Dice Isa Ibn Ahmand al-Raqi que en tiempos de Anbasa Ibn Suhaim al-Qalbi, se levantó en tierras de Galicia un asno salvaje llamado Belay [Pelayo]. Desde entonces empezaron los cristianos en al-Ándalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder, lo que no habían esperado lograr. Los islamistas, luchando contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de su país hasta que llegara Ariyula, de la tierra de los francos, y habían conquistado Pamplona en Galicia y no había quedado sino la roca donde se refugia el rey llamado Pelayo con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían que comer sino la miel que tomaban de la dejada por las abejas en las hendiduras de la roca. La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron diciendo «Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?». En el año 133 murió Pelayo y reinó su hijo Fáfila. El reino de Belay duró diecinueve años, y el de su hijo, dos.
Esta es la versión musulmana de la Batalla de Covadonga, primera victoria cristiana contra las tropas musulmanas del Califato Omeya. Existen notables diferencias entre la versión cristiana de la batalla, más cercana al milagro y a la leyenda, y la musulmana, mucho más descriptiva y documentada. En lo que ambas versiones coinciden es en lo insólito del hecho, es decir, la pelea desigual de 300 hombres sobre un ejército muchísimo más numeroso (como ocurrió con Leónidas de Esparta) y la imposibilidad de derrotarlos. En la crónica cristiana se habla de victoria. En las crónicas musulmanas, como hemos podido apreciar, se habla de renuncia, de desánimo y posterior desprecio ante el daño que podía causarle el tener un prófugo en los montes de Galicia (realmente Covadonga está en la región de Asturias, aunque el cronista se confunde). De todas maneras, tampoco parece que la visión musulmana fuera totalmente objetiva, ya que parece que se trata de justificar o de enmascarar lo que bien pudo haber sido un asalto o escaramuza, que si bien no llegó a más, sí que pudo haber hecho bastantes bajas en el ejército. En este caso, la visión musulmana restaría importancia al hecho de estas pérdidas para centrarse en la posterior represalia.
El final de esta historia todos lo sabemos (o al menos sabremos deducirlo por lógica). Corría el año 722 y aquellos musulmanes no podían ni imaginar que haber dejado con vida a Pelayo y a esa banda de guerrilleros (aquellos 30 asnos salvajes) les traería 770 años después la expulsión de todo poder musulmán en la Península Ibérica.
¿Cuál fue el éxito de Pelayo y de los cristianos insurrectos? Es lógico pensar que fue la santificación del acontecimiento. Sea cierto o no que la virgen se apareciera para proteger a aquellos 300 hombres y guiarlos hacia la victoria en la batalla, es muy notable el arrojo que tuvieron para enfrentarse a un ejercito notablemente más numeroso, o en todo caso enfrentarse a las represalias por atacar un destacamento de fuerzas musulmanas, ya que lógicamente el siguiente paso sería enviar un contigente mucho mayor. Esta actitud de Pelayo y sus hombres significó el despertar de la conciencia libertaria de los hombres del norte de España y pocos años después se hablaría de reconquista de las tierras a los infieles. Aquel error de no esmerarse en eliminar a toda costa a Pelayo fue el que trajo como consecuencia la pérdida de todo siglos después.
Algo así pasa con nuestro Pelayo del siglo XXI. Es curioso que el nombre que usaban los musulmanes para llamar a Don Pelayo (Belay) sea tan parecido a Bin-Laden. Occidente finalmente ha despreciado a Bin-Laden, como hicieron los musulmanes con Pelayo. Cierto es que aquellos musulmanes, como nosotros hoy, eran conscientes de que había un insurgente que se dedicaba a realizar incursiones (razzias) contra las posiciones y los intereses musulmanes, pero perseguirlo era más costoso que mantenerlo localizado y confinado a no salir ni a relacionarse con el exterior, por lo que el problema estaba, cuanto menos, controlado.
También Occidente perdió miles de millones de dólares cuando fueron a buscarlo a las tierras de Afganistán. ¿Y dónde se esconde Bin-Laden? Todo apunta que, como ocurrió con Pelayo, en una montaña desconocida (en el caso de Bin-Laden, en el Pamir, según dicen). En todo caso, este individuo está "controlado". Eso decían aquellos musulmanes también, pero se equivocaban.
La solución al problema de Bin-Laden pasa por una revisión de las relaciones con los países árabes. Occidente es demasiado condescendiente con ellos. El terrorismo, como ocurría con las razzias, no es inevitable. Muchos hablan de Iraq o Afganistán como "nidos de avispa". Por supuesto que esto es así, cuando no se aplican las medidas correctas. La guerra, tras la Convención de Ginebra, se volvió un pacto de caballeros, en una especie de juego con reglas. No es posible jugar cuando el que tenemos enfrente no sigue las reglas.
El trato a los terroristas no puede ser un trato a "civiles armados". Realmente son guerreros, con armas de verdad, dispuestos a matar por creencias o por tierras. No se diferencian nada de una invasión de un gobierno legítimo o de una lucha fraticida en una guerra civil. Bin-Laden sabía esto, y lo sigue sabiendo. La solución a Bin-Laden comienza por la secularización de la idea de guerra santa, y aún más, de guerra santa hacia la victoria. Bin-Laden ha dado rienda suelta a una serie de mártires musulmanes dispuestos a dar su vida por sus creencias. Y no son 1 ni 2. Son miles. Acabar con esto es tan fácil o difícil como queramos.
Roma, durante las revueltas esclavas en las que participó Espartaco, tomó una decisión al respecto sobre las continuas insurrecciones. Al derrotar a Espartaco, los romanos crucificaron a unos 6000 esclavos apresados en la revuelta, a lo largo de toda la vía apia. Se dice que incluso se les prendió fuego para ir iluminando a las tropas vencedoras.
Estos métodos pueden parecer bárbaros, pero son totalmente disuasorios y si bien no acaban el problema, porque el ser humano es guerrero por naturaleza, sí que evitan actos violentos tan numerosos y tan lamentables como los que han ocurrido últimamente en Suecia, un país de sobra conocido por su estabilidad y relativa neutralidad. Un ejemplo de estos métodos disuasorios consistirían en hacer escarmientos que no tienen por qué ser necesariamente físicos (es más, el castigo, por lo general, es menos eficaz que la retirada de la gratificación). Así, por ejemplo, si un miembro de un país o región hiciera un ataque terrorista, por ejemplo, en Afganistán, un método disuasorio consistiría en prohibir la entrada a los templos de oración o cualquier acontecimiento religioso. Esto, obviamente, haría crecer el odio, incluso manifestaciones o alborotos. Es entonces, ante una respuesta violenta de los civiles, cuando está justificada la violencia, incluso tratándose de civiles, ya que en este caso pierden esa condición, al convertirse en guerrilleros. Obviamente, no es la mejor solución al conflicto. Todos deseamos el diálogo cuando se trata de resolver problemas, pero a veces, hay una de las dos partes (o ambas) que no desean dialogar. Es entonces cuando podemos hablar de casus belli.
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