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martes, 3 de mayo de 2011

Una boda real

Ya dijo Lope de Vega una vez que "no quiso la lengua castellana que de casado a cansado hubiese más de una letra de diferencia". De igual manera, no deja de ser caprichoso que en español la palabra real (existente) sea homónima de real (relativo al rey).

Ayer, la boda del hijo del Príncipe de Gales fue considerada en este sentido una boda real y real, queriendo dar a entender, en los lugares de habla hispana, que la boda es una boda de unos príncipes de hoy en día, que se identifican con las ideas propias de su juventud. Aunque en otros idiomas (caso del inglés) el juego de palabras no existe, no ha pasado desapercibido en prácticamente todo el mundo que la boda ha sido ante todo una boda por amor y una boda entre dos jóvenes que se han ganado la simpatía del pueblo. Muchos han querido ver, no obstante, un cambio radical de rumbo inevitable entre los miembros de las casas reales, que conllevará sin duda al fin de los matrimonios de miembros de casas reales entre sí.

Tengo que reconocer que me alegro por los dos jóvenes. Son personas que al menos parecen serios y respetables. Lo importante es que ahora ambos sean capaces de llevar sus vidas sin escándalos, tal y como hicieron su padre y sus tíos en tiempos anteriores. Hay quienes ven en esta boda algo así como el fin de las monarquías, al menos tal y como se han conocido en los últimos 1500 años. Pero habría que recordar primeramente que las monarquías ya no son lo mismo desde hace ya más de 200 años, con la revolución francesa. Y aún peor, las monarquías ya no son lo mismo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, donde la única casa real importante con poder fáctico ha sido la Casa Real Inglesa, precisamente, al convertirse todas las demás monarquías en Jefes de Estado sin más poder que el de representación. Prácticamente, el rey de todos los españoles de ambos hemisferios no es más que una figura de escayola en tema político. Su misión consiste en "sancionar y promulgar las leyes" (básicamente decir, "¡vale, me gusta!" y si dice "¡no me gusta!" entonces callarse la boca), presidir las sesiones del senado, convocar las elecciones... En definitiva: el rey es una persona que vive a cuerpo de rey.


Entremos en el fondo del asunto. ¿Qué puede traer como consecuencia una boda real (en el sentido de boda normal, boda juvenil) de un príncipe real? Nada bueno. Por supuesto que las críticas ya se están viendo llover. "¡Por dios, retrógrado! ¿Cómo puede poner alguna tacha a la señora Kate? Es usted un anticuado." Sólo a los faltos de alguna cordura se les ocurriría hablar así antes de conocer los argumentos. Me temo que sin embargo, por desgracia, son muchos los que piensan así.

El problema de los casamientos entre nobleza y plebeyos no es un problema nuevo. Para los ignorantes se trata simplemente de una cuestión de mentes antiguas y que no saben apreciar las virtudes de la muchacha. Sin embargo, para una mente un poco previsora, no pasará inadvertido que conceder derechos a los que no podían tenerlos de otro modo que por medio de este casamiento puede traer fatales consecuencias a largo plazo.

Una cosa debería quedarnos clara desde un principio: nadie puede criticar el hecho de que una plebeya llegue a ser reina. Precisamente este es un principio totalmente irrefutable. Todos debemos sentirnos orgullosos de que las personas puedan prosperar. El tema está en los principios de esa prosperidad, si han sido por mérito o por engaños. El caso de Catherine Middleton parece haber sido porque la muchacha, además de guapa y encantadora, parece responsable y una buena candidata a futura reina de Inglaterra. Mucho antes que ella, otros plebeyos como Napoleón o como el mismísimo Cristo llegaron a ser importantes reyes siendo gente del populacho más bajo.

Insisto, lo importante en este asunto de la monarquía no es quién se casa o con quién se casa, sino las consecuencias a largo plazo de ese casamiento. Lo que no puede ser admisible es la vulgarización de las instituciones, lo que se traduce en pérdida de autoridad y finalmente en pérdida de libertades. Si este casamiento se traduce en un ennoblecimiento de la muchacha y no en una vulgarización de la monarquía, con un giro más popular, entonces iremos en buen camino hacia un mundo en el que primen los méritos y no las siempre cambiantes simpatías.

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