en el cuerpo, como son las proteínas.


¿Cuál es, por tanto, el mejor método de adelgazamiento? Ante todo, quiero decir que este no es un método controlado por ningún médico ni animo a nadie a aplicarlo. Simplemente se trata de un razonamiento físico e indiscutible de perder peso (lo cual no quiere decir que sea saludable).

En primer lugar, recopilemos datos científicos:

1. Energía de la grasa: 9000 kcal/kg.
2. Energía de las proteínas y los glúcidos: 4000 kcal/kg.
3. Gasto calórico basal diario para un hombre adulto: 2000 kcal/día.
4. Composición del cuerpo humano varón sin sobrepeso adulto: 6% minerales, 15% grasas, 60% agua, 17% proteínas, 2% carbohidratos,

De aquí se desprende que un hombre adulto que pese 80 kg dispondría de 108 mil kilocalorías en forma de grasa y de 61 mil kilocalorías en forma de proteínas y carbohidratos. El agua y los minerales no proporcionan energía. Cabe mencionar que esta energía es energía química de combustión, es decir, que nada tiene que ver con el cálculo térmico y nuclear que hicimos en anteriores ocasiones sobre el ser humano.

En conclusión: un ser humano de 80 kg, sin sobrepeso, dispone aproximadamente de 169 mil kilocalorías, es decir, que podría vivir, en estado de coma, durante 84 días (unos 3 meses) sin probar bocado (si antes la deshidratación o alguna enfermedad grave no lo matara). Cierto es que este cálculo es aproximado, ya que un cálculo exacto tendría en cuenta que el sujeto va perdiendo peso y por tanto el gasto de 2000 kcal/día iría también disminuyendo y podríamos llegar incluso a superar los 3 mese sin comer. Evidentemente, cuanto más gordo esté el sujeto, más puede aguantar sin comer.

Volvamos la primera fórmula:

Entrada - Salida = Acumulación

Veamos lo que ocurriría en caso de realizar las siguientes dietas. Ponemos las siguientes condiciones:

a) Se puede beber toda el agua que se desee (ya que no aporta energía y podemos suponer con seguridad que toda el agua que se bebe se expulsa por sudor, orina y heces, manteniéndose el peso corporal de agua constante). Se puede hacer la misma apreciación sobre los minerales.
b) Las calorías basales siempre estarán presentes, a las que habrá que añadir el gasto energético diario (movimiento, principalmente).
c) Se puede despreciar el gasto por trabajo intelectual frente al gasto por trabajo físico.
d) Se supondrá que los nutrientes energéticos se expulsan como agua y dióxido de carbono y son proporcionales al gasto energético realizado.

Dieta 1: No comer, sin realizar ejercicio físico.

Este caso ya se ha visto arriba. Cuando no se come, los hidratos de carbono se consumen rápidamente, hasta agotarse. Luego comienza el turno de las grasas y las proteínas. Mientras ambas existen, se consume aproximadamente en la proporción 90-10. Posteriormente, una vez agotadas las grasas, el cuerpo consume las proteínas con la consiguiente degeneración corporal.

Al gastar 2000 kcal/día, se pierden 211 g de grasa y 24 g de proteínas.

La ecuación queda así: Acumulación = 0 - 0,235 = -0,235 kg.

Este método adelgaza, pero no es demasiado eficiente.


Dieta 2: No comer y realizar ejercicio físico.

Nuestro ejercicio será de correr 30 minutos a 10 km/h. En esta actividad se pueden gastar unas 500 kcal. Podemos fácilmente intuir que gastaremos unos 300 g al día y que perderíamos 1 kg cada 3 días.

Dieta 3:Comer alimentos azucarados.

Cada gramo de azúcar representa 4 kcal. Por tanto, si nuestro gasto con ejercicio físico fuera de 2500 kcal/día, podríamos comer diariamente 625 g de azúcar sin miedo a engordar.

Dieta 4.Comer alimentos bajos en calorías. Tomar alimentos bajos en calorías significa lo mismo que no comer. Básicamente tienen mucha fibra y ceniza, que se eliminan por las heces. Sin embargo, contienen hidratos de carbono, aunque sean en poca cantidad. Así, para un contenido en azúcares del 10%, se podrían comer hasta 6 kg de alimentos bajos en calorías sin miedo a engordar. Por supuesto que si superamos esa cantidad, engordamos.

Dieta 5. Dieta con grasas o proteínas. Puestos a elegir, la proteína contiene menos calorías que la grasa. Pero se trata sólo de cantidades. Así podemos tomar hasta 200 g de grasa diaria sin miedo a engordar, o 600 g de proteínas.

Atención, todos los alimentos tienen cenizas o minerales no digeribles, por lo que este exceso puede tomarse sin miedo a engordar (se expulsa por heces).


Conclusiones: aunque parezca mentira, nuestro gasto calórico medio diario, para un varón de 80 kg está en unas 3000-3500 kcal diarias. Es decir, que una dieta normal, consistente en 60% carbohidratos, 25% proteínas y 15% grasas, permitiría comer diariamente 100 g de grasas, 180 gramos de proteínas y 400 gramos de hidratos de carbono sin miedo a engordar. Eso significa, incluyendo material no válido, alrededor de 1,5- 2 kg de comida diarios, alimentación nada despreciable e incluso sobredimensionada para poder vivir.

No se trata de comer distinto. Se trata de comer menos.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El porqué de la ortografía (III)

Se escriben con g todas las palabras terminadas en -ger y -gir, excepto los verbos tejer, crujir y brujir-grujir (y sus derivados).

El origen de esta regla está en el antiguo latín. El latín clásico no disponía del fonema /x/, equivalente a la jota actual y a la g seguida de e o de i. El fonema más parecido era la h aspirada (como ocurre en en inglés con house) en palabras como habere (tener). Por este motivo, algunas palabras escritas con h también tienen su pronunciación con j, como halar-jalar.

Por tanto, en su evolución, la g con e y con i acabó pronunciándose como la j. ¿De dónde proviene entonces el fonema /x/? De una evolución hispánica de la x romana. Así tejer proviene de texere, y todavía conserva la x en la palabra textil, de la misma familia que tejer.

En el caso de crujir, el caso es distinto, pues no existía la palabra en latín, aunque pueda provenir del germánico, como en inglés crunch. Esta ch final se convierte en x relajada, y finalmente en jota. Brujir es una palabra de origen francés y en esta lengua se escribe con g. Probablemente su parecido con crujir sea la causa de su ortografía.

Recuerden siempre que estos verbos se escriben con g. El hecho de que surja o proteja se escriban con j es por simple fonética. El sonido /x/ lleva siempre, salvo contadas excepciones, como Xerez o México, la ortografía j, y por tanto no podemos escribir "protega" o "surga". Entonces, no tenemos ningún motivo para escribir "protejer" o "surjir".

martes, 9 de noviembre de 2010

Núcleos y Nucleares

Le preguntaron a un niño, "¿qué es más caro, viajar hasta el pueblo más cercano en autobús o viajar en automóvil?"  Inocentemente respondió: "En autobús cuesta dinero. En automóvil es gratis".

Hace unas horas dos noticias asaltaban el panorama periodístico: por un lado la recreación del big-bang en el Gran Acelerador de Hadrones de Ginebra y por otro lado, muy cerca, en Alemania, la caravana de residuos nucleares que está atravesando el país germano. Parece cosa de chiste, pero ¿cómo es posible que un mismo fenómeno sea visto por la misma persona desde dos puntos de vista distintos?

No me entretendré mucho en la descripción del experimento de Ginebra. En principio se han hecho chocar iones de plomo entre sí a alta velocidad, desprendiéndose una gran cantidad de energía y obteniéndose altas temperaturas (millones de veces la temperatura del Sol) y altas densidades (como ocurre en los agujeros negros). Si desean más información técnica sobre el experimento no tienen más que buscar por la red.

No obstante, sí podemos afirmar que este tipo de experimentos traen consigo un mayor conocimiento del átomo y de la formación de la materia, sobre todo de las afirmaciones de la Teoría de la Relatividad, que indica que la formación de materia es consecuencia de aglutinamientos de energía.

Alguno dirá que no ve razón para tales experimentos (en los cuales, no olvidemos, existe una probabilidad ínfima, pero posible, de desapariciendo del planeta por la creación de un agujero negro). Sin embargo tampoco habría razón para entender la composición de una galaxia situada a millones de años-luz. La ciencia no siempre es útil: la ciencia sólo busca respuestas a cualquier interrogante, por nimio que sea, del ser humano. En cualquier caso, no hay que temer cualquier experimento científico siempre que no transgreda los límites éticos de la razón, y en este caso concreto, se puede intuir que con estos experimentos no sólo se puede explicar cómo surgió el universo sino encontrar maneras de obtener, por ejemplo, energía inagotable.

Pero todo esto, aún, es ciencia ficción. Además, como opinión personal, no creo que puedan descubrir muchas de las cosas que buscan, entre otros motivos porque probablemente no existan.

Más controversia trae el hecho de los activistas nucleares. Arriesgando incluso la posibilidad de un accidente (por ejemplo, por descarrilamiento) y por tanto de un desastre medioambiental, este grupo de fanáticos pretende evitar lo inevitable: el uso de la energía nuclear en Europa y en el mundo.

Hay algo que a todos se les escapa: el mundo necesita energía. Eso es evidente. Sin embargo, para obtener energía se necesitan fuentes de energía. La más generalizada, como saben, son las fuentes fósiles. Son fuentes fácilmente controlables (el ser humano lleva miles de años controlando el fuego) y sus residuos son fácilmente miscibles con el aire y desaparecen con facilidad. Sin embargo, como todos saben, sus residuos son altamente contaminantes y como hemos dicho anteriormente, no son confinables a priori y por tanto son incontrolables. Todo lo contrario ocurre con la energía nuclear: no causa efecto invernadero y sus residuos, altamente contaminantes, son confinables.

La leyenda de Chernobil aún pulula y en menor grado la de Hiroshima. Los efectos de un desastre nuclear son perfectamente conocidos y terribles. Por esa misma razón se teme tanto a esta energía. Pero ha sido tristemente demonizada, cuando quizá es una de las esperanzas de la humanidad. Con suficiente control, no hay ningún peligro en el uso de la energía nuclear. Los trabajadores de las centrales no tienen un mayor riesgo de padecer cáncer u otras enfermedades, ya que continuamente tienen chequeos al respecto y al menor síntoma de sobreexposición son retirados de los trabajos.

Es el turno ahora de los activistas renovables. Con energías renovables podemos obtener el 100% de la demanda mundial. Esto es rigurosamente cierto, pero no entienden nada de ciencia. Les pasa como al niño del principio: piensan que como es energía ilimitada se puede obtener de cualquier modo. No toda la luz del sol es susceptible de ser aprovechada (Einstein). No todos los tipos de viento se pueden aprovechar (es más, existe un rendimiento máximo para aprovechar el viento, proporcionado por el teorema de Betz). Y por si fuera poco, estas energías dependen en exclusiva del tiempo atmosférico, es decir, de un fenómeno incontrolable.

Es entonces el momento de los utópicos: que investiguen más, que se inviertan más recursos. No es cuestión de recursos (ya que existen recursos incluso para hacer el Gran Acelerador de Hadrones). Es cuestión de descubrimientos. Todas las investigaciones llevan un proceso, un crecimiento y un control. Por el momento es imposible que la humanidad pueda hacer uso de las energías renovables de la misma manera que hace uso de las energías convencionales. ¿Cuál es entonces la solución? El almacenamiento de energía. Buscar fórmulas para no tener que depender del tiempo. Imaginen un árbol. Con su madera podemos obtener energía cuando queramos. Sin embargo quizá lleva años recibiendo los rayos del sol.  En energía no es tan importante lo que hay, sino lo que sirve.

lunes, 8 de noviembre de 2010

El porqué de la ortografía (II)

Se escriben con v todas las palabras que empiecen por vice-, vi- y viz-, cuando significa "en lugar de". Así se escriben con v las palabras vicerrector, vizconde, virrey, vicepresidente,etc.

El origen de esta regla se basa en la palabra latina vice, ablativo (caso de declinación) de la palabra vicis, que significa vez. Literalmente vicepresidente signfica "en vez (del) presidente". Palabras como virrey o vizconde son consecuencia de la relajación en la pronunciación de vicerrey y viceconde (nótese que es muy raro en español o castellano la z seguida de r, como en la palabra Almizra). De ahí que vizrrey acabara en virrey.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Cómo apellidar una polémica

En España se acaba de abrir una nueva polémica. Esta vez se pretende disimular los graves problemas económicas de esta nación con polémicas que poco van a favorerecer el bien común y sí que traerá problemas (o cuanto menos molestias) a los grupos familiares. Si algo sobra en el mundo son conflictos familiares y favorecer el nacimiento de nuevas peleas en el seno de las familias sólo traerá un aumento de reyertas, divorcios o, en el peor de los casos ,muertes y maltratos.

El apellido  es una manera tradicional de identificación de individuos. En los orígenes de la civilización, la existencia de grupos tribales hacía prescindible el uso de apellidos, ya que los individuos eran perfectamente identificables. Así ocurre aún en los pueblos amerindios y africanos sin influencia occidental. Es posible que en una época posterior los nacidos llevaran los nombres de los miembros más influyentes de la tribu, por una cuestión de respeto u honor,  o que éstos pusieran a sus primogénitos su propio nombre, para que todos supieran que era hijo de alguien honorable.

Esta situación fomentó la existencia en el grupo de muchos individuos identificados de igual manera, lo que llevaba a confundirlos y a suplantar su identidad. En grupos pequeños todavía era posible llevar un control (de la misma manera que en una misma familia el padre y el hijo llevan el mismo nombre) y por la situación se sabía identificar al individuo. Al florecer las ciudades fue literalmente imposible mantener el sistema del nombre único.

EL APELLIDO EN LA ANTIGÜEDAD

Las primeras culturas (Egipto, Mesopotamia,...) no disponían propiamente de un apellido. El nombre permitía identificar a los miembros de la ciudad. Esto no significa que todos tuvieran un nombre distinto, sino que la variedad de nombres era amplia y si existía alguna ambigüedad siempre se recurría a indicar quién era su padre o cuál era su procedencia. La entidad familiar, la pertenencia a una familia, empieza a tomar importancia, para que de alguna manera pudieran identificarse a los familiares del individuo. Sin embargo, ¿cómo identificar a varias personas que eran del mismo lugar pero de distinta familia?¿Cómo identifciar a dos individuos llamados iguales y cuyos padres se llamaban igual pero eran dos personas distintas?

Hasta la llegada de los primeros pueblos arios, el apellido discurría de aquella manera. Es a partir de ese momento cuando se inicia una verdadera revolución en la identidad personal. En primer lugar, se aumentó el número de nombres en una mayor medida (prácticamente se puede decir que el 90% de los nombres comunes actuales tienen origen ario). En segundo lugar, se estableció un mote o apelativo para distinguir a individuos con el mismo nombre.

Estos apelativos tuvieron tres tipos de orígenes: indicando quién era el padre o la madre (origen patronímico), indicando el lugar de nacimiento (origen toponímico) o indicando alguna anécdota o característica del portador del apelativo. Según cada pueblo, era más o menos habitual un tipo u otro de apelativo. Así , es muy común observar que entre los pueblos semitas prácticamente se distingue al individuo por los nombres de sus antepasados; en cambio es más propio de los griegos el reconocimiento por el lugar de nacimiento o de residencia, debido a que los nombres griegos en muchos casos tenían un significado o frase oculta. Así ocurre con nombres griegos, que conservaban raíces como -andros (hombre), -cratos (fuerza), -agora (espacio abierto), fil- (amante). Era poco común encontrar en una polis dos hombres libres con igual nombre. También era propio de los griegos denominar a los suyos por anécdotas u oficios, cosa que exportaron al resto de pueblos europeos.


EL APELLIDO EN ROMA

En principio parece que el uso de un nombre y un apelativo había resuelto el problema de identificar a dos individuos distintos. Así, si existían dos griegos con el nombre de Pitágoras era improbable que tuvieran padres con el mismo nombre. Incluso así, cabía la posibilidad de que habitaran en ciudades distintas y con suerte incluso alejadas entre sí. En cualquier caso, raro sería que ambos alcanzaran cierta notoriedad como para que les ocurriera la misma anécdota o tuvieran un mismo oficio. 

Pero sabemos que esto ocurría. Así hubo bastantes Diógenes que se dedicaron a la filosofía en Grecia. Y también sabemos que a la misma persona se la conocía como "el viejo" y como "el bueno", por poner un ejemplo. Esta situación, no regulada, hacía más difícil la identificación de estos individuos, habitualmente tras su muerte. Imaginemos a un noble griego muerto y a cientos de personas que dicen ser hijos de él. En ausencia de testigos que aseguraran la filiación de estos hijos no sería posible su identificación.

Los romanos solucionaron este problema mediante el sistema denominado tria nomina (tres nombres). De esta manera todos los ciudadanos romanos disponían de tres nombres que los identificaban de manera única. Los países de influencia latina como España, Portugal o Iberoamérica hacen uso de un sistema parecido, aunque con matices.

Los romanos tenían 3 nombres, el praenomen, el nomen y el cognomen. En sí el sistema era muy fácil. El nomen identificaba a la familia (gens). Era el auténtico distintivo individual. De este modo la sociedad no se establecía mediante individuos sino mediante familias. A la República de Roma le importaban los tributos, por lo que era mucho más fácil controlar grupos que controlar individuos. Pero obviamente, la gens Iulia, por ejemplo, tenía decenas  de integrantes, hombres y mujeres. Para no hacerse un lío, las familias usaban el praenomen, equivalente al nombre en español. Así existían nombres comunes como Mario, Cayo, Marco, Máximo, Publio, etc. Esta doble identificación (estatal y familiar) podía valer perfectamente en Roma y hacía a los individuos en todo momento identificables en cualquier ámbito. Por último el cognomen surgió como consecuencia de la recopilación de hechos históricos y de registros por parte de las autoridades romanas. Por ejemplo, una gens como Cornelia pronto tuvo grandes héroes romanos. Estos solían tomar el nombre de sus padres o abuelos. De esta manera, pronto hubo varios Publio Cornelio. Para evitar este conflicto, surgió la idea de que en estos casos se pusiera un apelativo sobre una característica propia del individuo que mantuviera una distinción (ejemplo, Publio Cornelio Escipión). Este uso se puso de moda y quedó de la misma manera que queda el apellido materno en la actualidad. El cognomen, por tanto, no fue algo realmente obligatorio, sino opcional, para distinguirse. De hecho el cognomen podía ser doble o triple, como ocurrió con Publio Cornelio Escipión Emiliano Africano.




El uso de los apellidos y las maneras de formarlos no han sido únicas en todos los tiempos y naciones. Sin embargo, lo que siempre se ha pretendido, en todos los pueblos, ha sido la identificación de los individuos de manera unívoca. Medidas como plantear un orden alfabético sólo pueden desembocar en dificultar la identificación de varios individuos. Otros métodos como fomentar la prevalencia del apellido más raro no ayudan tampoco al problema, ya que la rareza es una característica relativa (así los apellidos gallegos puede que sean raros en Extremadura pero no en Argentina). El uso del apellido del padre (o el de la madre) siempre en primer lugar es una medida mucho más práctica y enriquecedora. Sólo hay que hacer un ejercicio estadístico sencillo.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Cristianismo homogéneo

Todas las normas se nos antojan arbitrarias y que les falta talento (y talante) en muchos casos. Hay que reconocer que las leyes evolucionan a través del tiempo porque es imposible hacer justicia ad lítteram. Sin embargo, el valor de una ley no lo da el número de errores judiciales que consigue solucionar sino el número de individuos que se ven beneficiados por la ley.

Las leyes, todas, buscan lo mismo: otorgar beneficios (desde el código de Hammurabi o los Diez Mandamientos). Cierto es que por lo general otorgan beneficios a unos y perjuicios a otros, pero se trata en realidad de una falsa interpretación: el perjudicado, la mayor parte de las veces, o comete delito (y por tanto merece castigo) o su perjucio se enfoca hacia el beneficio común (por ejemplo, los impuestos o las sanciones económicas).

Como digo, el espíritu de la ley es siempre el beneficio de todos. Esto supone homogeneizar a los individuos, aplicándoles el concepto de justicia y el concepto de igualdad. Ambos conceptos son la causa y la consecuencia de la ley, pero en los últimos tiempos siempre ha primado el concepto de igualdad, ya que resulta mucho más fácil beneficiar a unos pocos que a unos muchos. Cualquier minoría es, hoy por hoy, susceptible de beneficiarse de leyes que perjudican a la mayoría, pero que en cualquier caso, tratan de homogeneizar (aunque en estos casos la homogeneización social vaya hacia la mediocridad en lugar de ir hacia la superioridad).

Me gustaría tratar el caso particular de la Iglesia y sus normas. Entre sus normas hay leyes (derecho canónico) y dogmas. Quisiera centrarme en éstos últimos. Los dogmas de la Iglesia pueden parecer arbitrarios, pero con ellos se consiguió la perduración de la misma hasta nuestros días. Nada distinguiría a la Iglesia Católica del resto de grupos sociales si no fuera porque ella misma tiene unas rígidas normas no exentas de polémica.

Nada hay nuevo bajo el sol. Los mismos interrogantes y las mismas denuncias que hoy hacemos a la Iglesia son los mismos que se hacían desde su inicio. Fue entonces cuando nació el concepto de heterodoxia o herejía. La Iglesia Cristiana, en sus inicios, cohabitaba entre multitud de tendencias y de visiones teológicas. La consecuencia de no tener unas bases sólidas y un ordenamiento normativo claro y sin ambigüedades ya nos ha sido mostrada en multitud de ámbitos (sin ir más lejos, internet es un claro ejemplo). Las mentiras, la falta de rigor, las posturas individuales... todo contribuía a la desintegración de la comunidad primitiva cristiana.

Constantino I, emperador de Roma, tuvo que convocar el Concilio de Nicea (recordemos que Constantino se convirtió al Cristianismo) para finalizar las disputas entre las distintas facciones. El resultado fue la condena de muchos de los obispos que allí estuvieron, grandes oradores y teólogos, pero que no seguían el evangelio. Más bien aplicaban criterios racionalistas, pero que conllevaban teorías mucho más fantásticas de lo que ya en sí es el Cristianismo (porque otra cosa no, pero se trata de una religión en la que grandes cosas fabulosas le pasan a sus santos). Esa clara tendencia a la fantasía racional no podía entenderse como buena, por lo que aquellos que no siguieron la doctrina general o mayoritaria sufrieron perjuicio por el bien de la comunidad.

El Credo.

La respuesta a esto se realizó escribiendo el Credo o dogmas católicos. La profesión de fe indica lo que la persona que la reza piensa y está convencido de ello, como estamos convencidos de que matar es malo o que robar es malo y merecen castigo. El Credo es una oración curiosa, pues en unos pocos versos resume lo que llevó durante siglos a crisis internas en la Iglesia y a persecuciones. Los principales puntos se resumen aquí:

- Creo en un solo Dios, padre todopoderoso, creador del Cielo y de la Tierra, de todo lo visible y lo invisible. Puede considerarse este párrafo como un prólogo innecesario (ya que nunca existió debate real sobre este punto en el seno de la Iglesia) que trata de establecer el origen de la tradición judeo-cristiana. Los judíos ya se declaraban monoteístas, alejándose de los paganos y las religiones de los pueblos vecinos (persas, griegos, egipcios, etc.).

- Creo en un sólo señor, Jesucristo, hijo único de Dios, nacido del padre antes de todos los siglos. Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre [...]. Este punto toma como referencia las posturas de Arrio, Tertuliano, Justino u Orígenes (estos dos últimos eran padres de la Iglesia, y por tanto respetado por los católicos), que consideraban que Dios y Cristo eran dos personas distintas y no la misma, como considera actualmente la Iglesia. El Arrianismo fue condenado en el Concilio de Nicea, por lo que las doctrinas contrarias a la Trinidad son herejías. Especial mención tienen las palabras "Dios de Dios, Luz de Luz..." indicando, a diferencia de lo que Arrio postulaba, que Cristo es Dios vivo y no una criatura de Dios (incluso entendiendo que Cristo fuera una criatura perfecta). A priori, podría parecer ilógico pensar que Cristo, que vivió hace 2000 años, estuviera al inicio del tiempo. Pero la doctrina católica es clara: Padre, Hijo y Espíritu Santo, son manifestaciones de la misma persona, el Padre, o sea, que proceden del padre desde el principio de los tiempos. Por tanto ellos son en sí mismo Dios y no una obra de Dios (como lo es el hombre).

- [...] que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por  obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre. Eliminando de un golpe la doctrina gnóstica, según la cual sólo se salvarían unos pocos elegidos o iniciados. Además, los gnósticos creían en la dualidad carne-espíritu, según la cual la carne era impura y no podría haberse encarnado Dios en algo impuro, puesto que Dios es puro. Por tanto Cristo no era realmente humano, sino que lo parecía. Esto no es permitido por la Iglesia Católica, puesto que lo que realmente hace al Cristianismo único es el hecho de que Dios vino a la Tierra para nuestra salvación. 

- [...] Creo en el Espíritu Santo, señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, y con el Padre y el Hijo recibe la misma adoración y Gloria, y que habló por los profetas. Igual que en los puntos anteriores, se rechaza la idea de un Espíritu Santo distinto a Dios. En concreto rechaza la doctrina de los macedonianistas.

- Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. La Iglesia se denomina Católica desde sus inicios (o sea, universal) y por tanto no admite la existencias de varias iglesias federadas o conferedaras. Todos deben tener una misma idea de fe. Esta Iglesia es Santa y Apostólica, es decir, tiene por misión la evangelización del mundo. También condena la simonía (la venta de servicios y objetos eclesiásticos).

- Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Durante los primeros siglos del cristianismo surgieron herejías que consistían en el perdón de los pecados indiscriminadamente o en la condena eterna de los pecadores. En este sentido se consideraron herejía el Donatismo (donde los sacerdotes pecadores no podían ser admitidos en la Iglesia y debían ser expulsados, cosa contraria a la Iglesia Católica, que considera que todos los pecadores pueden ser perdonados por el sacramento de la Penitencia y si existe arrepentimiento real, volver al seno de la Iglesia). Se rechaza las doctrinas de la reencarnación explícitamente, ya que la resurrección será no en nuevos cuerpos sino total. Existe así mismo un único bautismo. El bautismo es indeleble y por tanto nunca se pierde ni tampoco se puede renunciar al él.