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Quizá ha sentido usted, quien lee estas letras, la extraña sensación de ser alguien distinto a los demás. Si no está seguro de haber tenido la experiencia sepa entonces en qué consiste. Usted va por la calle o quizá está en una parada de autobús. Mira a su alrededor. No ve más que gente corriente, con las que no sería capaz de identificarse. Entonces, se da uno cuenta de su individualidad, su distanciamiento respecto del grupo. El individuo entonces, de persistir en esta apreciación individuo-grupo, trata de volver a ubicarse en un grupo más selecto (esto es, reducido), en el que realmente se sienta más cobijado.
A eso se le llama encuentro con el yo.
El encuentro con el yo es un fenómeno tan natural como el propio ser humano. Podríamos decir que el 100% de la población se siente "distinto" a los demás. Los pocos individuos que no se encuentran a sí mismos suelen ser o bien tarados, con muy bajo cociente intelectual, o también enfermos mentales, que pueden ocasionar en muchos casos violentas reacciones como matanzas colectivas.
Hay que decir que esta sensación de desubicación es totalmente natural y no nos hace especiales. Sólo nos indica que no estamos en el ambiente correcto. Eso es todo. Nuestras funciones de relación harán el resto, haciéndonos salir del entorno hostil y entrar en un ambiente mucho más agradable y satisfactorio. Aunque me duela decirlo, usted, que quizá sea un perfecto caballero, no se diferencia en absoluto del más fiero punk. Ambos se sentían desubicados en sus correspondientes grupos y buscaron a sus semejantes. Por eso no son tan distintos.
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Puede entonces que haya tenido otro tipo de sensación, mucho más profunda. Usted ha encontrado incluso un sector de la población con la que usted se siente representado (tribu urbana, clase media, niños de papá...). Descubre entonces que usted es mejor que los demás. Tiene un criterio de valor diferente. Alguien podría decir que esa sensación es nuevamente universal, pero se confunde. No es lo mismo querer ser mejor que los demás con sentirse claramente mejor que los demás. El individuo que ha sentido eso tiene datos totalmente contrastados para decir que es mejor que los demás, aunque esos datos contrastados sean sólo percibidos por el interesado (y por tanto, a priori, subjetivos). Esa sensación podría ser manifestada, aproximadamente, por sólo un 50% de la población.
A esto se le puede llamar capacidad de liderazgo.
Ser mejor que los demás no significa "hacerlo bien". Un capo de la mafia puede ser el mejor haciendo el mal. Es interesante este aspecto, ya que una gran parte de la población (aproximadamente, como hemos dicho, un 50%) puede manifestar cualidades o capacidades de líder.
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Llegados a este punto, puede que usted esté dentro de una élite dentro del grupo. Quizá ha sentido que tiene una actitud especial ante los problemas. Análisis profundo y reflexivo de la situación, intelectualidad superior, fortaleza (física y mental), autocontrol... Además, ha llegado a un punto fundamental: es capaz de pronosticar eventos, tiene una mente predictiva.
Quiero especificar que esta sensación nada tiene que ver con lo que llaman anticipación. La anticipación es una respuesta universal que además puede ser desarrollada por condicionamiento operante. Estamos hablando de una capacidad de imaginación mezclada con un conocimiento de las leyes naturales (tanto físicas como filosóficas).
Sólo unos pocos privilegiados podrán incluirse en este punto. Pueden ser grandes pensadores, médicos, políticos, grandes empresarios... Hemos de ser cautos: el hecho de tener mucho dinero no significa que estén catalogados en esta sección. Estamos diciendo que muchos de ellos se podrían reconocer entre los individuos que tienen estas sensaciones.
Estamos ante lo que denominan "triunfadores". Volvemos a insistir en que no hay que confundir términos. Un botones de hotel puede ser tan triunfador o más que el dueño de la cadena. Todo depende del punto de partida y del punto de llegada. No se puede considerar un triunfador a quien heredó una fortuna y vive de las rentas. Sin embargo, podemos llamar triunfadores a quienes ganando poco son capaces de mantener una familia y no sólo eso, sino darles buena educación, manteniendo sanas costumbres, etc.
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Llegados a este punto, todavía quedaría una sensación que sólo tienen algunos pocos seres humanos: la sensación de ser intempestivos.
Nietzsche, el primero en hablar en estos términos, definía el carácter intempestivo como una sensación positiva, incapaz de distraerse con las modas imperantes. El intempestivo es absolutamente solitario. Nadie puede llegar a comprenderlo totalmente. Se siente mucho más identificado con los muertos que con los vivos, ya que los muertos mantienen sus posturas en el tiempo.
Ser intempestivo requiere no tener miedo a la soledad. Es posible que tras un examen concienzudo uno descubrar que tiene miedo a estar solo. Entonces, no se tratará de un intempestivo.
El intempestivo crea la realidad. Es el niño que pasó de León en el Zaratustra. El intempestivo crea su realidad a través de la nada, como un juego, un juego muy serio. Conoce a la perfección el futuro y no sólo eso, sino que es capaz de reescribirlo.
¿Ha sentido usted alguna vez algo así?¿Ha sentido cómo decide usted los acontecimientos que ocurren a su alrededor? Un día se encuentra con el peor día de su vida, pero en su fuero interno, consciente de su superioridad y de su posición de privilegio, decide que todo va a cambiar en el próximo minuto. Entonces, como un acontecimiento bíblico, el cielo resplandece. Usted es consciente, nuevamente, de su posición y todo cambia a mejor.
El hombre intempestivo no es un superhéroe, sino una especie de ser reencarnado. ¿No ha conocido nunca a un hombre que hablaba como sacado de la Antigua Roma o de la Edad Media? No me refiero a un Quijote o a un vulgar demente. Me refiero a individuos totalmente desubicados, tanto en espacio como en el tiempo, como lo estuvo Jesús entre los judíos, como lo estuvo Sócrates entre los atenienses o como lo estuvo Leonardo entre los italianos. Son hombres magnos, capaces de todo y de alcanzar metas tan absolutamente sorprendentes que en muchos casos, como le ocurría a Cristo, era necesario que ellos hablaran en parábolas o un idioma inteligible para el resto.
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¿Y usted? ¿Dónde se encuadra usted?
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