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lunes, 13 de junio de 2011

Lo que debemos aprender de Hitler (II)

Sigamos con la emocionante historia del Führer de Alemania. Hitler demostró en las trincheras una actitud irreprochable, incluso criticable desde la comunidad militar base, por estar firmemente de acuerdo y no mostrar discrepancias con el alto mando, a pesar de que la Guerra Mundial estaba concluyendo de una manera triste para Alemania.

Hitler reprochará siempre a sus compañeros, al ejército alemán en general, su falta de entrega, por olvidar los esfuerzos que sus viejos abuelos hicieron por la reunificación de Alemania y por convertir a este estado en una potencia militar de primer orden, al nivel de Francia o Austria. Imaginemos, en mitad de los disparos, un Hitler ya cabo, tratando de animar a sus abatidos compañeros, algunos de ellos llorando, otros gritando: "Se acabó, se acabó todo...". En todo esta situación, muy probablemente muchos desertores judíos que tratando de comprenderlos, no consideraban a Alemania como su verdadera patria, o al menos no tanto como para no diferenciarse de sus compañeros auténticamente alemanes.

En mitad de los disparos y las deserciones, ahí está el cabo Hitler. ¡No es posible! Estos muchachos, que tienen tanto por lo que luchar, por un futuro glorioso para Alemania, de prosperidad a costa de franceses e ingleses, huyen sin parar. Él, que tanto había luchado por tener un nuevo futuro, que había descubierto en el ejército una puerta para una prosperidad real en su vida, ve nuevamente truncado su sueño, pero esta vez, mucho más tristemente, la culpa no es de él o del sistema. La culpa la tienen la actitud de los alemanes. Él ya había leído a Nietzsche, por ejemplo, y conocía hasta qué punto los alemanes habían perdido su esencia noble y trabajadora. Estos alemanes compañeros suyos eran la vergüenza de la raza. Habían realmente perdido el norte.

Llegaron los aliados y vencieron. Hitler llorará amargamente por esta derrota porque habiendo estado en el frente, combatiendo codo con codo con sus hermanos alemanes, había visto hasta qué punto sus hermanos eran cobardes, desconsiderados y sobre todo faltos de energía. Él mira al horizonte: nunca jamás volverá a consentir que su futuro lo obstaculicen ni los alemanes (sobre todo los socialistas), ni los franceses ni los judíos.

Lo fascinante y al mismo tiempo fundamental en esta historia, desde este punto hasta el final, es que Hitler es capaz de convertir una idea propia en una idea nacional. Esto es lo más grande que puede realizar un ser humano: que un país o incluso el mundo piense, actúe y sueñe como lo que uno piensa, actúa y sueña. Estamos ante una falsa apreciación: Hitler no convenció a nadie; Hitler compartió su mundo feliz con todos. Quien no sepa apreciar esto, no sabrá apreciar hasta qué punto se logró que todo un pueblo fuera capaz de seguir al líder. Porque él no impuso sus ideas por medio de la lógica, sino por medio del corazón.

Ideas, sueños, un fin, un objetivo.... ¡Despierta, Adolf! En aquel momento, nuestro aún joven cabo Hitler se ve en la post-guerra. El quiere iniciar una nueva empresa (esta vez, ve claro que puede ser un gran político o al menos, un colaborador con la propaganda nacionalista, de una Alemania poderosa. Recordemos, una vez más, que Hitler no era alemán, sino austríaco, aunque Alemania le había proporcionado más perspectiva de futuro que su Austria natal. Además, poco o nada quedaba del imperio de los Habsburgo y Hitler pensaba sólo en el futuro.

¿Pero por donde empezar? Hitler no tenía amigos, no tenía contactos, ni siquiera tenía dinero. ¿A dónde ir?¿Qué hacer? Una vez más los sueños se veían tan lejanos. Es en este punto donde un hombre cualquiera debe sentarse y meditar. Conocerse a sí mismo. Hitler ya sabe la respuesta: no hará nada, seguirá en el ejército y hará carrera, tratando de aprovechar su situación para poder hacer política cuando tenga oportunidad. Esta es una lección valiosa que Hitler le da al mundo: podemos tener miles de sueños, algunos imposibles, pero no podemos perder la noción de lo que somos. No se trata de olvidar los sueños (Hitler nunca lo hizo), sino de asumir la realidad y tratar de convertirla a lo que uno quiere y no pretender que ella misma, por nuestra simple voluntad mental va a convertirse en nuestro sueño.

Muy importante: el que manda nuestras vidas es nuestro propio yo. Si alguien o algo manda sobre nosotros (dinero, familia, amigos, jefes...) entonces no pretendamos cambiar la vida. Al final de la guerra se proclama la república soviética de Baviera. ¿Ser esclavo de los comunistas? ¡Nunca! Entonces Hitler se marcha de Baviera y se traslada. Él no va a consentir que la escoria comunista invada su intimidad. No convivirá con ellos. Trabaja durante un tiempo en un campo de prisioneros.

Para algunos fantasiosos, Hitler se estaría formando aquí la idea de los campos de concentración, del exterminio judío, del odio racial, etc. Insistimos en la idea de que salvo contadas excepciones, provocadas por intensas experiencias, una persona no se forja una idea de la noche a la mañana. Hitler ha visto en el campo de batalla cómo sienten Alemania los comunistas o los judíos. No hay que mirar más que alrededor de cualquier país del mundo actual para darse cuenta de que los comunistas o los ecologistas siguen siendo los destructores de los países y las sociedades. Él lo contempla. Él lo conoce. Él lo hace saber al mundo.

Los soviéticos bávaros fueron derrotados por el ejército alemán. Es otro golpe de suerte. Son estos momentos los que hay que aprovechar siempre. Esta enseñanza también la podemos sacar de Hitler, cuando decide regresar a Munich y acepta su primer trabajo político: buscar y denunciar comunistas y partidos comunistas. Le tocará investigar a un pequeño partido, el Partido Obrero Alemán, del que se pensaba que podría tener ciertos tintes comunistas y Hitler debía denunciar estos hechos. Su sorpresa fue que este partido no era tal como sospechaban, sino precisamente era un partido leal a las ideas de la república, al nacionalismo. Durante una de sus reuniones, uno de los asistentes expresa la necesidad de que el estado libre asociado de Baviera se desvinculara de Alemania y se unificara con la nueva Austria, con la que unían lazos históricos y geográficos. Hitler pronuncia entonces su primer discurso político, llenando de asombro a los asistentes (apenas unas decenas de miembros).

El tiempo se ha parado. Ha nacido el Hitler político. No se trata de convencer, se trata de despertar al pueblo. Aquellos hombres salieron esa noche totalmente renovados. ¡Cuánta razón tenía el nuevo camarada! Lo que debemos aprender es que nunca debemos temer la opinión, aunque sea contraria, de los demás, porque incluso hablando ante miembros de un partido que él mismo investigaba, y por tanto podría no haber sentado mal su intervención, éste se presentó y habló.

Ahora empieza la etapa del Hitler ideólogo, teórico y práctico. Todas esas ideas, puras, encerradas en su cabeza desde hacía años, estaban emergiendo con tanta fuerza, pureza y cantidad que embelesaba a todo el que escuchaba su discurso. Esto es también importante: no importa lo que se tarde en hacer que una idea tome forma si esta es pura y perfecta. Anton Drexler, el líder del partido, entiende que Hitler es una baza importante y tiene el tirón para atraer adeptos. El problema fue que Drexler no pudo luego mantener a Hitler, ya que su ímpetu era extremo. Hitler es ya el dueño del partido, rebautizado con el nombre de partido nacionalsocialista (en su apócope alemán, nazi).

Es hora de que hagamos una parada y reflexión sobre la lección de hoy. En la próxima ocasión veremos cómo Hitler, líder ya del partido, consiguió que no sólo sus adeptos (como ocurre con la mayoría de los políticos) sino sus propios conciudadanos llegaron a respetarle e incluso a amarle.

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