Hay una diferencia fundamental entre Europa e Iberoamérica. No se trata de una cuestión económica, ya que en Europa hay países muy pobres, como Rumanía, Bulgaria o Albania. No se trata de una cuestión política, ya que en ambos continentes socialistas y conservadores proveen realidades idénticas y bochornos idénticos. La principal diferencia entre ambos entornos continentales es el mestizaje. Europa es mucho menos mestiza que Iberoamérica. Incluso los Estados Unidos son, desde el punto de vista del mestizaje, un país europeo.
El mestizaje tiene sus ventajas, aunque también muchos inconvenientes. No podemos ser demagogos en esto. Por más que los países democráticos insistan en los beneficios sociales del mestizaje no podemos decir que éstos sean ciertos, al menos en parte. No es cierto eso de que con el mestizaje se solucionen para siempre los problemas y tensiones que adolecen los países occidentales. Analicemos un poco el tema.
Lo que ha ocurrido en Europa desde el fin de la Guerra Fría (y en EE.UU. en los últimos 150 años) ha sido la gradual aparición de inmigrantes extranjeros provenientes de los más diversos sitios. Turcos en Alemania, chinos en toda Europa; marroquíes, centroafricanos y ecuatorianos en España; argelinos en Francia, albaneses y tunecinos en Italia... Esta situación no es fácil de asimilar por los distintos países que se han visto en la paradójica situación de cohabitar con la opinión de los políticos y burgueses, por un lado, y de los ciudadanos de clase media por el otro. Lo cierto es que estos grupos extranjeros se han admitido, en muchos casos sin control, en el seno de sociedades que no querían (y probablemente no necesitaran, por más que insistan sus políticos en este término) que grupos exógenos vinieran a hospedarse en sus territorios. Es obvio que en esta situación no haya más que roces culturales y étnicos. No es cierto, ni mucho menos, que la interculturalidad traiga la paz y que la integración sea el vehículo de una sociedad más madura y responsable.
A nadie se les escapa, por tanto, que en Europa y EE.UU. haya dos únicas maneras de afrontar el problema: la integración y la exclusión. La primera es la forma que Europa ha considerado oportuna. La segunda es la forma que EE.UU. considera desde hace 150 años como oportuna. No es factible (ni nunca lo fue) el mestizaje en estas sociedades, ya que el hombre blanco ha sido (y es) por antonomasia, la raza pura.
No quisiera empezar aquí un debate racial estúpido. Únicamente es una cuestión histórica. Desde las mismos orígenes de los pueblos arios, tal y como narran las tradiciones védicas, los pueblos no arios eran relegados a una casta inferior. Con esto no se trata de justificar ninguna teoría racial, sino simplemente explicar por qué en los países europeos no prosperará el mestizaje, por más que se empeñen los gobiernos. A ningún descendiente ario, mal que nos pese, le resulta baladí el tema de la raza. Es como le ocurre al cristiano. Muchos cristianos viven en un mundo laico e incluso no practica su religión. Sin embargo, nunca les quiten sus iglesias, sus santos o sus vírgenes, so pena de ser agredidos.
En esta situación florecen lo que se denominan tribus urbanas. Al margen de las tribus urbanas clásicas de Reino Unido de los años 70 y 80 (punk, hippie, metal, gótico, grunch, etc.), han florecido en Europa sobre todo las denominadas maras (o pandillas de hispanoamericanos o descendientes) y las bandas de inmigrantes magrebíes, rumanos, albaneses y ex-yugoslavos. Como su nombre indica, se comportan como tribus en la selva, con sus propios ritos y costumbres, leyes, jefes y en total competencia con el resto de las bandas o tribus. Esto se traduce en agresiones esporádicas (o en algunos casos incluso sistemáticas) a otras tribus o incluso a la población autóctona.
Se abre entonces un singular debate. Esas tribus existen porque nadie los ha integrado. Es decir, el hombre blanco europeo no ha integrado a otras culturas en su seno. Éste se defiende, con razón, argumentando que son los extranjeros los que se tienen que integrar en la sociedad que los acoge y no integrar sus costumbres a la tradición autóctona. El demagógico debate del enriquecimiento cultural está más que explotado. Es más, en el caso concreto de Europa, el enriquecimiento cultural ha sido más bien un empobrecimiento cultural, debido a que lo único que aportaron estos grupos de extranjeros ha sido algún ritmo musical, dejando por contrapartida un auge de la superstición y los curanderos en la población autóctona, al tiempo que una conciencia mucho más racista.
Las tribus urbanas son un fenómeno propio de regímenes permisivos y débiles. Las democracias occidentales son regímenes muy permisivos, que conllevarán, como afirmaba Platón, o bien el fin de la democracia o bien el muy probable comienzo de la tiranía. Eso siempre pasó y siempre pasará.
Entonces, llegamos al final de la cuestión. Si esos grupos no han conseguido adquirir, porque el hombre blanco europeo no lo admite, la condición de ciudadanos integrados en sus respectivas comunidades, ¿por qué no aprender de los países iberoamericanos, donde el mestizaje, practicado desde hace siglos, ha evitado la aparición de estas tribus urbanas (salvos las clásicas, como comentamos)? En cualquier caso, incluso, nadie salva de las maras a estos países. Analicemos, empero, la cuestión del mestizaje. Es muy poco probable que en los países iberoamericanos haya conflictos raciales y/o culturales. ¿Significa eso que el fin de las violencias raciales es el mestizaje?
Ya apuntamos al principio de este comentario que el mestizaje tiene muchas ventajas, pero un inconveniente fundamental. Al margen del obvio fin de las razas puras, el mestizaje conlleva un serio problema a largo plazo. El mestizaje pervierte la conciencia cultural, de tal manera que cuanto más mestizo es un pueblo (como ocurre con, por ejemplo, Brasil o Colombia), tanto más irresponsable se vuelve. Seguro que muchos antropólogos, sociólogos y demás expertos en comportamiento humano discrepan de esta afirmación pero ellos no saben que su negativa se basa en prejuicios. Estos prejuicios son obra de las democracias modernas, que no pueden permitir que sus creencias más íntimas se vean refutadas por la realidad.
El mestizaje, como su nombre indica, es la mezcla. No nos referimos sólo y exclusivamente a mestizaje racial, sino también a mestizaje cultural. La experiencia iberoamericana nos ha demostrado que los pueblos donde el mestizaje es muy acusado son pueblos mucho más felices (en el sentido de alegría) y más pacíficos. Esto a priori es el objetivo del ser humano: la felicidad. Sin embargo, nos olvidamos de que la vida humana no consiste exclusivamente en sonreír, sino que el trabajo oneroso es inherente al ser humano (como si fuera el castigo de Adán). Los pueblos mestizos crecen económicamente en menor proporción que el resto de los pueblos. A pesar de que actualmente las mayores tasas de crecimiento se dan en países caribeños e iberoamericanos, que son mestizos, esto no es sino una tesitura coyuntural a la crisis económica y la evasión de capitales a la vista de la explotación de nuevos mercados. Crecen económicamente los países, no así los ciudadanos. La especial predilección del mestizo a evitar los problemas y a sacar una solución pacífica es motivo suficiente para esta situación.
Así pues, el mestizaje trae una mayor "felicidad" de alma, pero un mayor sufrimiento corporal. Entonces algún pacifista o algún idealista dirá: ¡exacto, el mestizaje es la solución, porque el alma está por encima del cuerpo! A esto se le contesta fácilmente con las palabras de Descartes, que habían sido pronunciadas antes por Platón: la filosofía y la auténtica felicidad aparecen cuando se está ocioso y bien comido.
Dejemos la demagogia a un lado y fomentemos la paz mundial no buscando nuevas soluciones sino admitiendo que los pueblos deben desarrollarse por sí mismos, sin ayuda exterior, basándose en el principio de austeridad y de cooperación, sin renunciar al premio que constituye la propiedad privada. Decir esto es mío y de nadie más es suficiente felicidad (al menos por un instante), ¿no creen?
El mestizaje tiene sus ventajas, aunque también muchos inconvenientes. No podemos ser demagogos en esto. Por más que los países democráticos insistan en los beneficios sociales del mestizaje no podemos decir que éstos sean ciertos, al menos en parte. No es cierto eso de que con el mestizaje se solucionen para siempre los problemas y tensiones que adolecen los países occidentales. Analicemos un poco el tema.
Lo que ha ocurrido en Europa desde el fin de la Guerra Fría (y en EE.UU. en los últimos 150 años) ha sido la gradual aparición de inmigrantes extranjeros provenientes de los más diversos sitios. Turcos en Alemania, chinos en toda Europa; marroquíes, centroafricanos y ecuatorianos en España; argelinos en Francia, albaneses y tunecinos en Italia... Esta situación no es fácil de asimilar por los distintos países que se han visto en la paradójica situación de cohabitar con la opinión de los políticos y burgueses, por un lado, y de los ciudadanos de clase media por el otro. Lo cierto es que estos grupos extranjeros se han admitido, en muchos casos sin control, en el seno de sociedades que no querían (y probablemente no necesitaran, por más que insistan sus políticos en este término) que grupos exógenos vinieran a hospedarse en sus territorios. Es obvio que en esta situación no haya más que roces culturales y étnicos. No es cierto, ni mucho menos, que la interculturalidad traiga la paz y que la integración sea el vehículo de una sociedad más madura y responsable.
A nadie se les escapa, por tanto, que en Europa y EE.UU. haya dos únicas maneras de afrontar el problema: la integración y la exclusión. La primera es la forma que Europa ha considerado oportuna. La segunda es la forma que EE.UU. considera desde hace 150 años como oportuna. No es factible (ni nunca lo fue) el mestizaje en estas sociedades, ya que el hombre blanco ha sido (y es) por antonomasia, la raza pura.
No quisiera empezar aquí un debate racial estúpido. Únicamente es una cuestión histórica. Desde las mismos orígenes de los pueblos arios, tal y como narran las tradiciones védicas, los pueblos no arios eran relegados a una casta inferior. Con esto no se trata de justificar ninguna teoría racial, sino simplemente explicar por qué en los países europeos no prosperará el mestizaje, por más que se empeñen los gobiernos. A ningún descendiente ario, mal que nos pese, le resulta baladí el tema de la raza. Es como le ocurre al cristiano. Muchos cristianos viven en un mundo laico e incluso no practica su religión. Sin embargo, nunca les quiten sus iglesias, sus santos o sus vírgenes, so pena de ser agredidos.
En esta situación florecen lo que se denominan tribus urbanas. Al margen de las tribus urbanas clásicas de Reino Unido de los años 70 y 80 (punk, hippie, metal, gótico, grunch, etc.), han florecido en Europa sobre todo las denominadas maras (o pandillas de hispanoamericanos o descendientes) y las bandas de inmigrantes magrebíes, rumanos, albaneses y ex-yugoslavos. Como su nombre indica, se comportan como tribus en la selva, con sus propios ritos y costumbres, leyes, jefes y en total competencia con el resto de las bandas o tribus. Esto se traduce en agresiones esporádicas (o en algunos casos incluso sistemáticas) a otras tribus o incluso a la población autóctona.
Se abre entonces un singular debate. Esas tribus existen porque nadie los ha integrado. Es decir, el hombre blanco europeo no ha integrado a otras culturas en su seno. Éste se defiende, con razón, argumentando que son los extranjeros los que se tienen que integrar en la sociedad que los acoge y no integrar sus costumbres a la tradición autóctona. El demagógico debate del enriquecimiento cultural está más que explotado. Es más, en el caso concreto de Europa, el enriquecimiento cultural ha sido más bien un empobrecimiento cultural, debido a que lo único que aportaron estos grupos de extranjeros ha sido algún ritmo musical, dejando por contrapartida un auge de la superstición y los curanderos en la población autóctona, al tiempo que una conciencia mucho más racista.
Las tribus urbanas son un fenómeno propio de regímenes permisivos y débiles. Las democracias occidentales son regímenes muy permisivos, que conllevarán, como afirmaba Platón, o bien el fin de la democracia o bien el muy probable comienzo de la tiranía. Eso siempre pasó y siempre pasará.
Entonces, llegamos al final de la cuestión. Si esos grupos no han conseguido adquirir, porque el hombre blanco europeo no lo admite, la condición de ciudadanos integrados en sus respectivas comunidades, ¿por qué no aprender de los países iberoamericanos, donde el mestizaje, practicado desde hace siglos, ha evitado la aparición de estas tribus urbanas (salvos las clásicas, como comentamos)? En cualquier caso, incluso, nadie salva de las maras a estos países. Analicemos, empero, la cuestión del mestizaje. Es muy poco probable que en los países iberoamericanos haya conflictos raciales y/o culturales. ¿Significa eso que el fin de las violencias raciales es el mestizaje?
Ya apuntamos al principio de este comentario que el mestizaje tiene muchas ventajas, pero un inconveniente fundamental. Al margen del obvio fin de las razas puras, el mestizaje conlleva un serio problema a largo plazo. El mestizaje pervierte la conciencia cultural, de tal manera que cuanto más mestizo es un pueblo (como ocurre con, por ejemplo, Brasil o Colombia), tanto más irresponsable se vuelve. Seguro que muchos antropólogos, sociólogos y demás expertos en comportamiento humano discrepan de esta afirmación pero ellos no saben que su negativa se basa en prejuicios. Estos prejuicios son obra de las democracias modernas, que no pueden permitir que sus creencias más íntimas se vean refutadas por la realidad.
El mestizaje, como su nombre indica, es la mezcla. No nos referimos sólo y exclusivamente a mestizaje racial, sino también a mestizaje cultural. La experiencia iberoamericana nos ha demostrado que los pueblos donde el mestizaje es muy acusado son pueblos mucho más felices (en el sentido de alegría) y más pacíficos. Esto a priori es el objetivo del ser humano: la felicidad. Sin embargo, nos olvidamos de que la vida humana no consiste exclusivamente en sonreír, sino que el trabajo oneroso es inherente al ser humano (como si fuera el castigo de Adán). Los pueblos mestizos crecen económicamente en menor proporción que el resto de los pueblos. A pesar de que actualmente las mayores tasas de crecimiento se dan en países caribeños e iberoamericanos, que son mestizos, esto no es sino una tesitura coyuntural a la crisis económica y la evasión de capitales a la vista de la explotación de nuevos mercados. Crecen económicamente los países, no así los ciudadanos. La especial predilección del mestizo a evitar los problemas y a sacar una solución pacífica es motivo suficiente para esta situación.
Así pues, el mestizaje trae una mayor "felicidad" de alma, pero un mayor sufrimiento corporal. Entonces algún pacifista o algún idealista dirá: ¡exacto, el mestizaje es la solución, porque el alma está por encima del cuerpo! A esto se le contesta fácilmente con las palabras de Descartes, que habían sido pronunciadas antes por Platón: la filosofía y la auténtica felicidad aparecen cuando se está ocioso y bien comido.
Dejemos la demagogia a un lado y fomentemos la paz mundial no buscando nuevas soluciones sino admitiendo que los pueblos deben desarrollarse por sí mismos, sin ayuda exterior, basándose en el principio de austeridad y de cooperación, sin renunciar al premio que constituye la propiedad privada. Decir esto es mío y de nadie más es suficiente felicidad (al menos por un instante), ¿no creen?
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