Algo que debe preservar cualquier estado democrático es la libertad de expresión. Por supuesto que no se puede considerar un derecho fundamental (como viene recogido en la carta de Derechos Humanos), sino que debe ser un derecho preservado, ni más ni menos.
A lo que se refieren los Derechos Humanos es a la parte teórica del problema. Un sabio, por ejemplo, Gandhi, alguien cuyas creencias, sean acertadas o no, están basadas en argumentos fuertes, puede y debe expresar su opinión y su conocimiento. La propia lógica le dará o no la razón. Por otro lado, a lo que nos estamos refiriendo aquí, es a la parte práctica del problema. Todos deben tener acceso al derecho, pero no a todos se les puede permitir hacer uso de él. Sirva esto mismo al derecho del voto universal, lo cual es una incongruencia en sí mismo.
Tener acceso a la libertad de expresión quiere decir que cualquier ciudadano pueda expresar sus ideas libremente, sean estas contrarias o no al régimen político o social. Permitir el derecho a la libre expresión es otro asunto distinto. Ningún estado, democrático o no, debería permitir que un ciudadano cualquiera se expresara libremente, sino que debería cumplir unos requisitos para poder hacer uso del derecho.
Por poner un ejemplo. Sólo los médicos o tecnólogos de la salud podrían ejercer el derecho a libertad de expresión acerca de la bondad de un fármaco. Otros expertos de materias distintas también podrían ejercer ese derecho, previo consentimiento del Estado. Lo que nunca se podría permitir sería que en público un analfabeto cuestionara libremente lo dicho por un experto. Estamos hablando en serio, es decir, las opiniones de taberna, entre amigos o con la familia nunca han sido objetos de una problemática en la libertad de expresión. Lo que regula este derecho es a la libre expresión en público. El Estado debería velar por ello.
Admito que estoy libre de cualquier tipo de prejuicio social o político. Estoy por encima de las opiniones inconexas e hipócritas de los que se autodenominan políticos democráticos, los cuales, una vez que llegan al poder, forman una élite y se olvidan del pueblo. Prefiero cien veces a un dictador sincero antes que a un demócrata hipócrita. Reconozco que, mal que nos pese, muchas de las opiniones que expresamos libremente (nótese el matiz), están mediatizadas. ¿Cuántos pueden decir de los que están aquí presentes que sus circunstancias o su empleo no le obligan a decir cosas de las cuales no están convencidos? Me refiero a que muchos fumadores se convencen de su error de seguir fumando alegando "personalidad" o "libertad", cuando realmente, si por ellos fuera, lo dejaban inmediatamente. Es el infantil miedo a la exclusión social.
Podemos trabajar en una fábrica de automóviles X e incluso siendo un automóvil de una pésima calidad defenderlo en aras de no perder su puesto de trabajo. Es por ello por lo que el Estado debe regular, por ley, la libertad de expresión, que aunque está regulada de manera legal en muchos países, realmente son expresiones falsas y que inducen al error.
Libertad de expresión, sí; libertad de contar cualquier cosa, no. Libertad al insulto calumnioso, no. Libertad al insulto fundamentado, sí. Libertad de hacer uso del derecho a la libre expresión para golpear físicamente a adversarios, no; libertad de expresión para incitar a las personas a ser más activas, sí.
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