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lunes, 28 de febrero de 2011

La revolución blanca

Las noticias no son nada halagüeñas últimamente. Revoluciones por doquier. Ahora ha llegado el turno a la revolución blanca. No nos estamos refiriendo a una revolución política islamista o a una revolución pacífica de la nueva era. Hace unos días, el mercado de futuros de Nueva York alertaba de la más que probable escasez a corto plazo de azúcar. Las cosechas no han sido suficientes y los mercados no han sabido responder más que con el aumento del precio, merced a la ley de la oferta y la demanda.


UN MUNDO SIN AZÚCAR

El sueño de cualquier anoréxico u ortoréxico (y por qué no, de muchos lamentables nutricionistas) sería la desaparición del azúcar. El azúcar engorda, provoca caries, es dañino en las personas con diabetes (hasta el punto de provocar cangrenas y cegueras). En un mundo donde se demoniza hasta al mismísimo Dios, no era muy probable que un alimento tan goloso como el azúcar quedara impune.

La verdad sobre el azúcar es esta: se trata de un disacárido compuesto por glucosa y fructosa. El azúcar es nocivo para la salud en altas concentraciones en sangre. El organismo, ante un aumento de la concentración de azúcar, responde con la segregación de la insulina, hormona que ayuda a incorporar el azúcar a las células y así eliminarla del torrente sanguíneo. Además, los riñones filtran el azúcar sobrante y la expulsan con la orina. En todo caso, el azúcar puede también transformarse dentro del organismo en glucógeno, polisacárido que permite almacenar el azúcar para épocas de escasez en el cuerpo, como ocurre con las grasas. De hecho, el azúcar, superado el nivel de glucógeno que admite el cuerpo humano, se transforma en grasas, que finalmente se depositan por todo el cuerpo hasta que se gastan.

Todo parece indicar que el azúcar es algo nefasto. Sin embargo, todo el mundo parece olvidar que el azúcar está considerado por la OMS como alimento de primera necesidad, al nivel de la leche, los huevos o el pan. Una dieta compuesta por estos cuatro alimentos sería suficiente para que viviera una persona saludablemente. Algunos dirán que olvidamos las vitaminas. Eso es porque ellos mismos no saben qué es una vitamina y que cualquier alimento de origen animal, como el huevo, contiene vitaminas. La carne, el pescado, etc. contienen vitaminas. Es verdad que una fruta o verdura, como la zanahoria, posee una dosis muy superior de vitamina A que un huevo pero éste también tiene una cantidad importante.

Lo mismo ocurre con el azúcar: es un alimento básico. El cerebro básicamente se alimenta de glucosa y en caso de no encontrarse en cantidad suficiente, la fabrica a partir de otros nutrientes. No podemos prescindir de esta fuente de energía corporal. Por supuesto que hay sustitutos naturales para el azúcar (los endulzantes artificiales, como la sacarina o el aspartamo, carecen de valor nutritivo). La glucosa se encuentra presente en el mosto o zumo de uva principalmente. Sin embargo, su obtención es costosa y es mucho más interesante usar esta glucosa en la industria del vino, transformándola en alcohol. La fructosa es también un endulzante más caro que el azúcar y además mucho menos dulce que ésta, por lo que se necesita más cantidad. La fructosa es el azúcar propio de la miel.


LAS RAZONES DEL INCREMENTO DEL PRECIO

Por todas las razones expuestas anteriormente, el azúcar sigue constituyendo hoy un alimento básico. El azúcar se obtiene básicamente de dos plantas: la caña de azúcar (cultivo principal) y la remolacha azucarera. La caña de azúcar se cultiva principalmente en países tropicales. La remolacha se cultiva en el resto del mundo, en climas templados (por ejemplo, en Europa).

Hasta aquí todo parecería indicar que dos cultivos, independientes, que pueden proporcionar alimento dulce a toda la humanidad, no debería sino solucionar el problema y tener la materia prima en un valor comercial barato. Alguno más perspicaz será incluso capaz de anticipar que ante una mala cosecha los precios subirán, pero si la cosecha es muy buena, los precios caerán. Pero todo esto es igual en cualquier cultivo. Entonces, ¿no es eso lo que ha ocurrido esta vez? Sí y no. En efecto, las cosechas no han sido buenas, pero además, hay que conferirle a todo esto el valor de las prácticas en los países occidentales.

Empezaremos por la leyenda. El uso de biocombustibles, en concreto de bioetanol, cuya materia prima es azúcar de caña, de la misma manera que su homólogo el biodiesel, ha encarecido el precio de la materia prima. Esto podría suponer una alerta, ya que los intereses comerciales podrían estar imperando sobre los legítimos intereses de alimentación de los seres humanos. La solución a esto es realmente fácil: dotar una mayor área de cultivo. Entonces, los ecologistas pondrán el grito en el cielo y dirán: ¡Dios, la destrucción de la selva y sus monos! Siempre me ha gustado poner una nota de cordura ante los fanáticos. ¿Quién dijo que hubiera que talar la selva? Eso es propio de los salvajes (y no miro a nadie, salvo a Brasil, que suele ser el país que suele estar en la mira de todos y que ha sido realmente el causante de la crisis azucarera actual). La cuestión pasa por otro idea mucho más revolucionaria: el uso de excedentes alimentarios y/o el uso de terrenos baldíos.

Lo primero traería como consecuencia la ruptura de las leyes de la oferta y la demanda, ya que una persona jurídica o sociedad mercantil tiene todo el derecho a adquirir un bien como el azúcar y emplearlo donde bien quiera, incluso tirarlo a la basura. Lo segundo podría suponer una falta de beneficios para la empresa que apostara por el cultivo poco eficiente del terreno baldío. Sería por tanto necesario no aplicar una política global, sino una política local en virtud a excedentes-disponibilidad de campos.

Queda, por supuesto, una tercera opción. Cuando hablamos de azúcar hemos dado por hecho que el cultivo sería la caña. Esto implicaría que enriquecimiento (y problemas) a los países tropicales o en vías de desarrollo. ¿Y la remolacha? Su cultivo es más caro, puesto que se realiza en países desarrollados, lo que no resulta demasiado rentable, si su precio no es alto. Insistamos en la idea, señores. ¿Por qué no cultivar en Europa y EE.UU. esos cultivos que ahora sí que podrían ser rentables?

La respuesta es clara y no se trata, como quieren hacerles creen nuestros políticos y multinacionales, de que sea más caro producir en Europa o EE.UU. que en China, Brasil o Cuba. La respuesta está en que occidente ha criado a una pandila de vagos, que identifican el trabajo rural con vergüenza, oprobio, dureza, sacrificio y esclavitud. ¡Falso! Rotundamente falso. El caso de la América profunda o de Países Bajos es un paradigma de lo que estamos hablando aquí. Sus agricultores son personas respetadas, en muchos casos opulentas, con maquinaria complicada, que requiere una especialización avanzada, lo que les convierte en personas muy instruidas. Además, estos agricultores viven en un entorno mucho más saludable para ellos mismos y sus hijos, con mucho menos estrés. El caso es que Europa fundamentalmente ha pretendido hacer suya la máxima alemana y japonesa de "vender maquinaria cara para comprar alimentos baratos". Sin embargo, ¿quién alimentará a Japón o a Alemania ante un eventual cierre de fronteras? Estamos hablando de más de 200 millones de personas pasando hambre por la falta de previsión de sus políticos. De todas maneras, Alemania siempre ha sido un país con cierto nivel de previsión y el campo alemán, sin llegar al nivel neerlandés, está a la altura de otros europeos como Francia, Italia o España.

Muchas veces olvidamos lo básico y luego nos quejamos o peor aún, nos lamentamos. A veces resulta realmente ridículo ver a diez o doce amigos pidiendo un teléfono móvil o una calculadora para dividir la factura de una comida. 17,50 entre 6, ¿realmente no saben dividir esto con su cabecita? Una más difícil, 324 entre 38, ¿es que no saben coger un papel y un bolígrafo? Así pasa, en mayor medida, con los países: parece que los pilares básicos de la economía se pierden y luego se lamentan (como lo hizo Obama) de que no han educado a sus ciudadanos en la mentalidad del trabajo duro y del quehacer diario. En su lugar se ha educado a la gente en competitividades absurdas como viajar a la India, tener una casa en Saint Moritz o veranear en Miami con un Ferrari.

Después culparán a la televisión de todo eso. Y mucho después a usted, por no gastar el poco dinero que le queda a final de mes.

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