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miércoles, 30 de noviembre de 2011

Diciembre de 2011. El principio del fin

Acabamos de iniciar el nuevo mes, diciembre, mes que indica el final del año y por lo que parece no vamos a poder decir que haya sido el mejor año para todos, al menos desde el punto de vista económico.

El mundo tal y como lo conocemos puede que esté en los inicios del fin. La realidad es que la vida actual sólo consiste en generar y ganar dinero. Lo demás es tontería. El dinero, qué duda cabe, es algo fundamental. El dinero indica claramente el grado de capacidad que tiene el ser humano de obtener recursos. El dinero, en sí mismo, no es malo. Tampoco lo que simboliza, es decir, el método de poder repartir recursos en la comunidad, a razón de la capacidad individual de poder acceder a ellos. Lo que es auténticamente peligroso, desde tiempos inmemoriales, es tomar el dinero como patrón de la realidad.

El grave problema que tiene que asumir el siglo XXI es el problema de la vulgarización. No hay quien pueda ser censurado en internet y si eso pasa los pseudónimos pueden ayudar a evitar la censura. Las redes sociales han permitido que millones de personas puedan dejar reflejadas sus opiniones y poder debatir y platicar entre ellas y con personajes famosos o personas importantes (presidentes del gobierno, obispos, políticos, actores, etc.).

A todo este fenómeno lo llaman democratización de la sociedad. Yo veo mucho más aconsejable llamarlo vulgarización de la sociedad.

No se debería permitir a nadie que vertiera opiniones gratuitas sin por lo menos demostrar lo que en ellas se dice. No es posible que un gobierno que realmente vela por los intereses del pueblo permita que en twitter, por ejemplo, el Premio Nobel de medicina se vea discutido en cuestiones médicas por el primer inculto del país, alegando este último la experiencia sufrida o lo que ha leído o ha sido contado por otros. La cuestión es que convertimos la ciencia o la virtud en pura parafernalia.

Lo que nos ha enseñado 2011, una vez más, entre tantos gritos de "indignados", entre tanta crisis y entre tantos vaivenes de los políticos, es que el futuro de la generación futura está completamente hipotecado. Es más, no hay solución real a esto a no ser que haya una auténtica guerra. Quizá no sea necesaria una guerra en el sentido estricto de la palabra, pero sí la aniquilación de mercados y economías que no sean lo suficientemente adecuadas al mercado occidental. Quien quiera ver que la solución a los males del mundo está en una concepción socialista del mismo se equivoca muy profundamente.

En este aspecto, cabe mencionar el famoso debate que hubo en pleno siglo XX sobre quién tenía razón, si malthusianos o los marxistas. Según los primeros, los recursos crecen de manera aritmética mientras que la población lo hace de manera geométrica. Por tanto, cuantos más seamos, más difícilmente seremos capaces de generar recursos para todos y por consiguiente tarde o temprano se generará un empobrecimiento general que traerá sólo como consecuencia un enfrentamiento real entre individuos. Los marxistas, en cambio, confían en que el ser humano es inventivo y que su innovación nos traerá un futuro mucho más tecnológico y por consiguiente será más fácil generar recursos, al menos en cantidad suficiente para poder abastecer a una población muy superior a la actual (es decir, que seríamos capaces, a día de hoy, de generar recursos para 20 o 30 mil millones de habitantes en lugar de recursos sólo para los 7 mil millones actuales).

El caso es que ya metidos en el siglo XXI parece que, como ya intuían en el siglo XX, las tesis de Malthus son mucho más acertadas que las marxistas. Si bien es cierto que el progreso puede ayudar a generar recursos para más habitantes de los que se piensa, es más cierto que el grado de insatisfacción generado por el empobrecimiento generalizado predicho por Malthus es muy superior al grado de avance de la tecnología. Dicho de otra manera: ambas teorías tienen sus razones, aunque la de Malthus es mucho más científica que la de Marx; en cambio en lo que ambos teóricos no pensaron fue que el grado de insatisfacción humano poco tiene que ver con la presencia o ausencia de recursos sino en la capacidad de ver satisfechas sus pretensiones consumistas. Un consumidor bien puede enfadarse e incluso hacer una manifestación por no tener disponible un cine en su localidad. No es cuestión de tecnología, que existe, sino cuestión de consumismo.

No es probable que en los próximos años exista nada parecido a una guerra, pero sí que será necesario hacer algún tipo de purga dolorosa en la sociedad occidental y hacer entender a la misma que hay ciudadanos ricos y pobres, listos y tontos, etc. Sólo volviendo al sistema de clases seremos capaces de crear lo que se denominó una clase media, según la cual el sistema puede funcionar por sí mismo, sin más pretensión por esta clase media que la de poder vivir dignamente. En el momento en que se pretenda que esta clase media aumente sus recursos, el sistema está abocado al fracaso, tal y como ha demostrado el siglo XXI. No se trata de una cuestión monetaria sino en una cuestión de consumo: si el ciudadano de clase media se equipara con el ciudadano de clase alta (en el sentido de poder disponer, por ejemplo, de 2 o 3 casas y un sueldo familiar superior a los 5000 $ o 5000 €) el sistema está abocado al fracaso, ya que no existe ningún tipo de aspiración más allá que la económica por parte de los individuos y especialmente de los jóvenes.

El 2012 está cerca. ¿Qué nos deparará?

jueves, 24 de noviembre de 2011

La hecatombe del PSOE y la explicación de la ley D'Hont

Ayer hubo elecciones presidenciales en España y el partido del gobierno (PSOE, siglas del Partido Socialista Obrero Español) fue barrido en las urnas por el principal partido de la oposición (PP, siglas del Partido Popular). El PSOE ha sufrido la peor derrota desde el inicio de la democracia en España en 1978. El PP ha desbancado al PSOE con mayoría absoluta, lo que le proporcionará la posibilidad de gobernar sin ningún tipo de alianza, lo que le permitirá hacer leyes y planes mucho más estables de lo que les habría permitido otras coaliciones con nacionalistas o partidos minoritarios.

José Luis Rodríguez Zapatero pasará a la Historia de España como uno de los dos peores gobernantes de todos los tiempos. El otro, Fernando VII, al menos contaba con la excusa de que nació rey de España y era otra época. La historia de ambos es bastante parecida: ambos fueron aceptados popularmente, siendo dos de los gobiernos con más apoyos y simpatías al inicio de sus mandatos; ambos eran bastante idealistas y poco prácticos; ambos fueron excesivamente incongruentes y ambos, con sus políticas ultramodernas, hicieron tambalear la estructura estatal española hasta el punto de provocar conflictos internos. Todos recordarán que Fernando VII, con su designación de heredero en su hija Isabel II, provocó el estallido de la Primera Guerra Carlista. Rodríguez Zapatero no ha llegado a una guerra pero qué duda cabe de que ha desestabilizado todo el sistema español.

Las políticas del presidente español han sido ante todo absurdas. Toda su política ha sido poco meditada, muy emotiva y sobre todo poco útil. Nadie en su sano juicio habría llevado a España hasta la ruina como lo ha llevado él y todo por mantener el status de los que no desean trabajar. El socialismo, por lo general, siempre consiste en igualar o incluso en favorecer al que no lo merece. Los socialistas siempre dicen que favorecen al necesitado: esto es rotundamente falso, por cada aunténtico necesitado que ayudan, se ayuda a 50 inmerecidos. ¿Es demostrable esto que decimos? Sin duda. Las personas somos, ante todo, tendentes a la pereza. Nos gusta domir un poco más, comer un poco más, levantarnos a realiza alguna tarea un poco menos... ¿Cómo no íbamos a pelear por un sistema de gobierno que nos proporciona un máximo de placer con un mínimo de esfuerzo?

Otro dato interesante de las elecciones españolas ha sido el abuso que el sistema D'Hont ha hecho en las mismas. D'Hont creó un sistema de reparto de votos basado en el hecho de que en su país natal, Bélgica, las comunidades flamenca y valona tenían distinta población (aproximadamente la primera es el doble que la segunda). Además, se daba el caso curioso de que en las zonas de habla mayoritariamente francesa (la zona valona) existía una gran población de personas de habla neerlandesa, mientras que en la zona flamenca el número de personas con habla francesa era también muy alto. Conclusión: Bélgica estaba dividida de facto en dos regiones que a su vez estaba dividida en dos comunidades.

Esta situación especial de Bélgica hacía que en cualquier sistema de votación los que hablaban neerlandés tuvieran siempre una mayor representación en las urnas, dejando a la comunidad francófona en clara desventaja. D'Hont propuso entonces un sistema no proporcional, es decir, un sistema en el que los votos de todos los ciudadanos valieran lo mismo, sino que se le daba una mayor oportunidad de representación a los partidos políticos con un menor número de apoyos, a fin de establecer de manera más democrática la representación final del congreso.

En España esta ley electoral fue pensada para favorecer la representación de los partidos nacionalistas, ya que al ser exclusivamente votados en sus circunscripciones no era previsible que pudieran alcanzar un gran número de votos en unas elecciones generales. Así, se retiraba algo de poder a los partidos mayoritarios (PP y PSOE) mientras que se le concedía una mayor representación a los pequeños.

Veamos con un ejemplo cómo funciona la ley D'Hont. Supongamos que en un país hay 4 partidos. Los resultados de las elecciones fueron:

- Votantes: 100 000
- Número de escaños: 10
- Partido A: 60 000 votos (60% de los votos)
- Partido B: 25 000 votos (25%)
- Partido C: 10 000 votos (10%)
- Partido D:  5000 votos (5%)

Supongamos que el sistema fuera proporcional (cada voto vale igual que los demás).

Partido A: 6 escaños (60%); partido B: 3 escaños (30%); partido C: 1 escaños (10%); partido D: 0 escaños (0%).


En la ley D'Hont, el sistema consiste en dividir sucesivamente entre 2, 3, 4, ... n los votos obtenidos por cada partido. Se asigna entonces un escaño a los números más grandes, hasta que quedan todos repartidos. En las siguientes líneas se ponen los divisores y entre paréntesis el ordinal correspondiente al escaño que se reparte (del 1º al 10º).

Partido A: 60 000 (1); 30 000(2); 20 000 (4); 15 000 (5);        12 000 (7); 10 000 (9)
Partido B: 25 000 (3); 12 500 (6); 8333 (10); 6250; 5000
Partido C: 10 000 (8); 5000; 3333; 2500; 2000
Partido D: 5000; 2500; 1333; 1250; 1000

En este caso: partido A: 6 escaños; partido B: 3 escaños; partido C: 1 escaño; partido D: 0 escaños.

Podría parecer entonces que ambos sistemas dan resultados parecidos, pero en este caso los números son engañosos. Imaginemos que la situación fuera otra:

Número de escaños: 10
Partido A: 35 000 votos
Partido B: 32 000 votos
Partido D: 22 000 votos
Partido E: 11 000 votos

En este caso: partido A: 4 escaños; B: 3 escaños; C: 2 escaño; D: 1 escaño.

Según la ley D'Hont:

- Partido A: 4 escaños
- Partido B: 3 escaños
- Partido D: 2 escaños
- Partido E: 1 escaño


¿Es entonces posible que la ley sea injusta como nos han venido contando?¿No son acaso iguales ambos sistemas?

La clave no está en los resultados obtenidos, sino en los resultados generales. En los países donde se usa la ley D'Hont existen circunscripciones, es decir, se celebran pequeñas elecciones y el total obtenido es el total nacional. Así pues, imaginando que las dos situaciones planteadas fueran 2 provincias distintas de un mismo país obtenemos que al final de las elecciones los partidos obtuvieron los siguientes escaños:

Partido A: 6 + 4 =10
Partido B: 3 + 3 = 6
Partido C: 1 + 0 = 1
Partido D: 0 + 2 = 2
Partido E: 0 + 1 = 1

Cuando realmente deberían haber obtenido:

Partido A: 95000 votos......................... 9 escaños
Partido B: 57000 votos......................... 6 escaños
Partido C: 10000 votos......................... 1 escaños
Partido D: 27000 votos......................... 3 escaños
Partido E: 11000 votos......................... 1 escaños

Por tanto, el partido D, con más votos que los partidos C y E obtendría la misma representación política que C y E en el sistema D'Hont. El partido más votado incrementaría su posición en detrimento del más pequeño.

En cualquier caso, a medida que crece el número de diputados y circunscripciones, la diferencia es todavía más sustancial. Imaginemos la siguiente situación:

Provincia 1.................. 1 escaño: A:60000 votos; B=30000; C= 10000;
Provincia 2................... 2 escaños: A:36000; B=30000; C=34000;
Provincia 3......................3 escaños: A: 50000; B= 24000; C=26000;

Resultados: Provincia 1: A=1; provincia 2: A=1; C=1; provincia 3: A=2; C=1; Totales: A=4; B=0; C=2.

Resultados totales en el país: A=146000 votos; B=84000 votos; C=70000.

¡La segunda fuerza política más votada del país no obtendría ni un solo parlamentario!

Conclusión: el sistema D'Hont es un sistema correcto tomado en su conjunto, pero es totalmente injusto en un sistema político con demarcaciones o con circunscripciones.

En principio, el sistema D'Hont es totalmente contrario al artículo 14 de la Constitución Española que dice expresamente que "todos los españoles son iguales ante la ley". Por tanto, el voto debe ser absolutamente proporcional, ya que de otra manera el voto tiene un mayor peso en las provincias o regiones con partidos minoritarios a escala nacional pero mayoritarios en sus respectivas provincias o regiones, lo cual contradice el espíritu de igualdad que emana del significado de democracia.

domingo, 20 de noviembre de 2011

La Europa del Euro.

¿Quién hubiera dicho hace tan sólo un año que Europa iba a estar a punto de la hecatombe? La realidad europea hace aguas, y no precisamente porque haya faltado voluntad política. El caso es que jamás en la historia se había protagonizado, a excepción del Imperio Romano, semejante momento de incertidumbre en época de paz. Europa ha perdido su horizonte. Europa, su historia, su población, su cultura, su política... está absolutamente corrompida.

No se trata de ser catastrofistas. La Europa de la UE no deja de ser una utopía poco madurada. Es cierto que ha existido, desde hace décadas, un espíritu profundamente europeísta, pero ese europeísmo estaba enfocado a una pelea real entre Estados Unidos y Europa por acaparar el poder económico mundial. Nadie podía prever que China, India, Brasil, Rusia o Irán iban a convertirse en auténticos líderes mundiales en ciertos componentes o en ciertas formas de economía.

¿Y cuál es la solución al problema? La solución es dura, aunque necesaria y se llama egoísmo. Europa debe volver a ser egoísta si quiere volver a ser el motor del mundo y el motor de la Historia. Hablar de Historia es hablar de Europa. Conquistas, ciencia, guerras... Todo esto es Europa. Mientras que Europa no haga esto, mientras Europa trate de crear sinergias y competencias con otros países, incluido EE.UU. y Japón, mientras que Europa quiera desarrollar países pobres, Europa dejará de ser lo que era.

Fijémenos que el gran problema de Europa es que se trata del continente más pequeño y por tanto sus recursos son limitados. Por si fuera poco, además de pequeño tiene a 5 de los países que componen el G-8 (Francia, Alemania, Italia, Rusia y Reino Unido). De éstos, el único con suficiente capacidad de recursos es Rusia, al tratarse de un país inmenso.

A Europa le pasa lo que a los abuelos con los nietos: quieren que crezcan, que se desarrollen, les dan dinero para que compren juguetes y golosinas... Pero ahora Europa es vieja y los jóvenes se han rebelado y el abuelo ya no tiene las fuerzas para mantener al joven quieto.

En efecto, el mundo ha cambiado y al menos que se sigan políticas como Alemania, único país que ha sido capaz de generar empleo en plena crisis, Europa está condenada al fracaso más rotundo. Alemania es implacable, incluso entre sus socios europeos. No consiente y nunca ha perdido el poder desde sus inicios. Esta costumbre alemana, además de sana, es antiquísima: durante los últimos 5 siglos, al menos un país alemán (los países alemanes son Alemania, Austria, Suiza y Liechtenstein) ha sido potencia mundial militar, política o económica.

Egoísmo no significa avaricia o codicia. Egoísmo significa pensar en la supervivencia. Egoísmo significa: yo no tengo problemas en darte lo que me sobra, pero no compartiré lo que tengo o lo que me corresponde. La opinión pública. Siempre hablan de la opinión pública. El público quiere vivir opíparamente. El público sí que es egoísta. El público, en actos callejeros, puede pensar de una manera mucho más altruista, pero en casa habría que ver cuántos son capaces de esconder incluso comida para que no la vean sus invitados y amistades, con temor a compartirla.

jueves, 10 de noviembre de 2011

La crisis italiana y la caída de Berlusconi

Existe una extraña inclinación en la sociedad occidental. Solemos representar a los países no occidentales como a bárbaros o incluso peor, como primitivos o incultos. Habría que matizar a la inmensa mayoría de la sociedad occidental que no existen países incultos, sino pueblos incultos. Cualquier entidad que pueda considerarse país es una entidad libre e independiente y esa independencia tiene que estar sustentada por gente entendida. Esto significa que en cualquier país que se precie siempre existirá una minoría de personas letradas que al menos garantizarán la existencia de tal entidad como país.

También puede ocurrir lo que en ocasiones, en el pasado, ha ocurrido: países que pierden su entidad a causa de conquistas y se incorporan a un estado más poderoso. En este caso, no podemos achacar la pérdida de la libertad a la incultura, sino más bien a la ineptitud de esos letrados.

Lo que pretendo hacer ver en estas líneas es que, a diferencia de lo que se suele afirmar, la cultura o la ciencia no son propiedad única de la cultura occidental (ya esto lo están demostrando países como China, India o Irán) y que la presencia de personas alfabetizadas no garantiza un desarrollo eficiente de las políticas y la economía de un país.

Esto ha ocurrido con Berlusconi o Papandreu. Dos líderes occidentales, de dos de los países que representan a las dos culturas más importantes de la antigüedad: Grecia y Roma. Algunos se echarían las manos a la cabeza si quisiéramos comparar Grecia o Italia con Libia o Egipto, pero la realidad es esa: salvo por la existencia de un régimen político democrático, estos dos líderes occidentales se han comportado como dictadores musulmanes.

Berlusconi y Gadafi se parecen en muchísimas cosas. No en vano eran amigos. A ambos les gustaba la buena vida, las mujeres y ambos eran cuestionados en sus países. Pero claro, Berlusconi era presidente de un estado democrático y Gadafi no. ¿Es esto realmente así?¿Se puede considerar a las democracias occidentales propiamente democracias?

Salvo casos muy aislados (Suiza o EE.UU.), ningún régimen democrático es realmente una democracia. La mayor parte de los países procuran no conceder al pueblo demasiado poder de decisión. Y hacen bien. No se puede concebir que países como España pudieran aplicar un régimen democrático como Suiza, precisamente porque España y el resto de países iberoamericanos están constituidos por pueblos incultos y por tanto no tienen una capacidad real de tomar decisiones.

La democracia real y eficiente sólo puede prosperar en pequeñas comunidades (las polis griegas, por ejemplo), en países con muy alto grado de cultura (Finlandia, Canadá o Suiza) o con un alto grado de represión ante decisiones inaceptables (EE.UU. o Japón). El resto de los países occidentales (Europa, Latinoamérica y Australia) sólo pueden aspirar a algo parecido, entre otras cosas porque es en Europa donde principalmente surgen las ideas revolucionarias.

La crisis italiana ha permitido expulsar a un semidictador. No es fácil ver a estos dictadores cuando las cosas van bien, ya que el juego democrático tapa estos matices. Así nadie dirá hoy por hoy que Sarkozy o Merkel sean semidictadores, porque en sus propios países las cosas van bien. Pero gracias a que son unos pequeños dictadores, Sarkozy pudo reprimir la crisis de inmigrantes en París, y por desgracia, al no ser un auténtico dictador, no pudo evitar que cientos de vehículos se incendiaran, ya que Gadafi, por ejemplo, no hubiera vacilado en trasladar al ejército allí.

Por decisiones "populares" (es decir, hechas por el pueblo), Europa es hoy una zona inestable. Fueron esas mismas decisiones populares las que permitieron enriquecerse a miles de empresas europeas civilizando y tecnificando a China; fueron esas decisiones populares las que permitieron a Rodríguez Zapatero alcanzar el poder y renovar posteriormente otros cuatro años hasta destrozar el tejido empresarial y económico español; fueron esas decisiones populares las que han permitido a Papandreu evitar un rescate adecuado a Grecia; han sido esas decisiones las que han permitido que Berlusconi haya llevado a Italia a la ruina técnica.

Es hora ya de plantearse si quizá este cambio de ciclo económico no haya que convertirlo también en un cambio de ciclo político, donde por ley no se permitan incongruencias, planteamientos estúpidos y poco útiles a la mayoría (leyes a favor de colectivos minoritarios, por ejemplo, que se traduzcan en crear confusión). La democracia, cada vez más, se está convirtiendo en una fuente de errores, donde sólo subsiste el que pide perdón por hacer las cosas bien y donde el que "sufre" siempre tiene que salir bien parado, mientras que el realmente sufre día a día (sale a trabajar, lleva su vida coherentemente, vive con su esposa y desea vivir tranquilo) siempre sea el que aparezca como el de espléndida vida, el burgués indeseable que no reparte con los demás.

sábado, 5 de noviembre de 2011

El juez que pegó a su hija

Ya conocerán la extravagante historia del juez estadounidense William Adams, cuya hija realizó hace algunos años una grabación donde se ve a su padre y a su madre castigarle con un cinturón por haberse descargado de internet archivos musicales.

En esta historia, tanto la hija como el padre han alegado sus motivos. Ella, que padece cierta deficiencia física, dice que descargó la música como hacen muchos otros internautas. El juez, por su parte, alega que su hija se estaba descargando contenido de manera ilegal y que este robo no podía concebirse en la casa de un juez.

En cualquier caso, las imágenes son duras y no dejan lugar a dudas de lo ocurrido. El juez azotó a su hija repetidas veces por haberse descargado música. Este caso ha sido calificado en los noticieros como de un caso muy grave de abuso de poder y de maltrato físico. Otros, por el contrario, sostienen que el juez hizo simplemente su papel de padre y dio unos cachetes a su hija, con intención educativa.

Ustedes saben ya, si son seguidores frecuentes de este foro, que no me gusta dejar las cosas por obvias cuando no lo son. A la vista de las imágenes, el juez claramente se extralimita, ¿o no? He aquí lo que hay que analizar, ya que en otra ocasión, cuando hablábamos del castigo físico como método de aprendizaje, estuvimos hablando de las bondades y ventajas de dicho método. Sin embargo, todo tiene un límite.

La pregunta que debemos hacernos aquí es la siguiente, ¿pudo dicho castigo influir positivamente en la hija para que no volviera a cometer la falta? Esto es lo único que hay que resolver. Quizá para cualquier idealista o para cualquier pedagogo de tres al cuarto, este juez sea algo parecido a Satanás, pero esto no es tan fácil de determinar.

Por lo que parece, el castigo infundido por el juez no se corresponde con la falta (es lo que se conoce en derecho como proporcionalidad). Una descarga ilegal de música no puede ser considerada en ningún caso como una falta tal que merezca más allá de un azote. El problema de este juez no ha sido el castigo. Hemos de entender, una vez más, que premiar o castigar suponen una combinación necesaria para la aplicación de la justicia y para el aseguramiento de la paz en cualquier comunidad humana. El problema ha sido más bien que el juez no ha sido proporcional en la aplicación del castigo.

Lo que diferencia un castigo de otro no es la crudeza del mismo, sino la efectividad. Es rotundamente falso que un castigo de corte moderno (por ejemplo, quitar al postre) sea más efectivo que un clásico castigo físico. Tampoco es cierto lo contrario, es decir, que el castigo físico sea siempre el método correctivo apropiado. Todo depende, como hemos dicho con anterioridad, del tipo de falta cometida y de la proporcionalidad del castigo.

Ahora bien, y esta es la correcta pregunta, ¿cuándo un castigo es proporcional? La jurisprudencia general considera un castigo que un castigo es proporcional a la falta al estilo de un porcentaje de castigo. Por ejemplo, si el máximo castigo es estar 20 años en la cárcel por matar a un individuo, robar una casa podrían ser 5 años de cárcel y pegarle un puñetazo al jefe podrían ser 6 meses de cárcel. Esta forma de legislar, propia de los pueblos antiguos, es la que todavía hoy se utiliza. Es por tanto, una manera de legislar totalmente obsoleta. El castigo ha de ser proporcional, a partes iguales, a la falta y la capacidad de soportar el castigo que tenga el delincuente. De esto se olvidan muy rápido las actuales democracias occidentales.

Por ejemplo, sería ridícula una ley que diga que verter aceite usado a un río conlleve una multa de 6000 dólares (o euros). Esto es lo habitual, pero insisto en su carácter ridículo. Es muy posible que para un padre de familia este castigo pueda ser realmente ejemplar, pero para una empresa multinacional, que factura 3 millones de dólares (o euros) al mes, esos 6000 euros no serían más que una miseria.

En el caso que nos ocupa, el del juez estadounidense, a su hija la azotó en repetidas ocasiones. El azote en sí mismo no es malo, como hemos dicho muchas veces, igual que los trabajos forzados tampoco son malos (de esto ya hablaremos en otro momento). Lo que es francamente malo es que el azote sea injustificado o incluso desproporcionado. Por ejemplo, un niño de 6 años no podría ser jamás castigado con la mismísima pasión de Cristo, ya que en el hipotético caso de que fuera capaz de resistir esa crueldad, no hay posibilidad de que el niño pudiera sacar de ese castigo nada positivo para su aprendizaje o su propia disciplina.

Un castigo ha de ser, ante todo, instructivo. El objetivo último del castigo no es hacer daño, sino corregir una práctica incorrecta, un vicio o una falta. El ensañamiento o la violencia gratuita nunca puede ser considerada propiamente castigo, ya que no existe una auténtica disposición a la instrucción del que padece el castigo.

En conclusión: el castigo del juez no era proporcional, por lo que su hija no sólo no aprendía, sino que trataba de evitar cualquier contacto con su padre. Tampoco se ve que hubiera un componente realmente didáctico en dicha práctica paterna, sino más bien el juez descargó sus problemas de aquel día en su hija. Por último, destacar que si bien la niña no fue castigada desde el punto de vista didáctico, sí que son muy positivos ciertos castigos físicos, tanto en niños como en adultos. Es necesario dismitificar esos artículos de los Derechos Humanos y separar claramente lo que es un correctivo de lo que es un ensañamiento violento y cobarde.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

De la victoria pírrica o ¿y por qué Grecia hace esto ahora?

Es la pregunta clave. ¿Orgullo?¿Indignación?¿Algún tipo de movimiento político del partido de Papandreu? La situación es sorprendente, qué duda cabe. Sin embargo, para todo hay una explicación, aunque no resulte creíble o incluso políticamente correcta.

Desde hace muchas décadas, y especialmente desde finales de la década de los 70 del siglo XX, Europa ha sido concebida como un pequeño monstruo. De hecho, la forma del continente está lleno de accidentes geográficos. En cualquier caso, la columna vertebral del continente la forman Alemania y Francia. estos dos países están situados estratégicamente en el centro de Europa y juntos poseen aproximadamente el 20% de los habitantes del continente. A estos dos países hay que añadir el Reino Unido, que es una pieza fundamental en Europa, por mucho que quiera estar siempre desvinculado a su propia realidad. Después, hay muchos países denominados "periféricos", como son Portugal, España o Grecia, que fueron concebido, desde los inicios de la Unión Europea, como necesarios desde el punto de vista cultural, histórico y "económico". Este aspecto económico es lo que plantea el auténtico problema al que hoy nos enfrentamos todos, seamos europeos o no.

Desde la entrada de Grecia en la Unión Europea en 1981 y de España y Portugal en 1986, los tres países pobres de la Europa Occidental (en todos los sentidos, no sólo económico, sino cultural o político) han sido estos tres países. Esto resulta bastante injusto para tres países que quizá, junto con Italia, han tenido el pasado cultural, histórico y político más rico de todos los tiempos.

En cualquier caso, los datos estaban siempre ahí: la tasa más alta de fracaso escolar correspondía a estos tres; la inflación más alta, a estos tres; el analfabetismo, a estos tres. Además, Grecia, por su especial ubicación, resultaba ser el único país occidental en el este de Europa. Rodeado de Turcos musulmanes al este, de mar al sur y de comunistas al oeste, Grecia se erguía orgullosa en bastión de los valores de occidente. ¿Cómo iba a ser posible que la cuna de la democracia pudiera ser absorbida por el imperialismo comunista soviético?

Con el tiempo, sin embargo, España empezó, sobre todo a finales del siglo XX, a salir de aquel grupo de "pobres". Una serie de políticas de corte más capitalista y liberal hizo que España alcanzara cotas de mercado y producción bastante más altas de lo esperado. Esta situación, en el caso portugués, no fue aprovechada, mientras que en el caso griego, se planteó la posibilidad de que a expensa de los fondos de cohesión junto con las victorias panhelénicas en ciertas zonas de Europa, Grecia pudiera alcanzar de manera más rápida un crecimiento similar a otras economías del momento, como España o Irlanda (no en vano, es un país sin nacionalismos, es decir, como en la Grecia clásica, todos son griegos e incluso países limítrofes, como Chipre, han manifestado su interés por perder su soberanía e incorporarse como parte integrante de Grecia). Esta insospechada idea de crecimiento, sin disponer de un entorno y una población suficiente para realizarlo, ha sido lo que ha creado la situación que hoy vive Grecia.

¿Y por qué Papandreu, justo ahora, quiere un referéndum? La respuesta es simple, aunque poco clara. Él quiere que la democracia perviva en Grecia.

¡Increíble! ¡Que perviva el democracia en Grecia! Esta maniobra nadie la ha sabido ver. ¿Acaso nadie ve aquí el pendón de la victoria? De acuerdo, quizá nadie vea en esto una victoria, pero sí lo es. Papandreu es presidente de Grecia. Sabemos que Grecia no es Alemania, pero es la cuna de la filosofía, de la democracia y de la civilización occidental. ¡Y en eso ganan a cualquier país de Europa! ¿Entonces? La democracia vivirá y será el último logro victorioso de Papandreu.

Sin embargo, también Grecia fue la creadora del término de "victoria pírrica". Papandreu va a ser, desde hace siglos, el más claro exponente de este tipo de victorias. Es posible que el pueblo griego rechace el durísimo plan de rescate, pero las consecuencias serán realmente nefastas. O sea, Grecia mantendrá su estatus de noble y orgulloso país a costa de morir económicamente y relegar a su estado a la más absoluta miseria, próxima a países como Túnez o Libia. Para un viejo griego quizá esto le resulte conocido, de oídas de sus abuelos o padres. Para un joven resulta inaudito y por tanto las consecuencias serían realmente nefastas y próximas a la vuelta a algún tipo de dictadura. El mundo al revés: democracias en los regímenes autoritarios y dictaduras en las democracias.

Aquí, de prosperar la propuesta de Papandreu (que por otra parte le exculparía, como a Pilatos, de cualquier responsabilidad sobre Grecia, ya fuera porque va a la quiebra por rechazar el plan, ya fuera porque pasaría una década si no una veintena de años de penuria por el duro ajuste impuesto por Europa) se llegaría a un punto en el que habría que apelar al buen criterio del pueblo griego. En este asunto, sin embargo, sabemos ya de otros muchos ejemplos que el pueblo no es la mejor opción cuando se debe conocer cuál es la respuesta correcta para la buena marcha de un país.