Ayer vi una curiosa imagen. Un niño de aproximadamente tres años se acercó a un amplio espejo de un escaparate. Entonces, con su pronunciación con balbuceos, empezó a decir: "¡Eh, tú, niño!¿Qué haces ahí?". Luego prosiguió molesto: "¡No me repitas!¡Te he dicho que no me repitas!¡Voy a tener que pegarte!".
El niño ya tiene consciencia de sí mismo. Él sabe que el niño que está en el espejo es él. Sin embargo, el misterio para él está en que parece que el niño del espejo tiene vida propia. En el niño pequeño surgen entonces dos pensamientos: por un lado conoce esa cara, sabe que es su cara; por otro lado piensa en que realmente lo que ve es un niño, con entidad propia, que habita al otro lado del espejo. ¿Cómo dar explicación a ambos conceptos, a ambas ideas? El niño entonces cree que se trata de un gemelo que habita más allá del espejo y que extrañamente lo imita, sin saber muy bien por qué. Pero él no tiene dudas de la existencia del otro niño porque cuando él se marcha del espejo y lo mira desde un ángulo desde el cual no se refleja, ese niño también desaparece y hace vida propia, para volver inmediatamente, como mágicamente, al espejo una vez que nuestro niño del mundo real se asoma nuevamente.
El misterio desaparecerá de manera científica. El niño es en parte un gran científico. Observará que cuando apague la luz el niño desaparecerá; luego la encenderá y verá que el niño aparece como por arte de magia. Descubrirá entonces, definitivamente, que no hay tal niño tras el espejo, sino que es la luz quien crea al niño. Él ya sabe que cuando no hay luz no puede ver a sus papás o las cosas de su alrededor. Estas cosas existen sin necesidad de espejos y por tanto sabrá que no hay vida más allá del espejo.
Pero si pensamos en nosotros mismos, tenemos a veces una disposición, debido a nuestra experiencia en la niñez sobre los espejos, a pensar que quizá hay un mundo real más allá del espejo.
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