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domingo, 13 de marzo de 2011

Universidades, universitarios y académicos

"La sabiduría llegará un día a todos los seres humanos y el mundo entrará en una felicidad sin límites"

La sabiduría. ¡Qué fácil es hablar de ella! Todavía peor. ¡Qué fácil es pensar que es algo que puede obtenerse por la fe! No es, sin embargo, más que un mito. ¿No sería, acaso, un insulto a la humanidad que fuera más fácil obtener la sabiduría plena de todos los individuos que en ninguna otra época? Es un mito. El ser humano no puede ser ni tan sabio ni tan inteligente, al menos serlo todos los miembros que integran la humanidad.

El caso es que ya en el siglo XIX, si no antes, con el apogeo de las universidades nacionales y las grandes cátedras, sobre todo en la Alemania post-kantiana, comenzó a forjarse una seria crítica sobre los académicos y sobre todo el academicismo. Éstos sostenían una especie de régimen feudal en el que el rector representaba al Papa Universitatis [Papa de la universidad], los decanos eran Episcopi Universitatis [Obispos de la universidad], los académicos unos meros parlanchines, que actuaban como Sacerdotes Universitatis y por último, unos alumnos que eran la Vera Eclesia Universitatis [verdadera parroquia de la universidad]. Esta solemne burla de la Iglesia anterior a la Contrarreforma no podía pasar más que en la patria de la Reforma, Alemania.

¿Y qué es hoy, señores, la Universidad? ¿Acaso no sigue siendo lo mismo que hemos dicho? Salvo contadas excepciones de auténticas mentes prodigiosas (casos que ocurren por lo general en las universidades de EE.UU.), los académicos, decanos y profesores de universidad no son más que meros papagayos que han tenido la suerte de tener una larga lengua para lamer traseros. Quiero dejar bien patente que no me gusta generalizar en este aspecto concreto y que esta apreciación no la hago extensible a todos los grupos de profesores, becarios y estudiantes, ya que aún queda, por suerte, gente íntegra que aprecia más la verdad que la apariencia. De todas maneras no digo nada que no sea mentira y que todos los que hemos pasado por dicha institución hemos sentido en nuestras carnes.

Hay un error de fondo bastante acusable a estos "eruditos". El pensar que arrimarse a un profesor adjunto de un gran investigador (o peor aún, arrimarse a un simple profesor de una universidad de segunda) va a convertirlo en el nuevo Newton o en el nuevo premio Nobel. Tienen éstos la extraña impresión de que las capacidades se transfieren por contacto. Estos académicos y estudiantes (que son, por cierto, la mayoría de los académicos y estudiantes) demuestran que sus padres y el Estado perdieron tiempo y dinero con ellos, haciéndolos bueyes de los libros. Por poner un ejemplo futbolístico: diríamos que el hecho de jugar con Cristiano Ronaldo o con Leo Messi nos hará mejores jugadores, algo así como pro Divina Gratia. En absoluto: jugar con ellos nos facilita, pero no nos convierte en mejores jugadores. Si pudiéramos haber estudiado con Galileo, Einstein o Newton, no por ellos hubiéramos sido como ellos.

Un caso claro se ve en la Historia de la Química. Rutherford tuvo de alumno a Bohr y éste a su vez a Sommerfeld. Otros ejemplos, como los discípulos de Einstein podrían ser parecidos.  Esto nos haría pensar que uno dio paso al otro. Gracias a Dios, tenemos mejor lógica que estos "eruditos" y sabemos que Bohr fue alumno de Rutherford pero, ¿cuántos tuvo?¿Sólo a Bohr?¿Dónde quedaron los otros 100, 200 o 1000 alumnos? Aunque la universidad es, como ya dijimos, un mundo de long-tongues [lenguas largas], los académicos son como las madres: un sólo hijo les resulta demasiado arriesgado para perpetuar la especie. Así pues, seguro que éstos tuvieron otros muchos más alumnos, los cuales es probable hasta que hicieran alguna investigación o incluso alcanzaran cierta fama, pero lo cierto es que sólo uno de ellos suele progresar. Esto demuestra que un genio puede hacer progresar a otro genio, pero es imposible que un genio forme a otro genio de una mente estúpida.

El problema de la universidad, desde el siglo XIX, ha sido el mismo: la democratización de las aulas. La universidad era, hasta que llegaron los famosos cursos másters, el último peldaño educativo. Se entiende que una persona tras su paso por la universidad tiene conocimientos suficientes como para poder alcanzar los más recónditos saberes humanos. Esto es algo rigurosamente cierto, salvo por una circunstancia que seguro no se nos escapa: no hay demasiados buenos profesores.

Eché siempre de menos un genio a mi lado. Un auténtico profesor, un docente universal, un Leonardo Da Vinci moderno. Creo que a todos los que han estudiado y les ha importado saber les ha resultado una experiencia parecida. En la universidad moderna, sólo 3 de cada 10 estudian por saber. 7 de cada 10 estudian para trabajar en algo mejor y poder ganar más dinero. Es decir, buscan la utilidad, pero no el conocimiento. Son los modernos sofistas, que hoy aplauden a la izquierda y mañana a la derecha. De los que quedan sin corromper, diremos que sólo la décima parte son lo suficientemente adecuados para ser doctos.

Esto es algo conocido por todos. ¿Por qué entonces siguen estos académicos considerando que "todos somos capaces de alcanzar la plena sabiduría"? Respuesta: la erótica del poder, la sensación de admiración de superhumanidad que tiene el profesor ante el auditorio. Un profesor de universidad es un pequeño Hitler al que se le puede escuchar, pero no replicar. Y si acaso lo pillamos en una incongruencia, tendrá suficientes recursos como "esto queda por dado".

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