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martes, 28 de diciembre de 2010

La estupidez del bilingüismo

Nada es más pernicioso a nivel educativo que la moda que hay en todos los países, y particularmente los de habla hispana, de convertir los sistemas educativos en bilingües.

Este que les habla puede ser tachado de cualquier cosa menos de detractor del conocimiento y la información. Sin embargo he de reconocer que cualquier sistema educativo que se base en la existencia o coexistencia de dos idiomas no trae más consecuencia que el deterioro del nivel formativo general de los individuos.

Partamos del concepto en sí: bilingüe es la persona capaz de expresarse correctamente a nivel oral y escrito en dos lenguas. Y la pregunta sería, ¿qué fuerza a una persona a aprender dos lenguas, es decir, dos códigos lingüísticos? La respuesta puede ser tan simple o tan complicada como queramos, ya que "parece" que los motivos pueden ser de lo más variopinto. Podemos afirmar que todas las respuestas posibles pueden englobarse en dos motivos fundamentales:

a) Necesidad de supervivencia: conocer dos idiomas permite contactar con un mayor número de interlocutores, lo que en términos evolutivos representa una mejor adaptación al medio y aumenta las posibilidades de sobrevivir en el mismo. Esto se traduciría en el mundo actual con una mayor competitividad empresarial y por tanto, conseguir mayores ingresos.

b) Vivir en un entorno bilingüe: cuando un individuo vive en una comunidad bilingüe, como es el caso de muchas regiones de Europa, España e Hispanoamérica, o cuando el individuo vive en un entorno familiar bilingüe (los dos progenitores hablan idiomas nativos distintos), de manera natural aprende el idioma.


Estas son las motivaciones del individuo. Es el momento de establecer el papel del sistema educativo en todo esto. El sistema educativo es un instrumento del Estado para conseguir el bien común. El aprendizaje y el conocimiento es la base para hacer una sociedad equilibrada. ¿Y qué pretende el sistema educativo bilingüe? Respuesta: el aprendizaje natural de dos idiomas para hacer a la sociedad más competitiva.

Hagamos un alto. ¿Hemos leído bien la respuesta? ¡Es una mezcla de los dos motivos fundamentales! Tratamos de aprender naturalmente lo que no es natural, tratamos de sobrevivir en un mundo globalizado apelando a que el entorno nos solicita ser bilingües. ¡¡ Todo falso!!

Existen multitud de estudios que demuestran que el aprendizaje de dos idiomas hace una mente más ágil. Esto es cierto. ¿Pero alguien se ha preguntado dónde se han realizado estos estudios? En comunidades bilingües, por supuesto. Enfrentaron los resultados con comunidades no bilingües. Entonces, tratan de demostrar que saber dos idiomas es mejor que saber sólo uno. ¿Y quién enfrentó en el estudio a colegios bilingües con colegios no bilingües en comunidades no bilingües? Es decir, enfrentar a colegios irlandeses o alemanes de México  con colegios españoles en México.

En mi experiencia docente he podido corroborar que el aprendizaje de dos idiomas (inglés y español, por ejemplo) en un entorno monolingüe (como por ejemplo, México), no sólo es ineficaz sino que es contraproducente. Aprender dos idiomas puede beneficiar, sin duda, al individuo, pero cuando ese aprendizaje se produce a costa de desatender otros conocimientos tan importante o más que el aprender un segundo idioma, entonces estamos llevando el fracaso a nuestros estudiantes.

Cada vez es más común que estudiantes de todas las edades aprendan dos y tres idiomas dentro de sus planes de estudios. Además, actividades como las deportivas o las artísticas tienen cada vez mayor cabida en el mundo occidental. Los defensores de la educación bilingüe apoyan el aumento de las horas de estudio. Este aumento es indefendible, ya que el día tiene 24 horas y los estudiantes son seres humanos y necesitan descansar y tiempo de ocio. No es posible tampoco tener una población estudiante hasta los 30-35 años, como se pretende en el mundo occidental, ya que es antinatural. Si el ser humano comienza a ser adulto con 14-15 años y legalmente con 18-21 años, no es inteligente ni ético pretender que se acaben los estudios con 30 o 35 años.

Mientras que el mundo occidental destroza su sistema educativo, países como Irán, China o India están formando a miles de ingenieros, matemáticos y científicos. En definitiva, ellos sí que son más competitivos que los occidentales.

Se nos ha olvidado una cosa: aprender idiomas es algo bueno, como conocimiento que es. Pero este conocimiento no es absoluto ni tampoco es mejor que aprender ciencia. Los gobiernos deberían pensar que un niño que jamás irá a Alemania o Polonia no debería aprender el idioma y aprender mejor conocimiento útil para su país. Lo mejor es que aprenda el idioma justo si es necesario. Pero esto, seguro que no les interesa desde el punto de vista político a los dirigentes.

El porqué de la ortografía (VI)

Se escriben con h todas las palabras que empiezan por hie-, hia-, hui-, hue-.

En principio, no existe una razón etimológica para asegurar dicha regla. Probablemente sea una razón fonética. La diptongación de las palabras dificultaba su pronunciación en los idiomas ibéricos en general, y en castellano antiguo en particular, cuando no venía acompañada de una consonante. Por tanto, al inicio de la palabra, se hacía necesario el uso de una pequeña aspiración (h, como ocurre en el inglés con house). Esa aspiración aún se conserva en algunas partes de Andalucía, Canarias e Hispanoamérica.

No existe razón etimológica porque palabras como hiena ya se escribían con h en latín y evolucionaron poco. Palabras como hueco o hueso (que proceden del latín occare y ossum) y huésped o huerto (del latín hospes y hortus) se escribían con h y sin h, por lo que no puede sacarse una regla general respecto a dicha diptongación, salvo que al inicio de la palabra era más fácil pronunciar el diptongo que el fonema /o/.

Respecto a hui-, practicamente se reduce al verbo huir y derivados, que provienen del latín fugere. En este caso sí se sigue la regla por la cual la h representa una reminiscencia de la f inicial latina, (haba, hierro, etc.).

domingo, 26 de diciembre de 2010

¡Cuidado con el microondas!

Son fechas señaladas, y como tales, la buena comida abunda. Un buen horno, unos buenos fogones y buenos ingredientes serán la combinación para crear buenos platos. También abunda, aunque menos, ese invento que es el horno de microondas, que tantas satisfacciones y sustos nos proporciona.

¿Está justificado el miedo al microondas? Pues depende. ¿Miedo a qué?¿A quemarnos? Obviamente, sí que está justificado. El microondas bien puede hacer hervir agua y provocarnos quemaduras. Todo cuerpo que contenga agua es susceptible de quemarse o alcanzar altas temperaturas ante la acción de las ondas electromagnéticas que hay en el interior. Pero si tenemos la precaución de coger los alimentos calientes con guantes anti-térmicos y de no meter al perro dentro del microondas, nadie resultará herido.

El funcionamiento del microondas es sencillo: se crea una radiación electromagnética de microondas por medio de un dispositivo denominado magnetrón. Las microondas orientan las moléculas de agua (que son dipolares y están orientadas aleatoriamente) en una única dirección. Entonces, el campo magnético cambia, lo que genera microondas que actúan en dirección opuesta. Este cambio se realiza a la frecuencia de microondas, es decir, entre 300 MHz y 3 GHz. Dicho de otra manera, las moléculas de agua cambian su dirección entre 300 y 3000 millones de veces cada segundo. Estas variaciones de dirección conllevan un intercambio de calor y por tanto un aumento de temperatura.

¿Es posible que se escape la radiación del microondas al exterior y nos queme? Podemos comprobarlo. La radiación de comunicación por teléfono móvil o celular es del orden de la longitud de onda de las microondas. Esto significa que si un horno microondas está aislado, no será posible que el teléfono pueda captar ondas en su interior. Por tanto, debería darnos fallo de comunicación o de cobertura al intentar conectar con él.

Por otro lado, las microondas son radiaciones no ionizantes (recordemos que son radiaciones menos energéticas que la luz visible, es decir, nos quemaría antes la luz de una lámpara que la de un microondas). A pesar de lo que piensa la mayoría de la gente, las radiaciones del microondas no provocan cáncer ni dolencias similares. La radiación de microondas no es más dañina que mirar la televisión (que también emite en el canal de las microondas, en el UHF).

Cabría entonces preguntarse por qué el microondas puede llegar a carbonizar, literalmente, un pollo. Se trata de una cuestión de irradiancia, es decir, de W/m2. Una radiación aún menos potente que la de microondas es la radiación de infrarrojo. Como todos sabemos, la radiación de infrarrojo es invisible y sólo detectable por las cámaras de infrarrojos. Pero de todos es también conocido que el horno de casa, a 250 ºC, aunque tenga el mismo aspecto que cuando está frío (es decir, no presenta coloración roja propia de hierros calientes), puede llegar a provocarnos graves quemaduras. La razón está en la cantidad de energía por m2 capaz de intercambiar en ese momento. Mientras que el suelo de casa posee poca energía, el horno tiene mucha y ambos emiten radiación infrarroja.

Si se escaparan las microondas del horno, no nos quemarían necesariamente. El horno hace que reboten las microondas en su interior, lo que hace aumentar la energía intercambiada. Al salir al exterior, es posible que no todas las ondas lo hicieran en la misma dirección, disminuyendo la energía por unidad de área, y por tanto, el calor.

Así pues, es un invento seguro y menos perjudicial que el propio televisor, que saca por pantalla radiación visible.

lunes, 20 de diciembre de 2010

La cosa tiene jamones

Hoy llegaba a mis manos la siguiente noticia:

José Reyes Fernández, el profesor que ha sido denunciado por la madre de un alumno musulmán al considerar que trató a su hijo de manera xenófoba ya que el docente mencionó el jamón para ilustrar una clase y el menor le pidió que no hablase del jamón[...]

Según indicó, estaba impartiendo una lección sobre las zonas climáticas: "Expliqué a mis alumnos los diversos climas que se dan en la tierra. Cuando llegamos a los climas fríos, expliqué que había dos zonas climáticas frías, la los polos y la de las altas montañas. Y aquí fue donde yo cometí el gran pecado que me está costando tantas pesadillas. Al hablar del clima de montaña, en vez de recurrir al Himalaya busqué un ejemplo más cercano y hablé de Trevélez, donde he estado, la ciudad más alta de España, les dije. Expliqué su clima frío y seco y se me ocurrió decir que, gracias a ello, en Trevélez se curan muy buenos jamones, y que tienen una cierta fama. Punto". Entonces un alumno "de forma muy correcta" le pidió que por favor, no hablara de jamones, que era musulmán y que no podía oír hablar de eso.


"Yo me quedé perplejo. Entonces le dije, literalmente: Mira, muchacho, en primer lugar, tú no eres quién para decirme a mí de lo que puedo o no puedo hablar en clase. En segundo lugar, lo que tú comas, o coma este otro, a mí no me importa nada. En tercer lugar, la religión que tú profeses, profese éste o aquel otro, todavía me importa menos. En cuarto lugar, aquí sois 30 alumnos, y tú te debes adecuar a los 29 restantes y no los 29 restantes a ti. Y en quinto lugar, si no estás de acuerdo con las enseñanzas y conocimientos que se imparten en este centro siempre tienes la posibilidad de elegir y marcharte a otro centro".


La cuestión es, sin duda, antigua. Digamos que son siempre los mismos perros con distinto collar. Los mismos buscadores de la polémica y los mismos de "la moral débil". Podremos siempre entender que el respeto a todas las opiniones, en democracia, sea legítimo. Podremos entender incluso que el chico se "sintiera" humillado (cosa que dudo) al hablarle de jamón. Pero lo que no se puede entender es que un alumno pretenda sentirse humillado por un comentario objetivo y totalmente secularizado, en donde no existe ninguna intención más allá de la de explicar una lección acerca del frío y el calor.

No quiero darle más importancia, ni seguiré dándosela, a un tema que estos ciudadanos extranjeros intransigentes quieren introducir en occidente.

Ya Nietzsche escribía en el siglo XIX acerca de las maneras en las que los judíos se sentían como víctimas de la sociedad alemana, cuando realmente no sólo estaban integrados sino que se les permitía cierta notoriedad pública (por ejemplo, eran ricos burgueses en su mayoría). El caso es que esa "moral transvaloradora" sigue existiendo en pleno siglo XXI. Ellos, los inmigrantes de occidente, tratan de aparecer como las víctimas de los "malvados cristianos". Han transfigurado las enseñanzas del mismísimo Cristo, humillando una moral noble, basada en el respeto hacia los demás y al amor al prójimo como a uno mismo, hacia una moral decrépita, basada en la "otra mejilla". Así, este chico, trató de que el profesor pusiera la otra mejilla y se humillara, ya que el chico no tiene suficiente poder en el aula.

Si hay algo en lo que está basada la cultura occidental es en el respeto a la autoridad, en la ley del más fuerte, entendiendo la justicia así. No es una fortaleza brutal o despiadada, sino una fortaleza basada en la organización y la estructura, propia de los pueblos arios. Si occidente permite que los extranjeros falten al respeto a la autoridad, occidente sufrirá una crisis más profunda que la actual.

jueves, 16 de diciembre de 2010

En estado permanente de guerra

Una trágica noticia se escurría en mi bandeja de correo electrónico:

Un albañil asesinaba a su jefe y al hijo de éste con un arma de fuego, mientras tomaban café en un bar. Posteriormente, el albañil se dirigía a una sucursal de banco y asesinaba al director de la misma y a una empleada. Cuando la policía le detuvo, declaro que ya estaba satisfecho.


Ahora viene el momento del espectador. ¿Cuáles son los motivos que llevaron a este hombre al homicicio? Siempre tratamos de explicar hechos tan horribles. Las razones parecen ser que eran que el albañil, tras 10 años trabajando en la empresa, fue despedido. Además, llevaba sin cobrar 9 mensualidades. Por si fuera poco, sus jefes le pagaron el finiquito con un cheque sin fondos, de tal forma que el director del banco, obviamente, no pudo darle su dinero. Ante la situación, por venganza, cometió el asesinato.

Un asesinato nunca es excusable. No se trata ya de una cuestión moral, que también la es. Se trata en definitiva de una cuestión teórica, de la que muchos autores, entre ellos, Thomas Hobbes, han debatido. Para Hobbes, el hombre está en estado permanente de guerra. Esto significa que todos los hombres son capaces de cometer delito para obtener un recurso. Ese recurso puede ser material, sexual, político...., en definitiva, cualquier cosa que conduzca a satisfacer una necesidad. Este estado de guerra permanente es insostenible, incluso para los más fuertes, ya que la defensa de los propios bienes y recursos se hace imposible (el fuerte puede ser asesinado mientras duerme, un hombre fuerte no es más fuerte que tres o cuatro hombres débiles, etc.). En esa situación de desconfianza general ante la posibilidad de una pronta muerte nació la figura del Estado y del soberano. El pueblo, la tribu, la sociedad, cede parte de su libertad absoluta (libertad para apoderarse o disfrutar de lo que es suyo y lo que no es suyo) para que el Estado, mediante la figura del soberano o gobernante, medie entre los conflictos. Es ésta la primera vez que existe una corporación en defensa de la paz y de los derechos individuales. El Estado, por tanto, defiende nuestros derechos y penaliza a los que intentan obtener un recurso o un derecho que no le corresponde.

En la propia esencia del Estado permanece la idea de seguridad y justicia. El Estado es el mecanismo político que nos permite un reparto justo (lo cual no significa que sea equitativo) de los bienes, aplicando los conceptos de propiedad y disfrute. Sin embargo, en el caso de que el Estado y su aparato judicial no sea capaz de defender la propiedad y la justicia, entonces el Estado fracasa y el individuo se ve totalmente desprotegido, lo cual, como decía Hobbes, lo lleva nuevamente al estado permanente de guerra, ya que, como bien decía este autor, "donde no hay ley, no hay delito".

Insisto en que el asesinato, sea del tipo que sea es inexcusable. No hay que confundir asesinato con guerra o con genocidio, cuyo responsable último es el Estado. El Estado nunca asesina, ya que el Estado no es un ente físico que necesite satisfacer necesidades, sino que sus necesidades no son más que las necesidades de sus ciudadanos. El Estado quizá no siempre, pero en definitiva busca el bien común, ya que el Estado es, no lo olvidemos nunca, una agrupación y por tanto un garante del disfrute de todos sus miembros. No entraremos en más detalles sobre esta idea, que está fuera de este razonamiento. Si el asesinato es inexcusable es debido a que el Estado garantiza que pondrá los medios para ajusticiar al que comete delito y por tanto hará innecesario e inexcusable el asesinato.

¿Pero qué ocurre cuando el Estado deja impune al ladrón, al asesino, al timador, al delincuente? La impunidad ante la ley está cercana (aunque no es lo mismo) a la ausencia de ley. No es lo mismo, simplemente porque la ley existe, aunque no se aplique o no sea justa. Por tanto no está justificado, incluso en ese caso, el uso de la violencia o el homicidio para tener justicia. Este ha sido el caso que nos ocupa.

La actuación de este albañil es inexcusable y debe pagar con ello, con responsabilidad penal; pero ahora deberíamos pensar cuál fue la apreciación de este individuo. Si bien es inexcusable, es también innegable que su actuación merece francamente un atenuante, incluso si la acción ha sido premeditada. ¿Quién le podía asegurar y convencer de que él no estaba en ese "estado permanente de guerra" del que habla Hobbes? Este individuo veía que su derecho (percibir su salario) se estaba viendo afectado por la ineficacia judicial. Estoy seguro de que, quizá no en este caso, pero en miles de casos en todo el mundo, el ciudadano afectado apela a la justicia, y además puedo asegurar por experiencia propia que para poder pedir justicia primero hay que hacer un desembolso enorme de dinero para que posteriormente en el 90% de los casos, el "malo" salga absuelto o al menos perdonado en parte.

El mundo está cada vez más informado. El mundo sabe cada vez mejor sus derechos y las lagunas de la ley. El mundo está cada vez más cercano a un pseudo-estado permanente de guerra. De manera lógica, entendemos que aún existe una policía, una justicia y un Estado que garantiza nuestra seguridad. Pero a afectos individuales, evolutivos y psicológicos, nos da la sensación de que no existe una justicia para las pequeñas cosas y que la única forma de conseguirlo es realizando un acto de rebeldía y por tanto, a su vez, cometiendo un delito. Pero quiero insistir, como diría Freud o Sócrates, que cuando un señor, como ocurrió con este albañil, mata a otro en las circunstancias que lo hizo, no ha sido porque odiara a sus víctimas o porque quisiera apropiarse de lo que no era suyo. Lo hizo porque realmente sentía que estaba en ese "estado permanente de guerra" de Hobbes. Sí, está claro que pensando friamente la idea es del todo equivocada y hasta el más tonto sabría que cometía un delito. Pero insisto en la idea: cuando un individuo percibe que el Estado desaparece, que el Estado es ineficaz para la protección, entonces percibe que no existe, a efectos prácticos, el Estado, sino que se trata de un aparato de opresión, es decir, de un animal más de esta selva, y por tanto incluso nuestra integridad peligra.

El Estado debe ser el gran padre protector y diligente de todos y no un elemento alienado del ser humano.

martes, 14 de diciembre de 2010

Cultura vulgar

¿Hasta qué punto se puede admitir que comentarios y opiniones sean expresadas libremente?¿Tienen los famosos derecho a expresarse en medios públicos promoviendo actos violentos, incoherencias léxicas y semánticas, incorrecciones históricas o el intrusismo profesional (dar consejos médicos, por ejemplo)?

En concreto, hace unos días ocurrió uno de estos tantos casos. El futbolista brasileño del F.C. Barcelona, Dani Alves, comentaba aseguraba que Mourinho, entrenador del Real Madrid C.F., "no ha descubierto el fútbol ni lo va a descubrir". Posteriormente, Mourinho respondía que "todos tenemos que aprender de la gente inteligente. Lo que ha dicho Dani Alves no lo diría mejor Einstein. Ha sido un portugués que ha descubierto su país pero no ha inventado el fútbol. Tiene toda la razón, no he inventado el fútbol".

Después, Dani Alves volvía a añadir: "No sabemos si fue una suerte o no, porque a lo mejor no queríamos ser descubiertos".


Todo esto es escandaloso. No es que sea un escándalo vergonzoso o insoportable. Es un escándalo intelectual. No es justo que los medios de comunicación busquen e incentiven la expresión y la polémica de unos personajes que son cualquier cosa menos intelectuales. No se trata de insultar a estos profesionales. Por supuesto que la profesión o la clase social no tiene que ver con el nivel cultural, pero no se debería admitir que nadie, aunque sea un premio Nobel, exprese opiniones que se alejan de la realidad. No se puede consentir que se manche la imagen de las personas por presunciones, cotilleos o insinuaciones.

Todas las opiniones son respetables, siempre que motiven el diálogo y estén sustentadas en hechos objetivos o al menos apreciables. La paradoja, por ejemplo, constituye un tipo de opinión basada en una observación o un uso de la lógica erróneo. Pero la paradoja permite el diálogo y la búsqueda de la solución, para mejorar la definición de la verdad.

Lo triste es que Mourinho insinúe que Alves es un inepto, sin juicio para afirmarlo. Y más triste aún es que Alves, un brasileño del siglo XXI, exprese ideas estúpidas como esa de que quizá fue una desgracia que Portugal hubiera civilizado Brasil. Es lamentable que un señor negroide (y por tanto de origen africano) haga comentarios de ningún tipo sobre la Conquista del Brasil. Sería un comentario justo si Alves hubiera dicho "ojalá no hubieran sacado a mis antepasados como esclavos de África", pero es totalmente estúpido, y hace que el comentario de Mourinho sea acertado, que Alves insinuara que es preferible ser un pueblo salvaje a ser un pueblo civilizado.

Un mejor control de los medios y un uso más acertado puede ayudar a que el pueblo, el vulgo, no contraiga absurdas ideas como las que Alves o Mourinho trataban de meter en las mentes de sus aficionados.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Una lección de Historia

Dice Isa Ibn Ahmand al-Raqi que en tiempos de Anbasa Ibn Suhaim al-Qalbi, se levantó en tierras de Galicia un asno salvaje llamado Belay [Pelayo]. Desde entonces empezaron los cristianos en al-Ándalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder, lo que no habían esperado lograr. Los islamistas, luchando contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de su país hasta que llegara Ariyula, de la tierra de los francos, y habían conquistado Pamplona en Galicia y no había quedado sino la roca donde se refugia el rey llamado Pelayo con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían que comer sino la miel que tomaban de la dejada por las abejas en las hendiduras de la roca. La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron diciendo «Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?». En el año 133 murió Pelayo y reinó su hijo Fáfila. El reino de Belay duró diecinueve años, y el de su hijo, dos.


Esta es la versión musulmana de la Batalla de Covadonga, primera victoria cristiana contra las tropas musulmanas del Califato Omeya. Existen notables diferencias entre la versión cristiana de la batalla, más cercana al milagro y a la leyenda, y la musulmana, mucho más descriptiva y documentada. En lo que ambas versiones coinciden es en lo insólito del hecho, es decir, la pelea desigual de 300 hombres sobre un ejército muchísimo más numeroso (como ocurrió con Leónidas de Esparta) y la imposibilidad de derrotarlos. En la crónica cristiana se habla de victoria. En las crónicas musulmanas, como hemos podido apreciar, se habla de renuncia, de desánimo y posterior desprecio ante el daño que podía causarle el tener un prófugo en los montes de Galicia (realmente Covadonga está en la región de Asturias, aunque el cronista se confunde). De todas maneras, tampoco parece que la visión musulmana fuera totalmente objetiva, ya que parece que se trata de justificar o de enmascarar lo que bien pudo haber sido un asalto o escaramuza, que si bien no llegó a más, sí que pudo haber hecho bastantes bajas en el ejército. En este caso, la visión musulmana restaría importancia al hecho de estas pérdidas para centrarse en la posterior represalia.

El final de esta historia todos lo sabemos (o al menos sabremos deducirlo por lógica). Corría el año 722 y aquellos musulmanes no podían ni imaginar que haber dejado con vida a Pelayo y a esa banda de guerrilleros (aquellos 30 asnos salvajes) les traería 770 años después la expulsión de todo poder musulmán en la Península Ibérica.

¿Cuál fue el éxito de Pelayo y de los cristianos insurrectos? Es lógico pensar que fue la santificación del acontecimiento. Sea cierto o no que la virgen se apareciera para proteger a aquellos 300 hombres y guiarlos hacia la victoria en la batalla, es muy notable el arrojo que tuvieron para enfrentarse a un ejercito notablemente más numeroso, o en todo caso enfrentarse a las represalias por atacar un destacamento de fuerzas musulmanas, ya que lógicamente el siguiente paso sería enviar un contigente mucho mayor. Esta actitud de Pelayo y sus hombres significó el despertar de la conciencia libertaria de los hombres del norte de España y pocos años después se hablaría de reconquista de las tierras a los infieles. Aquel error de no esmerarse en eliminar a toda costa a Pelayo fue el que trajo como consecuencia la pérdida de todo siglos después.

Algo así pasa con nuestro Pelayo del siglo XXI. Es curioso que el nombre que usaban los musulmanes para llamar a Don Pelayo (Belay) sea tan parecido a Bin-Laden. Occidente finalmente ha despreciado a Bin-Laden, como hicieron los musulmanes con Pelayo. Cierto es que aquellos musulmanes, como nosotros hoy, eran conscientes de que había un insurgente que se dedicaba a realizar incursiones (razzias) contra las posiciones y los intereses musulmanes, pero perseguirlo era más costoso que mantenerlo localizado y confinado a no salir ni a relacionarse con el exterior, por lo que el problema estaba, cuanto menos, controlado.

También Occidente perdió miles de millones de dólares cuando fueron a buscarlo a las tierras de Afganistán. ¿Y dónde se esconde Bin-Laden? Todo apunta que, como ocurrió con Pelayo, en una montaña desconocida (en el caso de Bin-Laden, en el Pamir, según dicen). En todo caso, este individuo está "controlado". Eso decían aquellos musulmanes también, pero se equivocaban.

La solución al problema de Bin-Laden pasa por una revisión de las relaciones con los países árabes. Occidente es demasiado condescendiente con ellos. El terrorismo, como ocurría con las razzias, no es inevitable. Muchos hablan de Iraq o Afganistán como "nidos de avispa". Por supuesto que esto es así, cuando no se aplican las medidas correctas. La guerra, tras la Convención de Ginebra, se volvió un pacto de caballeros, en una especie de juego con reglas. No es posible jugar cuando el que tenemos enfrente no sigue las reglas.

El trato a los terroristas no puede ser un trato a "civiles armados". Realmente son guerreros, con armas de verdad, dispuestos a matar por creencias o por tierras. No se diferencian nada de una invasión de un gobierno legítimo o de una lucha fraticida en una guerra civil. Bin-Laden sabía esto, y lo sigue sabiendo. La solución a Bin-Laden comienza por la secularización de la idea de guerra santa, y aún más, de guerra santa hacia la victoria. Bin-Laden ha dado rienda suelta a una serie de mártires musulmanes dispuestos a dar su vida por sus creencias. Y no son 1 ni 2. Son miles. Acabar con esto es tan fácil o difícil como queramos.

Roma, durante las revueltas esclavas en las que participó Espartaco, tomó una decisión al respecto sobre las continuas insurrecciones. Al derrotar a Espartaco, los romanos crucificaron a unos 6000 esclavos apresados en la revuelta, a lo largo de toda la vía apia. Se dice que incluso se les prendió fuego para ir iluminando a las tropas vencedoras.

Estos métodos pueden parecer bárbaros, pero son totalmente disuasorios y si bien no acaban el problema, porque el ser humano es guerrero por naturaleza, sí que evitan actos violentos tan numerosos y tan lamentables como los que han ocurrido últimamente en Suecia, un país de sobra conocido por su estabilidad y relativa neutralidad. Un ejemplo de estos métodos disuasorios consistirían en hacer escarmientos que no tienen por qué ser necesariamente físicos (es más, el castigo, por lo general, es menos eficaz que la retirada de la gratificación). Así, por ejemplo, si un miembro de un país o región hiciera un ataque terrorista, por ejemplo, en Afganistán, un método disuasorio consistiría en prohibir la entrada a los templos de oración o cualquier acontecimiento religioso. Esto, obviamente, haría crecer el odio, incluso manifestaciones o alborotos. Es entonces, ante una respuesta violenta de los civiles, cuando está justificada la violencia, incluso tratándose de civiles, ya que en este caso pierden esa condición, al convertirse en guerrilleros. Obviamente, no es la mejor solución al conflicto. Todos deseamos el diálogo cuando se trata de resolver problemas, pero a veces, hay una de las dos partes (o ambas) que no desean dialogar. Es entonces cuando podemos hablar de casus belli.

El fin del hombre blanco

Siempre escucharemos a los grandes catastrofistas que señalan un acontecimiento final que traerá desgracias a todos los seres humanos o cuanto menos a un grupo numeroso. El fin del mundo, desde el inicio de la humanidad, es un acontecimiento innegable y esperado en todas las culturas. Nuestro conocimiento científico actual, además, nos corrobora esta hipótesis primitiva, aunque sabemos que esto ocurrirá dentro de millones de años. Para entonces este que les habla estará bien muerto.

En otras ocasiones, el acontecimiento esperado se basa en el principio de los ciclos: igual que cayeron imperios poderosos, nuevos imperios caerán. Cierto es que, nuevamente, nos enfrentamos a lo que se podría denominar vaticinio apocalíptico, en su sentido literal, en el que se nos está revelando una profecía que según sus defensores es bien conocida.

Una de esas conocidas premoniciones es la referida a los tiempos modernos, es decir, al fin de la cultura occidental y la absorción de la misma por los "nuevos bárbaros" (en particular China y los Países Árabes, aunque países como Brasil, aun siendo occidentales, se les coloca en el bando de los países en vías de desarrollo y por tanto contrarios a Europa y Estados Unidos.

¿Hay un motivo real de preocupación por el cual debiéramos pensar que los hombres blancos pudieran ocupar el puesto que en el pasado ocuparon, por ejemplo, los negros? Es decir, ¿sería posible pensar en una esclavitud de blancos o en el fin del mundo tal y como lo conocemos? Analicemos la situación actual. Ciertamente no se puede ser optimistas a este respecto. Europa y EE.UU. presentan un futuro muy negro frente a las economías emergentes. Nos recuerdan un poco a los dinosaurios, extremadamente fuertes y grandes, pero inadaptados quizá a la nueva situación económica, demográfica y política. Entonces, sí que es cierto. ¡Estamos ante un acontecimiento que sólo va abocado al desastre a menos que con una solución radical acabemos con todo esto!

En este preciso momento es cuando tenemos que volver en nosotros mismos, tras este momento de éxtasis catastrofista. ¿Es posible que por un momento podamos entender, sin crispación, lo que está ocurriendo en el mundo? El hombre occidental (el hombre blanco por antonomasia) ocupa actualmente una posición de preeminencia que es muy complicado que pudiera erradicarse en muchísimos años. Ciertamente sería complicadísimo que un país como EE.UU. perdiera su condición de superpotencia en espacio 10 o 15 años, salvo que ocurriera un fenómeno absolutamente inusual (una guerra civil, un desastre medioambiental que sumiera en hambre al país, etc.).

Tomemos algunos datos históricos y estadísticos como referencia:

1. La raza blanca es probablemente la raza más numerosa del mundo. Incluso países no plenamente occidentales y que los países occidentales sitúan en el "eje del mal" (como ocurre con Irán) pertenecen a la raza blanca, lo cual significaría que ante una posible hecatombe mundial, los blancos no perderían totalmente esa supremacía que tienen ahora.

2. Relacionado con el punto anterior, se sabe que ya en la antigüedad muchos pueblos de Europa, Egipto y de Próximo Oriente rechazaban en principio el trato con individuos de otras razas (como los nubios o los árabes, es decir, los habitantes de Arabia) debido a su color de piel. No es por tanto nueva la cuestión del racismo entre seres humanos y países. Esto supondría que habría durante décadas un auténtico clima hostil hacia los "nuevos invasores" de otro color, en caso de ocurrir este hecho. En el caso de que los invasores fueran blancos, probablemente la tolerancia entre los dos mundos, tanto por invasores como por invadidos, sería mucho más llevadero y ese supuesto "fin de occidente" sería más bien virtual.

3. El que el orden político y económico sea llevado por potencias ajenas a occidente no supone el fin de la cultura occidental. La expansión árabe del siglo VII se parece bastante a lo que está ocurriendo con China. En unos 50 años los califas se apoderaron de todo el Norte de África, Arabia, Oriente Medio y llegaron hasta la Península Ibérica y las proximidades del Indo, poniendo en jaque al mundo occidental. China y los Países del Lejano Oriente, con su política económica de bajos precios, éstán apoderándose de manera muy rápida de Occidente. Pero como ocurrió en aquella ocasión, a estos países les ocurrirá dos fenómenos, a saber:

a) Luchas internas por el poder. El dinero ganado muy rápidamente hace saltar las tensiones también muy rápidamente. Ya se alzan voces críticas en los sindicatos chinos sobre el clima laboral. No será difícil entender que en 5 o 10 años aparecerán "libertadores" en China. Esa democratización será, sin pretenderlo, el fin de la expansión China, como ocurrió con los Omeyas. Recordemos que la democracia es un invento de Occidente. La aplicación a otras culturas de la democracia sólo trae confrontación.

b) Conformismo. En un momento determinado, China no será capaz de aniquilar totalmente a economías de países como EE.UU., Alemania o una Rusia emergente. China se conformará con el control de media Europa, medio Estados Unidos y Japón. Ese conformismo será, por un lado, el fin de su expansionismo (necesitarán reorganizar sus "conquistas" económicas) y el inicio de su vuelta al mercantilismo. Ya ocurrió con Gengis Kan, que quedó a las puertas de Europa y necesitaron reorganizar su enorme estado, y aún más claro en el caso de los musulmanes, que no pudieron expandirse más allá de la Batalla de Poitiers, marcando el inicio de su final.

4. La sociedad occidental tiene una ventaja sobre el resto: desde sus orígenes míticos en el Rig-Veda, los hombres blancos han sabido ser por igual violentos, crueles y al mismo tiempo virtuosos. Organizativamente son muy capaces, mucho más que otras razas, puesto que no sólo son capaces, como los Orientales, de tener unas magníficas y eficaces administraciones, sino que además tiene una capacidad innovadora superior (probablemente a causa del frío y de la necesidad de seguir vivos día a día, cosa que en climas más cálidos no tan crucial). Además, tiene un afán bélico mayor que otros pueblos. Son, digámoslo así, no necesariamente más fuertes o ágiles que otras razas, pero sí más competitivos. Este particular estado de guerra perpetua (en el sentido de competitividad extrema) propia del mundo occidental presenta una ventaja ante las épocas de crisis.


En resumen, con esto no quiero decir que el hombre occidental sea imbatible. Al contrario, está sufriendo una situación que, si no sabe capearla, será irremediable a escala mundial. Pero igual que ocurrió con Alejando y los persas, los bárbaros en Roma o con los árabes en España, es poco probable que estos "nuevos dueños" de occidente acabaran con lo que sus precursores hubieran construido. Es mucho mejor disfrutar de las ventajas que otros hicieron antes que destrozar y reconstruir algo. Del mismo modo, como ocurrió con el Imperio Español, su crisis comenzó en época de Felipe III, pero su importancia política mundial no finalizó hasta casi 2 siglos después, con Carlos IV. Aun en el caso de que China u otros países tuvieran el control sobre occidente, muchos países como Francia, Reino Unido, Alemania o EE.UU, e incluso España o Italia, tendrían aún mucho que decir durante décadas.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Las dimensiones de la esfera celeste

Ya se estudió el caso de la distancia al horizonte y de cuántos km éramos capaces de ver en un día despejado (concretamente el día 16/11/2010, en el tema titulado "Distancia al horizonte"). Se trataba de un cálculo sencillo a la par que sorprendente, ya que a priori parece que el horizonte estuviera más lejos de lo que está (a unos 4 km de distancia para una persona situada a pie de mar). Hoy nos ocuparemos del cálculo de la superficie de la bóveda celeste, es decir, cuántos kilómetros cuadrados somos capaces de observar en un día despejado).

Uno estaría tentado a realizar el cálculo del área del círculo y establecer que pi multiplicado por el cuadrado del radio de visión máxima (el horizonte). Así quedaría que somos capaces de visualizar, en un instante concreto, alrededor de 60 km2. Deberíamos intuir que el cálculo es bien distinto, como se verá en el razonamiento siguiente.

En primer lugar hay que establecer qué queremos decir con bóveda o esfera celeste. La visión celestial de los terrícolas es distinta, dependiendo de la época del año. Así, sabemos que en distintas épocas del año visualizamos estrellas distintas y por tanto superficies celestes distintas. Esto, lógicamente, no es lo que se trata de calcular, sino el espacio visible en un instante concreto.

Por otro lado, para ser puristas, deberíamos considerar que este espacio es infinito, o al menos, incalculable. Esto es así porque realmente el firmamento es la palabra con la que designamos a millones de estrellas que están situadas en el espacio aleatoriamente, aunque a nosotros nos parezcan situadas en una misma superficie (lo que los antiguos llamaban estrellas fijas o firmamento). Por tanto, deberíamos considerar que no vamos a calcular el área visible en el firmamento, sino el área de la superficie de proyección de los elementos del firmamento, de tal manera que sus proyecciones estarían en la misma superficie esférica.

Establecidos estos límites, el siguiente paso es establecer cuál es la distancia de esa superficie de proyección. Esa distancia podría ser tan grande como quisiéramos y de hecho, para un día despejado, podríamos incluso tomar como superficie de proyección la distancia al sol, ya que es un elemento claramente visible. Con esto quiero indicar que no es un asunto fácil, puesto que el tamaño de la bóveda celeste depende exclusivamente de la distancia de la superficie terrestre al cielo.

¿Qué distancia, por consiguiente, es la más conveniente para definir lo que es el cielo? Algunos podrían pensar que el grosor de la capa atmosférica debería ser esta distancia (unos 1000 km). Sin embargo esto nos llevaría a la siguiente dificultad: si lo que vamos a llamar cielo está situado a 1000 km de distancia, ¿qué supone esta definición para el tamaño relativo de un pájaro o una nube? No sabemos, e incluso quizá no nos importa saber el tamaño de una estrella. Desde lejos nos parecen todas iguales, salvo por el brillo. Sin embargo no parece muy coherente decir que un pájaro mide decenas de km porque su proyección en el cielo así lo muestra. Sin ir tan lejos, resultaría que nubes que cubren pequeñas partes de una región tendrían un tamaño en proyección de países enteros. En conclusión, se trata de tamaños y de números muy grandes que dificultan el cálculo.

Todo esto nos lleva a replantear nuestra concepción del cielo. Al igual que ocurre con las estrellas, de las cuales no nos interesa el tamaño en este caso, debemos encontrar un objeto lo suficientemente representativo (es decir, alto y grande) que nos permita definir dónde se encuentra el cielo. Descartadas las estrellas, como dijimos, tenemos como candidatos al sol, a la luna, a las montañas y a las nubes. Deberíamos descartar a los dos primeros por los tamaños dispares de los objetos que serían representados (por ejemplo pájaros y aviones). Sin embargo, las cimas de las montañas y la altura de las nubes proporcionan una mejor solución. Así, en dicha proyección a 10 km de altura, aviones, nubes y montañas muestran prácticamente su tamaño original, mientras que un pájaro que volara a 10 m de altura tendría un tamaño relativo equivalente a decenas o cientos de metros, que en cierta manera no representa una dificultad de cálculo o de percepción (es decir, un pájaro volando no supone, a menos que lo tengamos encima de los ojos, más que una mancha en el amplio cielo). De la misma manera, al tomar esta referencia, tenemos la ventaja de que una nube no tiene un tamaño definido, por lo que podemos realmente obviar este dato a la hora de calcular y centrarnos en los objetos que realmente requieren representación.

Dicho esto, diremos que el cielo está situado aproximadamente a 10 km de altura, y que esta altura nos puede servir a efectos científicos como buena aproximación para realizar cualquier medida. El siguiente gráfico representa la superficie terrestre y celeste y las líneas que intevienen.


Sea AB la altura desde la que se mira el horizonte. Aunque el horizonte geográfico está situado en la tangente (punto C) a la tierra, el horizonte celeste está situado algo más alejado (en D). Esa distancia se puede calcular y es función de la altura AB.

La distancia al horizonte BC viene dada por la expresión Horizonte (BC) = (2·OC·AC)^(1/2). Por tanto, la distancia, para un individuo de 1,7 m, es 4,6 km. La distancia CD se calcula fácilmente por el Teorema de Pitágoras. Si R1=6300 y R2=6310, la distancia CD es 355 km. La suma de las 2 es 360 km aproximadamente. Este dato concuerda a la perfección con la fórmula del horizonte, ya que para alguien situado a 10 km de altura, el horizonte se encuentra a 355 km.

Por último, conocida la distancia total, nos disponemos a calcular la superficie de la bóveda. Nuevamente nos vemos tentados a usar la fórmula del área del círculo. Así, ahora tendríamos unos 407 mil km cuadrados, el equivalente a un país más grande que Alemania. Sin embargo, al tratarse de un casquete esférico de un tamaño DE, seguimos la fórmula del área del casquete esférico que es pi x (a^2+h^2), donde h , a y r (radio) están representados en la figura



Ahora, sabiendo que r=6310 km, podemos conocer fácilmente cuánto vale h y cuánto vale a. No entraré aquí en la demostración, pero haciendo uso de la trigonometría, se puede decir que sabiendo la distancia del centro de la Tierra al observador (6310,0017 km), la distancia r y la distancia del horizonte (360 km), podemos decir que a=359 km y h=19 km (aproximadamente).

El área total que podemos observar será por tanto unos 40 mil km2, algo menos que lo que nos daba el cálculo mediante el área del círculo.

Así pues, de nuestro primer cálculo de 60 km2 hemos pasado a más de 400 mil km2.

De estes cálculo podemos sacar varias conclusiones:

1. Lo grande que pueden llegar a ser las nubes (de hecho todos ya sabíamos antes de este cálculo que pueden llegar a cubrir los cielos de países enteros).

2. A medida que nos acercamos al "cielo" nuestra panorámica del mismo es mayor.

3. El "cielo", visto desde el espacio (más allá de los 10 km) coincidiría con la visión del horizonte tomando como referencia el radio de la tierra más 10 km.

4. A pesar de que podemos ver un espacio similar a 4/5 de la superficie de España, no toda la superficie se ve de la misma manera. Nuestra visión es cónica y tratamos de ver con ella una esfera. Por tanto esa esfera se proyecta en el plano de la base de nuestro cono de visión. Esto significa que si bien el centro de la superficie (lo que se denomina cenit) y alrededores están aproximadamente en verdadera magnitud, cuando más nos acercamos al horizonte los objetos estarían más cercanos entre sí. Es lo mismo que ocurre con las estrellas: en términos relativos todas se hallan en el infinito, ya que las distancias tan largas son tomadas por nuestro ojo como idénticas, aunque haya entre las mismas años luz de diferencia. Así que sólo un porcentaje de nuestro campo de visión sería nítido y podríamos denominarlo "claramente visible".

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Crimen y castigo

La última hora en noticias es, como sabrán, el motín de Chile y posterior incendio de la prisión, en el que han muerto 81 personas. Posteriormente, como también sabrán, ha habido disturbios entre familiares y miembros de la autoridad chilena.

Al margen de la tragedia humana, que por supuesto es una desgracia, por tratarse de vidas de seres humanos, no debemos olvidar el principio y el fin de la historia y cómo se han desarrollado los hechos.

Para el que no conozca la cárcel, palabra prohibida en términos políticos ya que se prefiere hablar de centros penitenciarios,  habría que matizarle que no se parece demasiado a lo que vemos en las películas. Para comenzar le tendríamos que decir a nuestro cinéfilo que en las películas hay cárceles en lugar de centros penitenciarios; hay reos o reclusos, en lugar de internos; hay cadena perpetua y trabajos forzados, en lugar de penas de hasta 20 años; hay miseria y malos tratos, en lugar de bienestar y derechos humanos. En definitiva: tenemos una mala imagen de lo que es la cárcel o centro penitenciario.

Por supuesto que la pérdida de libertad es algo penoso y por supuesto que el 30% de los reclusos son personas que cometieron un error puntual en sus vidas y que aunque quieren prosperar quizá el entorno carcelario, lleno de presos malvados, no se lo permite. Pero no olvidemos nunca que en la cárcel hay delincuentes y criminales en su mayoría. No podemos consentir que noticias como éstas cambien en nuestras conciencias las realidades objetivas y cotidianas. Seamos claros: la muerte de malhechores no puede significar la santificación de los mismos, más si cabe si mueren por sus propios delitos.

Tenemos que entender que las penas de cárcel deberían significar castigos ejemplares, que impidieran delinquir en un futuro. Cierto es que puede que haya un grupo, que por mucho que nos quieran hacer creer lo contrario es reducido, al que se le deba dar una oportunidad de la reinserción, pero no es posible dejar que delincuentes que mataron a seres inocentes que iban por la calle tomen diariamente dulces y bollos o reciban un sueldo por los trabajos realizados en el centro penitenciario.

Jamás deberíamos volver a los tiempos de Sócrates, en los que se abogaba por la escuela en lugar de la cárcel. Les puedo decir, en mi calidad de docente, que la educación, como se entiende en los niños o los adultos normales, no es compatible con el régimen penitenciario. Una vida militar podría mejorar sin duda el regimen penitenciario, obligando a un trabajo físico excesivo, trabajos forzados a beneficio de la comunidad, o trabajo en condiciones físicas duras (frío, calor, etc.) enseñarían sin duda a muchos de ellos a no volver a delinquir. Ante insubordinaciones, aislamiento real, y no esos aislamientos penitenciarios que consisten en no salir al patio. Disminuir la ración a la mitad puede ser un castigo efectivo para un reo.

Lo que jamás podemos decir, si queremos un auténtico mundo libre es: "¡Qué pena los pobrecitos presos!" Señores, se trata de delincuentes. Eso no lo olvidemos nunca. Si alguno de esos delincuentes desea sinceramente salir de la cárcel y tener una oportunidad, es lícito dársela. El tiempo dirá si sus intenciones eran sinceras. Tampoco podemos decir, en un auténtico mundo libre, que tras la muerte de un ser humano inocente tengamos mala conciencia por enviar a la cárcel y que pierda la libertad otro ser humano. Ustedes se equivocan. Los romanos eran claros y decían que el delincuente perdía su condición libre y humana por la de esclavos. Así debería ser siempre. Los delincuentes de verdad, los que han cometido un delito injusto, nos guste o no, deberían perder su condición humana para ganársela de nuevo. Esta es la cuestión: nadie entiende que un ser humano pierda su condición y la gane.

En un mundo auténticamente libre, no existe sitio para el delito. Cualquier delito debe expiarse para volver a ser libre. Y hechos como los de Chile, en los que han muertos muchos seres humanos, debería apenarnos por dicha cuestión, pero nunca olvidar que ellos eran eso: presos y malhechores y que no son mejores que antes por estar muertos.

jueves, 2 de diciembre de 2010

La importancia cualitativa de la materia y la energía

De sobra es conocido el primer principio de la termodinámica o principio de conservación de la energía (La energía, ni se crea ni se destruye, se transforma) y la ley de Lavoisier o de conservación de la masa (La masa de los reactivos es igual a la masa de los productos). No es casualidad que ambas leyes se parezcan ya que, como Einstein demostró, materia y energía están relacionadas y pueden transformarse la una en la otra.

Es necesario matizar que estas leyes por sí mismas definen pero no explican los cambios que ocurren en los sistemas termodinámicos y químicos. Es decir, la aplicación directa de ambos principios nos llevaría a decir que podríamos obtener energía de cualquier cosa (y no como ocurre en la realidad, de un combustible, por ejemplo). Dicho de otra manera, si necesitamos calentar un café y esto supone cederle energía por valor de 10 kJ, no necesitaríamos calentar en un fogón o en un microondas. Simplemente, del mismo aire ambiente, podría nutrirse de esa energía suficiente pasado cierto tiempo. Esto que se menciona aquí es rigurosamente cierto: la energía del aire en una habitación es enorme, y por tanto no debería haber ningún problema en que nuestro aire ambiente se enfriara un poquito y nos cediera gustosamente calor para nuestro café.

Obviamente, la experiencia nos dice lo contrario. Nunca hemos visto hervir un café expuesto al aire, sin ninguna fuente de calor cercana. Aunque, insisto, el aire tendría más que energía suficiente para hacer hervir el café. Con esto debemos entender que no sólo es necesario que haya energía en el entorno para hacer cualquier actividad, como por ejemplo, calentar, sino que es requisito indispensable que esta energía sea de calidad.

Lo mismo ocurre con la materia. No es posible, en principio, usar excrementos como alimento, ya que su calidad nutritiva (que en definitiva podemos considerar energética) es muy pequeña respecto a cualquier alimento, hasta tal punto que, dejando a un lado la intoxicación más que probable, sería muy complicado obtener nutrientes de material agotado, a pesar de que químicamente contienen los mismos elementos, o gran parte de éstos.

La calidad de la energía se puede calcular a través de varias magnitudes, entre ellas la más famosa es la exergía. Personalmente, es una magnitud que me disgusta, ya que se pierde la perspectiva científica del fenómeno en gran parte, pero es bastante intuitiva y divulgativa. Una fuente con mucha exergía o mucha calidad energética sería aquella que, por ejemplo, produjera una temperatura muy alta en relación con el ambiente. Aunque se entrega la misma energía, una fuente de energía que produzca 10 kJ a 300ºC es de mejor calidad que otra que produzca 10 kJ a 100ºC, a pesar de lo cual ambas ceden la misma energía. De la misma manera, una fuente que produzca muchos residuos es de peor calida que otra que produzca menos, ya que se obtiene energía con mucha menos materia.

Así pues, el aire, que es una fuente inmensa de energía, se muestra muy pobre e incluso incapaz de calentar ningún café, ya que su temperatura no es suficiente y las leyes naturales le impiden el aumento espontáneo de temperatura. Y sin embargo, con unos gramos de gas natural podríamos calentar el café sin problemas.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

El caso Wikileaks

No está de más de vez en cuando establecer diferencias y matices en asuntos especialmente polémicos. Este es el caso de la trama Wikileaks, en donde hubo filtraciones de documentos confidenciales que comprometen la seguridad de distintos países del mundo, en especial de EE.UU.

Aquí, como siempre, hay partidarios y detractores de la página en cuestión y de las filtraciones. Los grupos antisistema, por ejemplo, consideran esta página un ejemplo de moralidad y transparencia únicas, dando a entender que páginas como ésta constituyen una salvación o al menos una detención de las atrocidades o posibles atrocidades que cometen los países con ciudadanos anónimos, al fin y al cabo. La postura oficial y la de los expertos, sin embargo, es contraria a este pensamiento: afirman que supone una vulnerabilidad de la seguridad nacional de cada país y que esto, a su vez, pondría en peligro la seguridad de miles o millones de ciudadanos anónimos.

En definitiva: ambos conjuntos consideran que la existencia o no de dicha página compromete la seguridad de millones de personas en el mundo. ¿Y qué dice el ciudadano anónimo por el cual se preocupan tanto todos? Pues se considera una pieza más que sufrirá sí o sí, de cualquier manera.

Hay en todo esto una realidad que nunca debería llevarnos a engaño. Los expertos son, a priori, personas que están mucho más cercanas a la realidad de cualquier tema, ya que su profesión o su dedicación a una actividad les da una visión más acertada que la que pueda tener cualquiera. Un experto de seguridad nacional no es más ni menos que un profesional cualquiera en su campo: son personas más preparadas que otras para ese tema concreto. Sería entonces muy acertado pensar que Wikileaks es un invento diabólico, que puede provocar que grupos terroristas, por ejemplo, lleguen a matar a miles de personas, como ocurrió el 11-S.

No deberíamos nunca confundir la carencia del derecho a la información o del derecho a la libertad con el secreto profesional o el secreto nacional. Existe un derecho a la información, cierto, pero también existe un derecho a la intimidad. Existe un derecho a la libertad, pero también existe un derecho a la vida. La prelación de derechos es siempre clara: primero, el derecho a la vida; segundo, lo que beneficia a la mayoría mejor que lo que beneficia a la minoría (aquí se engloban muchos derechos fundamentales); tercero, en caso de disputa entre dos derechos,  el derecho que menos atente contra la vida humana, aunque sea favorable a la minoría, debe prevalecer; cuarto, si existen disputas nuevamente, se vuelve al punto 2 y se decide si beneficia a una mayoría o a una minoría.

Por ejemplo, en Wikileaks, en principio, la existencia o no de la página influye por igual, según sus partidarios, en el derecho a la vida. Por tanto, seguimos el algoritmo hasta el punto 2. Su existencia o no, según dicen ellos, beneficiaría a la mayoría de las personas, luego pasamos al punto 3. Entramos en la disputa de derechos: derecho a la información frente derecho a la protección por parte del Estado. Está claro que el derecho a la protección, aun a costa de matar a otros individuos, e incluso a costa de mantener la protección de una minoría (por ejemplo, la población de EE.UU. frente a la población mundial), está por encima del derecho a la información por parte del resto del mundo.

Por tanto, Wikileaks en parte, estaría siendo un arma que entraña riesgos a medio y largo plazo, como afirman los expertos.

Pongamos otro ejemplo: Wikileaks filtra que EE.UU. atacará mañana a China y entrará en guerra defensiva. ¿Sería lícita esta publicación? Supongamos que es un ataque justificado (por ejemplo, China ha tirado un misil). Lo primero es que tanto el ataque de China como el de EE.UU. atentan contra la vida de millones de ciudadanos. Por otro lado, el ataque beneficia a una minoría, frente a una mayoría de chinos. Conclusión: esta filtración sería legítima, tomando como base el bien común y es mejor el derecho a la información que salva vidas de la mayoría a salvar la vida de la minoría.

Por otro lado, veamos el caso de una guerra y el derecho a la defensa y a su propia vida. El punto 1 es común a ambos países, el punto 2, afecta al derecho de ambos a la vida, por lo que pasamos a 3. Como es el mismo derecho, pasamos a 4, que nos lleva a 2 y nos vuelve a llevar a 3 (y así en un círculo vicioso). Como 3 contiene el fin del bucle, diremos que cualquier guerra defensiva está justificada, aunque beneficie a una minoría, ya que la legítima defensa es lo que menos atenta al derecho a la vida.

Wikileaks, cuando no pone en peligro vidas (ejemplo, desentrañar un ataque de EE.UU a Europa, tanto militar como económico), es un arma de absoluto derecho, pues el ciudadano tiene derecho a la información de la mala praxis. En este caso, Wikileaks es una página fundamental.