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domingo, 3 de abril de 2011

Teoría y práctica

Nunca he entendido ni entenderé las famosas discrepancias entre la teoría y la práctica. Los académicos y universitarios se quejan a veces de la poca capacidad práctica de sus estudios. Los obreros, en cambio, o bien se jactan de no requerir de la teoría o bien echan en falta algún sustento teórico o al menos formativo-informativo en sus trabajos.

Pero los dos grupos, los individuos de estudios superiores y los individuos sin estudios o estudios básicos, consideran que puestos a elegir, sus posiciones son las mejores.

¿Y qué? Es decir, ¿cuál es la pretensión? El remilgado universitario anhela algo que realmente luego mira alzando la barbilla. El obrero, en cambio, considera la teoría como una pérdida de tiempo y de tontos estudiantes.

No nos dejemos engañar: ambos sienten nostalgia de lo que no son o de lo que extrañamente piden. Pero estas cosas tienen fácil solución, como siempre.

Solución 1 (la más diplomática): los estudios universitarios deberían ser concebidos, quizá, con más medios técnicos. No nos referimos a disponer de un cañón láser o un ordenador por alumno. Nos referimos a hacer uso de laboratorios, no sólo con fines académicos, sino para fines prácticos (alquilados/usados por horas). Los obreros, por el contrario, podrían considerar en realizar cursos de formación de larga duración, con distintas especializaciones, en los que la parte más importante sea la teoría y exposición de nuevos campos técnicos.

Solución 2 (la más radical): los estudios universitarios deberían ser concebidos para gentes con alto nivel académico. El resto debería conformarse con ser como mucho técnicos superiores, es decir, personas capaces de desarrollar una actividad práctica con ciertas dotes teóricas.


Hay un mal endémico en el mundo occidental que quizá en el oriental no se concibe: la ausencia de clases. Tener conciencia de individuo, de superioridad e inferioridad, es algo propio de las razas nobles. La raza de los antiguos arios, de los griegos y de los romanos republicanos eran ejemplos de pueblos donde se concebían estas idiosincracias.

¿Y ahora? Ahora nadie quiere estar por debajo de nadie, aun estando por debajo. Esto es realmente significativo. Como en la Inglaterra victoriana, el hombre occidental del siglo XXI es un hombre carente de valores más allá de la apariencia. Todos quieren ser ingenieros, médicos, abogados... y ninguno quiere ser pastor, electricista o panadero. ¿Y qué?¿De qué me sirven esos ingenieros de fachada, incapaces de plantear siquiera los tornillos que requiere una instalación, su métrica y sus términos?¿De qué me sirve un médico que sólo sabe pasar la tarjeta visa y hacer esperar a los pacientes y que ni siquiera sería capaz de realizar un triste vendaje?

Al otro lado tenemos a esa gentuza iletrada que se ríe en su orgía de alcohol e ignorancia, que con toda razón no puede tener respeto por quien pasando por superior a él no sabe siquiera cómo enseñarle su trabajo. Es el conflicto ingeniero-peón o el conflicto celador-médico. Pero lo cierto es que tienen razón: esos licenciados no tienen ningún conocimiento real y práctico de sus trabajos.

Pero ojo. Que nadie se engañe. Un auténtico licenciado, una persona de valor, que hoy el mundo occidental no puede concebir salvo en contados casos y que el mundo oriental saca en cada universitario, es, por el simple hecho de haber estudiado duro, mucho más capaz que el más experto de los técnicos. Mientras que un ingeniero, con ganas y sin tapujos, podría aprender el oficio de fontanero, un fontanero jamás podrá llegar a la capacidad de un ingeniero. No se trata de falta de ganas, sino de inteligencia.

Esta es la verdadera superioridad de la teoría frente a la práctica: la primera requiere inteligencia (como el habla humana), la segunda repetición (como el habla del loro).

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