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jueves, 16 de diciembre de 2010

En estado permanente de guerra

Una trágica noticia se escurría en mi bandeja de correo electrónico:

Un albañil asesinaba a su jefe y al hijo de éste con un arma de fuego, mientras tomaban café en un bar. Posteriormente, el albañil se dirigía a una sucursal de banco y asesinaba al director de la misma y a una empleada. Cuando la policía le detuvo, declaro que ya estaba satisfecho.


Ahora viene el momento del espectador. ¿Cuáles son los motivos que llevaron a este hombre al homicicio? Siempre tratamos de explicar hechos tan horribles. Las razones parecen ser que eran que el albañil, tras 10 años trabajando en la empresa, fue despedido. Además, llevaba sin cobrar 9 mensualidades. Por si fuera poco, sus jefes le pagaron el finiquito con un cheque sin fondos, de tal forma que el director del banco, obviamente, no pudo darle su dinero. Ante la situación, por venganza, cometió el asesinato.

Un asesinato nunca es excusable. No se trata ya de una cuestión moral, que también la es. Se trata en definitiva de una cuestión teórica, de la que muchos autores, entre ellos, Thomas Hobbes, han debatido. Para Hobbes, el hombre está en estado permanente de guerra. Esto significa que todos los hombres son capaces de cometer delito para obtener un recurso. Ese recurso puede ser material, sexual, político...., en definitiva, cualquier cosa que conduzca a satisfacer una necesidad. Este estado de guerra permanente es insostenible, incluso para los más fuertes, ya que la defensa de los propios bienes y recursos se hace imposible (el fuerte puede ser asesinado mientras duerme, un hombre fuerte no es más fuerte que tres o cuatro hombres débiles, etc.). En esa situación de desconfianza general ante la posibilidad de una pronta muerte nació la figura del Estado y del soberano. El pueblo, la tribu, la sociedad, cede parte de su libertad absoluta (libertad para apoderarse o disfrutar de lo que es suyo y lo que no es suyo) para que el Estado, mediante la figura del soberano o gobernante, medie entre los conflictos. Es ésta la primera vez que existe una corporación en defensa de la paz y de los derechos individuales. El Estado, por tanto, defiende nuestros derechos y penaliza a los que intentan obtener un recurso o un derecho que no le corresponde.

En la propia esencia del Estado permanece la idea de seguridad y justicia. El Estado es el mecanismo político que nos permite un reparto justo (lo cual no significa que sea equitativo) de los bienes, aplicando los conceptos de propiedad y disfrute. Sin embargo, en el caso de que el Estado y su aparato judicial no sea capaz de defender la propiedad y la justicia, entonces el Estado fracasa y el individuo se ve totalmente desprotegido, lo cual, como decía Hobbes, lo lleva nuevamente al estado permanente de guerra, ya que, como bien decía este autor, "donde no hay ley, no hay delito".

Insisto en que el asesinato, sea del tipo que sea es inexcusable. No hay que confundir asesinato con guerra o con genocidio, cuyo responsable último es el Estado. El Estado nunca asesina, ya que el Estado no es un ente físico que necesite satisfacer necesidades, sino que sus necesidades no son más que las necesidades de sus ciudadanos. El Estado quizá no siempre, pero en definitiva busca el bien común, ya que el Estado es, no lo olvidemos nunca, una agrupación y por tanto un garante del disfrute de todos sus miembros. No entraremos en más detalles sobre esta idea, que está fuera de este razonamiento. Si el asesinato es inexcusable es debido a que el Estado garantiza que pondrá los medios para ajusticiar al que comete delito y por tanto hará innecesario e inexcusable el asesinato.

¿Pero qué ocurre cuando el Estado deja impune al ladrón, al asesino, al timador, al delincuente? La impunidad ante la ley está cercana (aunque no es lo mismo) a la ausencia de ley. No es lo mismo, simplemente porque la ley existe, aunque no se aplique o no sea justa. Por tanto no está justificado, incluso en ese caso, el uso de la violencia o el homicidio para tener justicia. Este ha sido el caso que nos ocupa.

La actuación de este albañil es inexcusable y debe pagar con ello, con responsabilidad penal; pero ahora deberíamos pensar cuál fue la apreciación de este individuo. Si bien es inexcusable, es también innegable que su actuación merece francamente un atenuante, incluso si la acción ha sido premeditada. ¿Quién le podía asegurar y convencer de que él no estaba en ese "estado permanente de guerra" del que habla Hobbes? Este individuo veía que su derecho (percibir su salario) se estaba viendo afectado por la ineficacia judicial. Estoy seguro de que, quizá no en este caso, pero en miles de casos en todo el mundo, el ciudadano afectado apela a la justicia, y además puedo asegurar por experiencia propia que para poder pedir justicia primero hay que hacer un desembolso enorme de dinero para que posteriormente en el 90% de los casos, el "malo" salga absuelto o al menos perdonado en parte.

El mundo está cada vez más informado. El mundo sabe cada vez mejor sus derechos y las lagunas de la ley. El mundo está cada vez más cercano a un pseudo-estado permanente de guerra. De manera lógica, entendemos que aún existe una policía, una justicia y un Estado que garantiza nuestra seguridad. Pero a afectos individuales, evolutivos y psicológicos, nos da la sensación de que no existe una justicia para las pequeñas cosas y que la única forma de conseguirlo es realizando un acto de rebeldía y por tanto, a su vez, cometiendo un delito. Pero quiero insistir, como diría Freud o Sócrates, que cuando un señor, como ocurrió con este albañil, mata a otro en las circunstancias que lo hizo, no ha sido porque odiara a sus víctimas o porque quisiera apropiarse de lo que no era suyo. Lo hizo porque realmente sentía que estaba en ese "estado permanente de guerra" de Hobbes. Sí, está claro que pensando friamente la idea es del todo equivocada y hasta el más tonto sabría que cometía un delito. Pero insisto en la idea: cuando un individuo percibe que el Estado desaparece, que el Estado es ineficaz para la protección, entonces percibe que no existe, a efectos prácticos, el Estado, sino que se trata de un aparato de opresión, es decir, de un animal más de esta selva, y por tanto incluso nuestra integridad peligra.

El Estado debe ser el gran padre protector y diligente de todos y no un elemento alienado del ser humano.

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