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jueves, 24 de febrero de 2011

El azar como auténtico símbolo del mal

Pocas veces nos percatamos de la importancia de las cosas cotidianas. Ocurren y ya está. No nos sorprende apreciar a diario los efectos de la fuerza de la gravedad, por ejemplo, a pesar de lo extraordinario del fenómeno.

Algo así ocurre con la suerte. Constantemente nos quejamos de la mala suerte. Su nombre lo indica: mala suerte. Es decir, hay una suerte mala, dañina, que nos genera dolor. Por el contrario, existe una suerte que sería beneficiosa: la consideramos "buena suerte".

Esto es obvio y cotidiano, dirán. Entonces volvemos a lo dicho desde el principio: las cosas ocurren y ya está. La buena suerte ocurre; la mala suerte ocurre.

¿Qué es, entonces, la suerte? La suerte o azar es la aparición de cualquier fenómeno inesperado. La suerte es lo contrario a pronóstico, es decir, la seguridad de que aparezca un fenómeno. Existe toda una ciencia, la estadística, que se ocupa de calcular la facilidad o dificultad para que cierto fenómeno aparezca. La estadística no es más que la ciencia que trata de convertir la suerte en pronóstico. No nos ocuparemos aquí de analizar dicha ciencia. Lo que sí es interesante es entender que la estadística se ocupa de convertir la suerte en pronóstico, pero no se ocupa de estudiar los pronósticos. De esto se encargarán otras ciencias, como la física o la química, en la que unos fenómenos que se pueden predecir se analizarán para conocer qué los causan.

Esta es la concepción clásica e individual de la palabra "suerte". Hay buena y mala suerte. Por tanto, también puede existir suerte neutra (al menos desde un punto de vista global o general). Por ejemplo, una reunión de amigos que juegan al backgammon no puede considerar "mala suerte" o "buena suerte" el que un dado saque un 6 o un 3. Esto podríamos considerarlo realmente como "suerte neutra", es decir, aquella de la que no se espera que nos afecte a nuestra vida cotidiana.

Sin embargo, vamos a demostrar precisamente lo contrario en el caso social: no hay "suerte neutra". Tampoco, como se verá, para la sociedad occidental puede considerarse que exista "buena suerte". Para la sociedad occidental, toda la suerte es mala. Es decir, el concepto suerte viene ya con la connotación maligna.

Tratemos de entender esto: todas las políticas sociales van encaminadas a reducir el factor suerte, demonizándolo. La atención a discapacitados es un claro ejemplo de tratar de aminorar los efectos de la, en este caso,mala suerte. Las políticas a favor de las clases bajas tratan de aminorar los efectos de la "mala suerte". Las políticas a favor de la mujer tratan de aminorar los efectos de la "suerte neutra". Ser mujer u hombre es algo fortuito. No decidimos ser hombres o mujeres. Ni siquiera lo decidieron los padres. Ahora, con la fecundación in vitro, sí que se puede, pero no se podía hasta hace mucho. Así podríamos avanzar y dar ejemplos.

Todos dirán que esta idea de aminorar los efectos fortuitos ha sido una gran idea de la humanidad. Cierto. En verdad se equilibran ciertos desajustes que nadie tuvo la intención de que ocurrieran. Sin embargo... ¿qué ocurre con la "buena suerte"?

Ya hemos visto en otra ocasión que la entropía del universo tiende a aumentar. Eso significa que el desorden o caos tiende al aumento, o lo que es lo mismo, la probabilidad de que ocurran fenómenos "malos" tiende a aumentar con los siglos. Pero como diría Hawkings, ¿alguien se ha planteado en qué estado estamos del universo?¿Estamos en los inicios, en el final..? De ser así, podría ocurrir que todavía a día de hoy fuera más problable (a diferencia de lo que afirman las leyes de Murphy) que la tostada cayera por la cara no untada. En cualquier caso, bromas aparte, sabemos que localmente las entropías pueden disminuir, lo que en principio no debería preocuparnos, por mucho que aumentara la entropía global, ya que la local permanecería mejor.

Siguiendo con el tema social, ocurre que aquel que tiene algo de buena suerte queda demonizado por la sociedad occidental. La sociedad sólo reconoce la "mala suerte". "Nadie puede tener buena suerte cuando los demás tienen mala suerte, ya que eso es como hacer un pacto como el demonio", afirmarían. O sea, que si nos toca la lotería o polla, que sepan que el gobierno nos quitará "la buena suerte", al menos en gran parte.

Hasta aquí, habrá algunos (los que tienen mala suerte) que vean bien que a los que tienen buena suerte les quiten su suerte. ¿Pero y si esa "buena suerte" fuera ficticia? Como saben, son muy pocos los que tienen realmente "buena suerte" y muchos los que tienen las cosas por méritos propios? El trabajo y la constancia son la suerte más grande que hay. ¿Qué hace la sociedad con los constantes y trabajadores? ¡Los trata como a gente que ha tenido buena suerte! Es decir, en la sociedad occidental, los medios de comunicación y la gente en general culpa y demoniza al buen trabajador, tachándolo de suertudo.

Así, si un hombre es jefe de una mujer, es porque ella tiene mala suerte de haber nacido mujer y el Estado debe garantizar la ausencia de suerte. Sin embargo, lo contrario es política de igualdad, lo que significa que no ha existido suerte. Si alguno es rico, es que tuvo suerte. Pero si alguien se arruina, es que fue merecido. Sólo cuando uno es o, mejor dicho,  parece pobre, entonces, tiene mala suerte.

La moral occidental lucha constantemente por aminorar la suerte. Algo que el individuo lo considera mágico y al mismo tiempo prometedor y que, de manera general, suele ser favorable (para ser sinceros, a todos nos va mejor de que realmente nos quejamos), la sociedad lo recrimina.

Nunca creeré en un sistema donde se fomente la debilidad. La búsqueda de la ausencia de suerte es algo malo en el fondo. Se trata, en definitiva, de la búsqueda de la trivialidad, de la laxitud, de la ausencia de vida, de fracaso y ¿por qué no? de éxitos. Cada vez más, en los regímenes democráticos, se busca la fórmula del reproche al luchador, tildándolo de fortuito. Y cada vez más se llegará a un momento en el que nada quede al azar.

Estamos perdidos. No hay esperanza.


P.D. A principios del siglo XIX, el matemático Laplace, padre de la estadística, afirmaba que si pudiéramos conocer todas las condiciones en todo momento y en todo lugar (cosa que se conseguiría con el avance de las ciencias) seríamos realmente capaces de pronosticar cualquier fenómeno, incluida la voluntad humana. O sea, que seríamos capaces de conocer, años vista, si un hombre nacería, si sería un asesino, si tendría hijos, etc. En otras palabras, Laplace demostró que el libre albedrío no existía y todo estaba determinado desde el principio de los tiempos. Tampoco existiría por consiguiente la libertad, ya que nada es aleatorio.

Durante más de 100 años esta teoría imperó y por tanto, incluso la mismísima Biblia, cuando Dios otorga al hombre la libertad, quedaba en entredicho. Sin embargo, en 1927, Werner Heisenberg demostró el principio de incertidumbre, según el cual, es imposible conocer con total exactitud la posición y la velocidad de una partícula. La materia está constituida por partículas, lo que impediría de cualquier forma poder conocer en todo momento y lugar las condiciones de las partículas. Quedaba demostrado que la acción de la suerte, como decían los griegos, es inevitable.

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