Acabamos de iniciar el nuevo mes, diciembre, mes que indica el final del año y por lo que parece no vamos a poder decir que haya sido el mejor año para todos, al menos desde el punto de vista económico.
El mundo tal y como lo conocemos puede que esté en los inicios del fin. La realidad es que la vida actual sólo consiste en generar y ganar dinero. Lo demás es tontería. El dinero, qué duda cabe, es algo fundamental. El dinero indica claramente el grado de capacidad que tiene el ser humano de obtener recursos. El dinero, en sí mismo, no es malo. Tampoco lo que simboliza, es decir, el método de poder repartir recursos en la comunidad, a razón de la capacidad individual de poder acceder a ellos. Lo que es auténticamente peligroso, desde tiempos inmemoriales, es tomar el dinero como patrón de la realidad.
El grave problema que tiene que asumir el siglo XXI es el problema de la vulgarización. No hay quien pueda ser censurado en internet y si eso pasa los pseudónimos pueden ayudar a evitar la censura. Las redes sociales han permitido que millones de personas puedan dejar reflejadas sus opiniones y poder debatir y platicar entre ellas y con personajes famosos o personas importantes (presidentes del gobierno, obispos, políticos, actores, etc.).
A todo este fenómeno lo llaman democratización de la sociedad. Yo veo mucho más aconsejable llamarlo vulgarización de la sociedad.
No se debería permitir a nadie que vertiera opiniones gratuitas sin por lo menos demostrar lo que en ellas se dice. No es posible que un gobierno que realmente vela por los intereses del pueblo permita que en twitter, por ejemplo, el Premio Nobel de medicina se vea discutido en cuestiones médicas por el primer inculto del país, alegando este último la experiencia sufrida o lo que ha leído o ha sido contado por otros. La cuestión es que convertimos la ciencia o la virtud en pura parafernalia.
Lo que nos ha enseñado 2011, una vez más, entre tantos gritos de "indignados", entre tanta crisis y entre tantos vaivenes de los políticos, es que el futuro de la generación futura está completamente hipotecado. Es más, no hay solución real a esto a no ser que haya una auténtica guerra. Quizá no sea necesaria una guerra en el sentido estricto de la palabra, pero sí la aniquilación de mercados y economías que no sean lo suficientemente adecuadas al mercado occidental. Quien quiera ver que la solución a los males del mundo está en una concepción socialista del mismo se equivoca muy profundamente.
En este aspecto, cabe mencionar el famoso debate que hubo en pleno siglo XX sobre quién tenía razón, si malthusianos o los marxistas. Según los primeros, los recursos crecen de manera aritmética mientras que la población lo hace de manera geométrica. Por tanto, cuantos más seamos, más difícilmente seremos capaces de generar recursos para todos y por consiguiente tarde o temprano se generará un empobrecimiento general que traerá sólo como consecuencia un enfrentamiento real entre individuos. Los marxistas, en cambio, confían en que el ser humano es inventivo y que su innovación nos traerá un futuro mucho más tecnológico y por consiguiente será más fácil generar recursos, al menos en cantidad suficiente para poder abastecer a una población muy superior a la actual (es decir, que seríamos capaces, a día de hoy, de generar recursos para 20 o 30 mil millones de habitantes en lugar de recursos sólo para los 7 mil millones actuales).
El caso es que ya metidos en el siglo XXI parece que, como ya intuían en el siglo XX, las tesis de Malthus son mucho más acertadas que las marxistas. Si bien es cierto que el progreso puede ayudar a generar recursos para más habitantes de los que se piensa, es más cierto que el grado de insatisfacción generado por el empobrecimiento generalizado predicho por Malthus es muy superior al grado de avance de la tecnología. Dicho de otra manera: ambas teorías tienen sus razones, aunque la de Malthus es mucho más científica que la de Marx; en cambio en lo que ambos teóricos no pensaron fue que el grado de insatisfacción humano poco tiene que ver con la presencia o ausencia de recursos sino en la capacidad de ver satisfechas sus pretensiones consumistas. Un consumidor bien puede enfadarse e incluso hacer una manifestación por no tener disponible un cine en su localidad. No es cuestión de tecnología, que existe, sino cuestión de consumismo.
No es probable que en los próximos años exista nada parecido a una guerra, pero sí que será necesario hacer algún tipo de purga dolorosa en la sociedad occidental y hacer entender a la misma que hay ciudadanos ricos y pobres, listos y tontos, etc. Sólo volviendo al sistema de clases seremos capaces de crear lo que se denominó una clase media, según la cual el sistema puede funcionar por sí mismo, sin más pretensión por esta clase media que la de poder vivir dignamente. En el momento en que se pretenda que esta clase media aumente sus recursos, el sistema está abocado al fracaso, tal y como ha demostrado el siglo XXI. No se trata de una cuestión monetaria sino en una cuestión de consumo: si el ciudadano de clase media se equipara con el ciudadano de clase alta (en el sentido de poder disponer, por ejemplo, de 2 o 3 casas y un sueldo familiar superior a los 5000 $ o 5000 €) el sistema está abocado al fracaso, ya que no existe ningún tipo de aspiración más allá que la económica por parte de los individuos y especialmente de los jóvenes.
El 2012 está cerca. ¿Qué nos deparará?