Si hay algo realmente escandaloso y vergonzante en este mundo, eso es aparentar una acción bondadosa cuando realmente se quiere hacer una acción mezquina. Esa es la actitud de miles de grandes empresas en el mundo occidental.
Las siguientes situaciones son escalofriantes, vergonzantes y absolutamente deleznables, ya que se intenta justificar una ganancia económica apelando a los sentimientos compasivos más elementales del ser humano:
- Bolígrafos, camisetas, juguetes (o lo más reciente que he visto, pastillas farmacéuticas)... solidarios: se trata de productos pequeños o de mala calidad con motivo de recaudar fondos para los más necesitados. Aunque una parte vaya al fin dicho anteriormente, nadie parece recordar que alguien se está lucrando (aunque sea el fabricante de las camisetas).
- Cobrar las bolsas de la compra (que antes se daban gratuitamente) para hacer conservar el medioambiente. ¿Nadie se ha preguntado cuánto se ahorra un supermercado en bolsas con esta medida?¿Conservar el medio ambiente o sólo su ambiente financiero?
- Ser intolerantes contra cualquier opinión contraria a nuestro régimen político, el único que garantiza la libertad de expresión. ¿Dónde está entonces la libertad de expresión, si sólo podemos adorar al político?¿No es esta una manera de que el político tenga siempre un buen sueldo?
- Tener animales en casa es una muestra de bondad y de respeto a la naturaleza. ¿Y tener a la abuela en un asilo muriendo en soledad qué es?¿Se han fijado ustedes que la gran mayoría de amantes de los animales tienen a sus seres más cercanos abandonados y abominados?¿A quién sino a los vendedores de animales podría reportarle beneficios humanizar a los perros?
Esto que ven son solo unos ejemplos de lo que realmente ocurre continuamente en nuestra cultura occidental. Cada vez hay más control sobre lo que se dice y lo que se hace. El pensamiento único domina nuestras vidas. Ese único pensamiento ya saben cuál es: mínimo esfuerzo, máximo placer. Si fuera posible que por medio de dos electrodos en el cerebro tuviéramos continuamente orgasmos y una sensación de satisfacción de haber comido algo sabroso, entonces muchos ni siquiera se moverían de sus camas. Vivirían en sus camas. Morirían en sus camas.
Esta es la situación (y no ha cambiado mucho) que autores de la talla de Nietzsche advertían. El ser humano ha transvalorado o tergiversado sus valores. Donde radica el vicio, esto es, el lugar de la infelicidad, es donde el mundo actual ubica su placer y su felicidad. Nótese que para Nietzsche "vicio" no significa necesariamente algo "pecaminoso, ignominioso o inhumano" sino un aspecto vital que nos impide alcanzar una felicidad real, presente en el mundo, tangible.
El caso es que la felicidad (o mejor dicho, el modo de obtenerla) para la sociedad occidental está en hacer el bien común, sin indicar siquiera qué es el bien común. La idea que cualquier ciudadano del siglo XXI tiene sobre el bien común no se parece en nada a la idea que filósofos de la talla de Platón, Kant o Spinoza tendrían. Un ciudadano occidental da por hecho que cualquier comportamiento contrario a la tolerancia o a la compasión es inmoral, todo lo contrario a lo que cualquier sabio de la antigüedad defendería.
Así, para cualquier sabio sería una verdadera inmoralidad darle peces al hambriento. Más bien recomendaría enseñarle a pescar. Pero la sociedad actual es contraria a esta idea. Algunos la pregonan. "Lo que necesita la sociedad es más educación... falla la educación". ¡Ay, ingenuos! Precisamente son los menos educados los que abogan por solucionar el problema mediante educación. Eso dicen estos analfabetos, pero nada hacen. ¿Quién sería capaz de afirmar que un gobierno occidental estaría dispuesto a rehabilitar a los habitantes decrépitos de los barrios marginales? Hacer eso suena demasiado nazi, o sea, demasiado diabólico. En su lugar le dan casas nuevas o les enseñan a tocar la guitarra, alentando aún más su pereza y su desinterés. Porque mal que nos pese, nos quejamos de las causas pero nunca queremos admitir las consecuencias.
A mí todo me huele a verde. A dólares calentitos. ¿De verdad creen que un gobierno occidental va a buscar el bien común cuando esa búsqueda le puede traer su muerte política? No es una cuestión de ideología. Tanto la izquierda como la derecha democrática no pueden nunca buscar el bien común. Y los que pregonan que sí, mienten. Éstos tratan de canjear las obligaciones, las necesidades, el bien común por bienestar (opción típicamente de la derecha democrática). La izquierda no lo hace mejor. Trata de canjear las obligaciones por vulgaridad y por convicción social.
No se engañen. Todo es una tergiversación comercial.
Así, para cualquier sabio sería una verdadera inmoralidad darle peces al hambriento. Más bien recomendaría enseñarle a pescar. Pero la sociedad actual es contraria a esta idea. Algunos la pregonan. "Lo que necesita la sociedad es más educación... falla la educación". ¡Ay, ingenuos! Precisamente son los menos educados los que abogan por solucionar el problema mediante educación. Eso dicen estos analfabetos, pero nada hacen. ¿Quién sería capaz de afirmar que un gobierno occidental estaría dispuesto a rehabilitar a los habitantes decrépitos de los barrios marginales? Hacer eso suena demasiado nazi, o sea, demasiado diabólico. En su lugar le dan casas nuevas o les enseñan a tocar la guitarra, alentando aún más su pereza y su desinterés. Porque mal que nos pese, nos quejamos de las causas pero nunca queremos admitir las consecuencias.
A mí todo me huele a verde. A dólares calentitos. ¿De verdad creen que un gobierno occidental va a buscar el bien común cuando esa búsqueda le puede traer su muerte política? No es una cuestión de ideología. Tanto la izquierda como la derecha democrática no pueden nunca buscar el bien común. Y los que pregonan que sí, mienten. Éstos tratan de canjear las obligaciones, las necesidades, el bien común por bienestar (opción típicamente de la derecha democrática). La izquierda no lo hace mejor. Trata de canjear las obligaciones por vulgaridad y por convicción social.
No se engañen. Todo es una tergiversación comercial.
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