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lunes, 13 de diciembre de 2010

El fin del hombre blanco

Siempre escucharemos a los grandes catastrofistas que señalan un acontecimiento final que traerá desgracias a todos los seres humanos o cuanto menos a un grupo numeroso. El fin del mundo, desde el inicio de la humanidad, es un acontecimiento innegable y esperado en todas las culturas. Nuestro conocimiento científico actual, además, nos corrobora esta hipótesis primitiva, aunque sabemos que esto ocurrirá dentro de millones de años. Para entonces este que les habla estará bien muerto.

En otras ocasiones, el acontecimiento esperado se basa en el principio de los ciclos: igual que cayeron imperios poderosos, nuevos imperios caerán. Cierto es que, nuevamente, nos enfrentamos a lo que se podría denominar vaticinio apocalíptico, en su sentido literal, en el que se nos está revelando una profecía que según sus defensores es bien conocida.

Una de esas conocidas premoniciones es la referida a los tiempos modernos, es decir, al fin de la cultura occidental y la absorción de la misma por los "nuevos bárbaros" (en particular China y los Países Árabes, aunque países como Brasil, aun siendo occidentales, se les coloca en el bando de los países en vías de desarrollo y por tanto contrarios a Europa y Estados Unidos.

¿Hay un motivo real de preocupación por el cual debiéramos pensar que los hombres blancos pudieran ocupar el puesto que en el pasado ocuparon, por ejemplo, los negros? Es decir, ¿sería posible pensar en una esclavitud de blancos o en el fin del mundo tal y como lo conocemos? Analicemos la situación actual. Ciertamente no se puede ser optimistas a este respecto. Europa y EE.UU. presentan un futuro muy negro frente a las economías emergentes. Nos recuerdan un poco a los dinosaurios, extremadamente fuertes y grandes, pero inadaptados quizá a la nueva situación económica, demográfica y política. Entonces, sí que es cierto. ¡Estamos ante un acontecimiento que sólo va abocado al desastre a menos que con una solución radical acabemos con todo esto!

En este preciso momento es cuando tenemos que volver en nosotros mismos, tras este momento de éxtasis catastrofista. ¿Es posible que por un momento podamos entender, sin crispación, lo que está ocurriendo en el mundo? El hombre occidental (el hombre blanco por antonomasia) ocupa actualmente una posición de preeminencia que es muy complicado que pudiera erradicarse en muchísimos años. Ciertamente sería complicadísimo que un país como EE.UU. perdiera su condición de superpotencia en espacio 10 o 15 años, salvo que ocurriera un fenómeno absolutamente inusual (una guerra civil, un desastre medioambiental que sumiera en hambre al país, etc.).

Tomemos algunos datos históricos y estadísticos como referencia:

1. La raza blanca es probablemente la raza más numerosa del mundo. Incluso países no plenamente occidentales y que los países occidentales sitúan en el "eje del mal" (como ocurre con Irán) pertenecen a la raza blanca, lo cual significaría que ante una posible hecatombe mundial, los blancos no perderían totalmente esa supremacía que tienen ahora.

2. Relacionado con el punto anterior, se sabe que ya en la antigüedad muchos pueblos de Europa, Egipto y de Próximo Oriente rechazaban en principio el trato con individuos de otras razas (como los nubios o los árabes, es decir, los habitantes de Arabia) debido a su color de piel. No es por tanto nueva la cuestión del racismo entre seres humanos y países. Esto supondría que habría durante décadas un auténtico clima hostil hacia los "nuevos invasores" de otro color, en caso de ocurrir este hecho. En el caso de que los invasores fueran blancos, probablemente la tolerancia entre los dos mundos, tanto por invasores como por invadidos, sería mucho más llevadero y ese supuesto "fin de occidente" sería más bien virtual.

3. El que el orden político y económico sea llevado por potencias ajenas a occidente no supone el fin de la cultura occidental. La expansión árabe del siglo VII se parece bastante a lo que está ocurriendo con China. En unos 50 años los califas se apoderaron de todo el Norte de África, Arabia, Oriente Medio y llegaron hasta la Península Ibérica y las proximidades del Indo, poniendo en jaque al mundo occidental. China y los Países del Lejano Oriente, con su política económica de bajos precios, éstán apoderándose de manera muy rápida de Occidente. Pero como ocurrió en aquella ocasión, a estos países les ocurrirá dos fenómenos, a saber:

a) Luchas internas por el poder. El dinero ganado muy rápidamente hace saltar las tensiones también muy rápidamente. Ya se alzan voces críticas en los sindicatos chinos sobre el clima laboral. No será difícil entender que en 5 o 10 años aparecerán "libertadores" en China. Esa democratización será, sin pretenderlo, el fin de la expansión China, como ocurrió con los Omeyas. Recordemos que la democracia es un invento de Occidente. La aplicación a otras culturas de la democracia sólo trae confrontación.

b) Conformismo. En un momento determinado, China no será capaz de aniquilar totalmente a economías de países como EE.UU., Alemania o una Rusia emergente. China se conformará con el control de media Europa, medio Estados Unidos y Japón. Ese conformismo será, por un lado, el fin de su expansionismo (necesitarán reorganizar sus "conquistas" económicas) y el inicio de su vuelta al mercantilismo. Ya ocurrió con Gengis Kan, que quedó a las puertas de Europa y necesitaron reorganizar su enorme estado, y aún más claro en el caso de los musulmanes, que no pudieron expandirse más allá de la Batalla de Poitiers, marcando el inicio de su final.

4. La sociedad occidental tiene una ventaja sobre el resto: desde sus orígenes míticos en el Rig-Veda, los hombres blancos han sabido ser por igual violentos, crueles y al mismo tiempo virtuosos. Organizativamente son muy capaces, mucho más que otras razas, puesto que no sólo son capaces, como los Orientales, de tener unas magníficas y eficaces administraciones, sino que además tiene una capacidad innovadora superior (probablemente a causa del frío y de la necesidad de seguir vivos día a día, cosa que en climas más cálidos no tan crucial). Además, tiene un afán bélico mayor que otros pueblos. Son, digámoslo así, no necesariamente más fuertes o ágiles que otras razas, pero sí más competitivos. Este particular estado de guerra perpetua (en el sentido de competitividad extrema) propia del mundo occidental presenta una ventaja ante las épocas de crisis.


En resumen, con esto no quiero decir que el hombre occidental sea imbatible. Al contrario, está sufriendo una situación que, si no sabe capearla, será irremediable a escala mundial. Pero igual que ocurrió con Alejando y los persas, los bárbaros en Roma o con los árabes en España, es poco probable que estos "nuevos dueños" de occidente acabaran con lo que sus precursores hubieran construido. Es mucho mejor disfrutar de las ventajas que otros hicieron antes que destrozar y reconstruir algo. Del mismo modo, como ocurrió con el Imperio Español, su crisis comenzó en época de Felipe III, pero su importancia política mundial no finalizó hasta casi 2 siglos después, con Carlos IV. Aun en el caso de que China u otros países tuvieran el control sobre occidente, muchos países como Francia, Reino Unido, Alemania o EE.UU, e incluso España o Italia, tendrían aún mucho que decir durante décadas.

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