Uno de los sueños más antiguos de Europa ha sido la reconstrucción del extinto Imperio Romano. Un único gobernante para el extenso territorio que abarcara la ribera del mar Mediterráneo junto con las llanuras de Europa Central y las Islas Británicas fue durante siglos la causa de enormes conflictos armadas entre los distintos países europeos. Cierto es que desde la época de los césares hubo algunos personajes que se acercaron bastante a dicho sueño. El primero fue Justiniano, emperador Bizantino, le siguieron Carlomagno, el emperador Carlos V, Napoleón Bonaparte y Hitler, si bien el gobierno de estos últimos fue más bien efímero y que ninguno de ellos pudo adquirir las codiciadas Islas Británicas.
Tras el último intento de Hitler, en 1945, Winston Churchill recuperó una antigua idea de los filósofos europeos de unificar Europa por medios pacíficos en lugar de usar armas para dicho fin. La idea más moderna pretendía acercar a Europa a una postura parecida a la que los emergentes EE.UU. habían llevado a cabo. Cada Estado resultaba ser independiente, con su gobernador, sus propias leyes y jueces, pero cedían parte de su soberanía a la República Federal de los Estados Unidos de América, que asumía las funciones de defensa militar colectiva y relaciones internacionales.
Esta idea se vio pronto muy útil, al resultar altamente efectivo que todos los esfuerzos económicos de los distintos estados federales pudieran ser gestionados y optimizados por un gobierno central, lo que abarataba enormemente el gasto en seguridad, principalmente. Tras las II Guerra Mundial, los Estados Unidos de América eran la primera potencia mundial y esto se vio que no era por simple casualidad.
La idea de una Europa en un gobierno único resultaba atractiva, pero conllevaba ciertos problemas. ¿Quién asumiría el mando?¿Quién controlaría el dinero?¿Qué tipo de gobierno sería el que se formaría? La cuestión no era ninguna tontería. Mientras que los Estados Unidos de América habían sido configurados como un estado federal a partir de un gran número de estados republicanos, la vieja Europa estaba (y está) constituida por gobiernos mucho más complejos y variados, como son monarquías, repúblicas o repúblicas federales. Evitando todos estos problemas, se optó a mediados del siglo XX por formar una libre circulación de personas, mercancías y capitales a través del Espacio Común Europeo. La desaparición de aranceles trajo consigo una unión aduanera de facto, mejorando notablemente la competitividad en los mercados, una baja de precios para los consumidores de toda Europa y facilitar a los productores la entrada de sus productos por todas las naciones del Mercado Común.
Posteriormente, se empezó a configurar una unión política y monetaria, de tal modo que Europa, sin estar formalmente unida en una sola nación, pudiera considerarse por sí misma una institución de carácter internacional con capacidad de imponer leyes y sanciones a todos sus estados miembros. Este fue el origen de la Unión Europea, entidad política que engloba a 5 de las 10 naciones más ricas del mundo y a dos de las cinco naciones que forman el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Así pues, la Unión Europea se convirtió en un claro rival para los EE.UU.
Sin embargo, el sueño de unos auténticos Estados Unidos de Europa, por mucho que los europeístas lo deseen, es más utópico que real, por muchas razones:
1. Como hemos dicho, los Estados Unidos de América surgieron de la federación y anexión de distintos estados republicanos en un estado federal. Lo más parecido a esto que hay en Europa es la República Federal de Alemania. La Unión Europea, aunque no se diga formalmente, es una confederación (al estilo de la República de Suiza) y no una federación. La diferencia esencial entre federación y confederación es que en la primera todos los estados miembros ceden gran parte de su soberanía a un gobierno central, encargado de los asuntos militares y de política exterior fundamentalmente, además de mantener el orden interno y las disputas entre estados. Las confederaciones, en cambio, son uniones en las cuales no se cede en ningún momento la soberanía de los estados, sino que estos acuerdan reuniones periódicas en las que representantes de cada estado, de manera democrática, adoptan medidas de carácter general y obligado cumplimiento. Las faltas de alguno de los estados miembros no es castigada por un gobierno central sino por todos los estados que forman la confederación. Este modelo es inferior al estado federal, ya que la autonomía de cada estado es patente y de hecho es muy corriente observar que los estados más influyentes de la Unión Europea (Francia y Alemania principalmente) adoptan medidas unilaterales que no necesariamente favorecen los intereses de toda la Unión Europea. Esta unión se torna entonces frágil y si todavía hoy subsiste es por los pingües beneficios que deja a todos los países miembros esta situación política.
2. Los Estados Unidos son todos repúblicas. En Europa hay desde monarquías absolutas (como Liechtenstein, Mónaco o la Ciudad del Vaticano) y parlamentarias (España, Reino Unido, Bélgica, etc.) hasta repúblicas (Alemania, Francia, Italia, etc.). Mientras que tiene sentido un presidente federal o un monarca supremo, no parece muy lógico un estado en el que el poder supremo lo ejerza un presidente que gobierna a reyes. Tampoco parece lógico colocar al frente de todos los países de Europa a un rey único. Esto chocaría con los intereses de todas las monarquías, intereses legítimos desde la época medieval. No sería posible, por ejemplo, que la Reina de Inglaterra, Escocia e Irlanda del Norte fuera la nueva Reina de Europa. Los más elementales principios de derecho internacional rechazarían esto, amén de las distintas monarquías históricas de Europa (España, fundamentalmente).
3. Lo que de verdad da unión a los pueblos es el sentimiento de nación. Para que esto ocurra, deben tenerse símbolos propios y un territorio propio. La Unión Europea pronto se percató de esto y lo instituyó. Sin embargo, falta un tercer elemento: el idioma. Esto es aún más complicado que encontrar gobernante. ¿Qué idioma debe ser el idioma oficial de Europa, que permitiera a todos comunicarnos a la vez? El inglés parece la primera opción pero, ¿por qué?¿Es que un idioma que habla de forma nativa alrededor de 60 millones de europeos debe ser sobrepuesto al que hablan 100 millones de europeos (alemán). ¿Es que países que por población, importancia mundial e Historia, como Francia, España, Italia y en menor medida Portugal deben ser excluidos de la pugna por el idioma? Esta es una de las auténticas cuestiones de una unión real en los países: el idioma y las costumbres (entre ellas la religión). Esto bien lo sabían los antiguos, los cuales siempre trataban de exterminar cualquier vestigio cultura e idiomático anterior (desde los mismos romanos).
Hablar de una auténtica Europa Unida es una entelequia. Incluso ya se observar parte del fracaso con el mismo Euro, al que la pequeña Grecia está haciendo tambalear y ¿quién sabe? lo mismo lo tumba.
Posteriormente, se empezó a configurar una unión política y monetaria, de tal modo que Europa, sin estar formalmente unida en una sola nación, pudiera considerarse por sí misma una institución de carácter internacional con capacidad de imponer leyes y sanciones a todos sus estados miembros. Este fue el origen de la Unión Europea, entidad política que engloba a 5 de las 10 naciones más ricas del mundo y a dos de las cinco naciones que forman el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Así pues, la Unión Europea se convirtió en un claro rival para los EE.UU.
Sin embargo, el sueño de unos auténticos Estados Unidos de Europa, por mucho que los europeístas lo deseen, es más utópico que real, por muchas razones:
1. Como hemos dicho, los Estados Unidos de América surgieron de la federación y anexión de distintos estados republicanos en un estado federal. Lo más parecido a esto que hay en Europa es la República Federal de Alemania. La Unión Europea, aunque no se diga formalmente, es una confederación (al estilo de la República de Suiza) y no una federación. La diferencia esencial entre federación y confederación es que en la primera todos los estados miembros ceden gran parte de su soberanía a un gobierno central, encargado de los asuntos militares y de política exterior fundamentalmente, además de mantener el orden interno y las disputas entre estados. Las confederaciones, en cambio, son uniones en las cuales no se cede en ningún momento la soberanía de los estados, sino que estos acuerdan reuniones periódicas en las que representantes de cada estado, de manera democrática, adoptan medidas de carácter general y obligado cumplimiento. Las faltas de alguno de los estados miembros no es castigada por un gobierno central sino por todos los estados que forman la confederación. Este modelo es inferior al estado federal, ya que la autonomía de cada estado es patente y de hecho es muy corriente observar que los estados más influyentes de la Unión Europea (Francia y Alemania principalmente) adoptan medidas unilaterales que no necesariamente favorecen los intereses de toda la Unión Europea. Esta unión se torna entonces frágil y si todavía hoy subsiste es por los pingües beneficios que deja a todos los países miembros esta situación política.
2. Los Estados Unidos son todos repúblicas. En Europa hay desde monarquías absolutas (como Liechtenstein, Mónaco o la Ciudad del Vaticano) y parlamentarias (España, Reino Unido, Bélgica, etc.) hasta repúblicas (Alemania, Francia, Italia, etc.). Mientras que tiene sentido un presidente federal o un monarca supremo, no parece muy lógico un estado en el que el poder supremo lo ejerza un presidente que gobierna a reyes. Tampoco parece lógico colocar al frente de todos los países de Europa a un rey único. Esto chocaría con los intereses de todas las monarquías, intereses legítimos desde la época medieval. No sería posible, por ejemplo, que la Reina de Inglaterra, Escocia e Irlanda del Norte fuera la nueva Reina de Europa. Los más elementales principios de derecho internacional rechazarían esto, amén de las distintas monarquías históricas de Europa (España, fundamentalmente).
3. Lo que de verdad da unión a los pueblos es el sentimiento de nación. Para que esto ocurra, deben tenerse símbolos propios y un territorio propio. La Unión Europea pronto se percató de esto y lo instituyó. Sin embargo, falta un tercer elemento: el idioma. Esto es aún más complicado que encontrar gobernante. ¿Qué idioma debe ser el idioma oficial de Europa, que permitiera a todos comunicarnos a la vez? El inglés parece la primera opción pero, ¿por qué?¿Es que un idioma que habla de forma nativa alrededor de 60 millones de europeos debe ser sobrepuesto al que hablan 100 millones de europeos (alemán). ¿Es que países que por población, importancia mundial e Historia, como Francia, España, Italia y en menor medida Portugal deben ser excluidos de la pugna por el idioma? Esta es una de las auténticas cuestiones de una unión real en los países: el idioma y las costumbres (entre ellas la religión). Esto bien lo sabían los antiguos, los cuales siempre trataban de exterminar cualquier vestigio cultura e idiomático anterior (desde los mismos romanos).
Hablar de una auténtica Europa Unida es una entelequia. Incluso ya se observar parte del fracaso con el mismo Euro, al que la pequeña Grecia está haciendo tambalear y ¿quién sabe? lo mismo lo tumba.