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lunes, 31 de enero de 2011

Llorar es de valientes; llorar es de cobardes

No hay noche que no me pare a pensar qué vamos dejando a nuestro paso por la vida. Reconozco que por mucho que nos esmeremos los seres humanos no seremos reconocidos en el tiempo más que un puñado de nosotros. Esto es realmente triste y merece unas lágrimas.

En los medios de comunicación siempre se acaba mostrando la cara compasiva de la realidad. El chantaje emocional al que se ve sometido el espectador es inconcebible, dando por hecho y mostrando con un tono desacertado la suerte que tiene porque hay otros que están mucho peor que ellos.

El dolor. Esa es la auténtica clave. Nos incitan a sentir el dolor ajeno pero nos han tratado de convencer de que el dolor propio es inútil. ¿Es eso cierto? No sé realmente si este dolor propio es inútil. Probablemente sea así, en el sentido de que la transformación de dolor en gozo es un síntoma de superioridad moral. Sin embargo, muchos sistemas espirituales, caso del budismo, están basados en el grado de aceptación o superación del dolor. Luego no podemos decir a priori que sentir dolor deba ser un motivo de vergüenza o un acto cobarde.

Es injusta esa condena del sufrimiento propio y ese llamamiento a solidarizarse con el dolor ajeno. Este pensamiento es realmente un trío de prejuicios, a saber, que el dolor propio siempre es evitable, en que el dolor propio es un dolor individual mientras que el ajeno es colectivo y en que el dolor individual es, salvo excepciones, de inferior nivel al dolor ajeno. Por supuesto que el dolor provocado por el hambre en la barriga de un pequeño niño es mucho más triste que el dolor provocado por la pérdida de un empleo; no obstante, no podemos condenar los sentimientos de la gente.

Es necesario recordar que una ruptura amorosa es, por ejemplo, un dolor enorme para el que estaba enamorado. Debemos también decir que la pérdida de un padre o de un hijo es un dolor traumático. Alguno alegará, en un claro intento de reconducir el tema, que hay mucha gente que sufre males mayores, pero insisto: todos los seres humanos tienen derecho a expresar su dolor, sea de la naturaleza que sea. No es menos doloroso para el que lo sufre la pérdida de un brazo que la pérdida de un ser querido, ni es menos doloroso el cáncer para el que lo padece que el dolor del abandono del cónyuge. ¡No! Me niego a aceptar que la masa social imponga unos "derechos globales" y me haga renunciar a mis derechos como individuo, a mi derecho a reír y a mi derecho a llorar.

Buda decía que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Esta es la verdadera libertad: la opción de sufrir. Yo elijo sufrir. Como decía Lesley Gore: "It's my party and I cry if I want to". Esta es mi fiesta y lloraré si quiero. Nunca nos avergoncemos de llorar por una mujer, por un padre, por un trabajo, por suspender un examen, por haber dado un golpe con el automóvil. Somos humanos y como humanos el dolor está presente.


Dicho todo esto, no quisiera acabar sin mencionar que no recomiendo el sufrimiento como método o como vehículo de expresión. El mundo tiene ahí fuera muchas maravillas y un hueco para cada uno de nosotros. Sólo hay que encontrarlo. Esta es, nuevamente, la opción de cada uno: ante la crisis podemos llorar o podemos avanzar. Es mejor siempre el avance a la pasividad, sin duda, pero nunca, nunca, nunca debemos avergonzarnos de ser seres humanos, con nuestras flaquezas, con nuestras fortalezas, con nuestras debilidades, con nuestras crueldades y con nuestra violencia inherente. ¡Cuánto hemos de aprender de los antiguos!


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