Sin duda es que lo más sublime del ser humano puede ser entendido en términos religiosos (alma, fe, más allá...). Debemos comprender que una parte esencial de la humanidad radica en la pregunta de la existencia o no de una vida posterior a la muerte. Y lo más importante: si existe vida después de la muerte, ¿cómo es esa vida?¿Es el cielo?¿Es el infierno? Las distintas religiones avanzan posibilidades, habitualmente buenas o agradables para aquellos cuyo comportamiento fue en líneas generales acorde a los preceptos establecidos por cada religión. La ausencia de estos comportamientos buenos trae consigo la expulsión a los infiernos, generalmente identificados como sitios de sufrimiento y tormento eterno.
La reflexión que quiero llevar a cabo en el día de hoy es la siguiente: dadas decenas de religiones, ¿cuál es la que garantiza mi salvación?¿Me la garantiza incluso si no soy miembro de ésa religión? Es decir, si lo aplicamos al Cristianismo, ¿garantiza esta religión mi salvación si hago el bien?¿Y si soy budista o musulmán pero hago el bien?¿Iré al infierno según la doctrina cristiana?
La situación de la Iglesia antes del Papa Francisco era si cabe muy preocupante al respecto. Incluso hoy podemos decir que aún está muy debilitada, pero la capacidad de Francisco parece que podrá superar, al menos en parte, estas debilidades. Sus reformas parecen inminentes y además es un hombre que a priori predica con el ejemplo, lo cual se agradece. Es en esta línea reformista en la que debe insistir el Papa Francisco, pero no en un reformismo luterano, sino en un reformismo franciscano, como hizo San Francisco de Asís en el siglo XIII.
En la Magna obra de Umberto Eco, El nombre de la rosa, se narra, entre otras cosas, la situación que había vivido la Iglesia en aquellos convulsos años del 1200. Es curioso que en una Iglesia persecutora, que había marcado como profundamente herejes los movimientos de los cátaros a principios de siglo y de los dulcinistas a finales del mismo, sea al mismo tiempo la que canoniza a Francisco de Asís. Lo cierto es que a la Iglesia se la puede achacar de muchas cosas, pero no de condenar "porque sí". Siempre hay un motivo, más o menos basado en los evangelios y en la tradición de los primeros cristianos.
¿Entonces en qué se diferenciaban aquellos franciscanos que predicaban y practicaban la pobreza con aquellos dulcinistas que de la misma manera predicaban y practicaban la pobreza? La respuesta es un tanto oscura, pero básica: en la obligatoriedad.
San Francisco pronto empezó a poner en práctica su pobreza y su total sumisión a Dios. A pesar de animar a otros a practicar su manera de vivir, no obligaba ni contravenía a la Iglesia en su seno. Nunca acusó al Papa o a otros cristianos de vivir en la opulencia, sino que él practicaba la pobreza, y con esa misma pobreza de espíritu humilde llegó a forjar una santidad. En cambio, Dulcino arremetía contra aquellos que acumulaban las riquezas. Desde el Papa hasta los nobles, Dulcino consideraba a los ricos y a esa Iglesia rica como engendros del diablo.
¿Qué significado tiene lo anteriormente dicho con el nuevo pontificado del Papa Francisco? Todo. En materia económica, el Papa Francisco habrá de reformar tanto al Banco Vaticano como a la financiación de la Iglesia. La Iglesia debe reformarse hasta la consagración de hombres que renuncien al mundo, verdaderos santos en vida, hombres que, como ocurría en aquel entonces, allá por los primeros siglos del Cristianismo, sean realmente admirados por su vida intachable. No estamos hablando de ascetismo, ni de causar dolor. Se trata de una abstracción total del mundo, en el cual no sientan ningún apego por lo físico o por lo terrenal, sino exclusivamente por lo espiritual y que sirvan de guía al resto de la Humanidad.
De todas maneras esta idea es realmente (aunque parezca lo contrario) más fácil de realizar que la otra reforma absolutamente necesaria: la reforma teológica.
Para hablar con propiedad, no puede existir una reforma teológica, ya que Dios es inmutable. Pero sí conviene mencionar que el Concilio Vaticano II propuso una serie de ideas tendentes a modernizar la Iglesia que si bien han apoyado todos y cada uno de los papas posteriores, no cabe duda de que están sustentados en valores cuanto menos discutibles. Por ejemplo, el concilio Vaticano II hace enorme hincapié en la idea del Ecumenismo, es decir, la búsqueda de elementos comunes en todas las religiones con la idea de crear una especie de organismo suprarreligioso que si bien no sería una religión trataría de hacer un trabajo similar al que hacen las Naciones Unidas en el mundo, esto es, hablar, dialogar, condenar a quienes no cumplan con los preceptos, etc. Sin embargo, esta paz religiosa da pie a un "pacto de no agresión" en el cual se entiende que el apostolado de todas las religiones es entendido al menos en parte como un apostolado muerto, que ya no tiene más sentido más allá de un cuidado de ovejas descarriadas en zonas inhóspitas o personas desatendidas por otras religiones del lugar.
En cualquier caso hay un hecho todavía más importante, si cabe. ¿Garantiza el Ecumenismo la salvación del alma? Es curiosa la respuesta de la Iglesia. Y digo que es curiosa porque aunque fue dada por un Papa, el cual es infalible en cuestiones teológicas, es ante todo inconsistente con la propia Biblia. El Concilio Vaticano II no llega a dejar claro qué ocurre si un hombre "santo" de otra religión muere sin ser bautizado en Cristo o participar en el seno de la Iglesia Católica. Lo mismo para cualquier otra religión en relación a personas que no profesen la religión. La respuesta del Concilio Vaticano II es que la bondad y la fe en Cristo es mucho más importante que la pertenencia a un grupo determinado pero... ¿cómo puedo tener fe en Cristo si soy musulman?¿Un buen musulmán puede llegar a ir al cielo cristiano?
Hasta no hace mucho, existía el limbo para estas almas buenas que no iban al cielo por no estar bautizadas. Sin embargo, el siglo XX comenzó a ver esta figura del limbo como algo peligroso en su propio concepto, ya que elevaba a "posible canditado a cielo" a un asesino cristiano arrepentido y sin embargo condenaba eternamente al limbo al no bautizado. Aunque parezca lo contrario, esta actitud ecuménica es si cabe mucho más triste, falsa y peligrosa que la actitud de condenar a un neonato muerto a un "pequeño infierno".
La razón es simple. Si la salvación nos la da Cristo o la fe en Cristo y sin embargo se salva un alma buena no cristiana, ¿qué sentido tiene la fe en Cristo para salvarse? Seamos buenos y budistas y así llegaremos a salvarnos cristianamente. Esto no puede ser y los propios cristianos, el Papa el primero, deben ser conscientes de la necesidad de reformas del Catolicismo, a un Catolicismo más puro, más primitivo, más creyente... El Cristianismo no tiene que ser una religión de imposición, sino una religión de opción. Creer en Dios debe ser sinónimo de vivir en la fe y en la idea de salvación.
El Papa Francisco, por el momento, ha entendido que un Papa moderno no es lo que necesitan los jóvenes, sino un Papa que asuma al rol que muchos padres no han sabido asumir: el rol de la madurez y de la ayuda y el acogimiento. El Papa Francisco también debe entender que hay que insistir a otras religiones en el valor tan enorme que tiene que el Hijo de Dios sea el Cristo al que seguimos todos y que seguir no a un profeta de Dios o a un virtuoso del dolor nos salva, sino seguir al mismo Dios hecho carne. Esto no significa o no debería significar un enfrentamiento con otras religiones. Al contrario, se trataría de proponer a todas las religiones un giro al cristianismo, cada vez de manera más profunda. No un Ecumenismo, sino un Cristianismo opcional, abierto al diálogo, abierto al público, sin miedo y sin tópicos.
Es necesario salvar a esta Iglesia y creo que de momento podemos decir que seguirá sana y salva mucho tiempo.
La situación de la Iglesia antes del Papa Francisco era si cabe muy preocupante al respecto. Incluso hoy podemos decir que aún está muy debilitada, pero la capacidad de Francisco parece que podrá superar, al menos en parte, estas debilidades. Sus reformas parecen inminentes y además es un hombre que a priori predica con el ejemplo, lo cual se agradece. Es en esta línea reformista en la que debe insistir el Papa Francisco, pero no en un reformismo luterano, sino en un reformismo franciscano, como hizo San Francisco de Asís en el siglo XIII.
En la Magna obra de Umberto Eco, El nombre de la rosa, se narra, entre otras cosas, la situación que había vivido la Iglesia en aquellos convulsos años del 1200. Es curioso que en una Iglesia persecutora, que había marcado como profundamente herejes los movimientos de los cátaros a principios de siglo y de los dulcinistas a finales del mismo, sea al mismo tiempo la que canoniza a Francisco de Asís. Lo cierto es que a la Iglesia se la puede achacar de muchas cosas, pero no de condenar "porque sí". Siempre hay un motivo, más o menos basado en los evangelios y en la tradición de los primeros cristianos.
¿Entonces en qué se diferenciaban aquellos franciscanos que predicaban y practicaban la pobreza con aquellos dulcinistas que de la misma manera predicaban y practicaban la pobreza? La respuesta es un tanto oscura, pero básica: en la obligatoriedad.
San Francisco pronto empezó a poner en práctica su pobreza y su total sumisión a Dios. A pesar de animar a otros a practicar su manera de vivir, no obligaba ni contravenía a la Iglesia en su seno. Nunca acusó al Papa o a otros cristianos de vivir en la opulencia, sino que él practicaba la pobreza, y con esa misma pobreza de espíritu humilde llegó a forjar una santidad. En cambio, Dulcino arremetía contra aquellos que acumulaban las riquezas. Desde el Papa hasta los nobles, Dulcino consideraba a los ricos y a esa Iglesia rica como engendros del diablo.
¿Qué significado tiene lo anteriormente dicho con el nuevo pontificado del Papa Francisco? Todo. En materia económica, el Papa Francisco habrá de reformar tanto al Banco Vaticano como a la financiación de la Iglesia. La Iglesia debe reformarse hasta la consagración de hombres que renuncien al mundo, verdaderos santos en vida, hombres que, como ocurría en aquel entonces, allá por los primeros siglos del Cristianismo, sean realmente admirados por su vida intachable. No estamos hablando de ascetismo, ni de causar dolor. Se trata de una abstracción total del mundo, en el cual no sientan ningún apego por lo físico o por lo terrenal, sino exclusivamente por lo espiritual y que sirvan de guía al resto de la Humanidad.
De todas maneras esta idea es realmente (aunque parezca lo contrario) más fácil de realizar que la otra reforma absolutamente necesaria: la reforma teológica.
Para hablar con propiedad, no puede existir una reforma teológica, ya que Dios es inmutable. Pero sí conviene mencionar que el Concilio Vaticano II propuso una serie de ideas tendentes a modernizar la Iglesia que si bien han apoyado todos y cada uno de los papas posteriores, no cabe duda de que están sustentados en valores cuanto menos discutibles. Por ejemplo, el concilio Vaticano II hace enorme hincapié en la idea del Ecumenismo, es decir, la búsqueda de elementos comunes en todas las religiones con la idea de crear una especie de organismo suprarreligioso que si bien no sería una religión trataría de hacer un trabajo similar al que hacen las Naciones Unidas en el mundo, esto es, hablar, dialogar, condenar a quienes no cumplan con los preceptos, etc. Sin embargo, esta paz religiosa da pie a un "pacto de no agresión" en el cual se entiende que el apostolado de todas las religiones es entendido al menos en parte como un apostolado muerto, que ya no tiene más sentido más allá de un cuidado de ovejas descarriadas en zonas inhóspitas o personas desatendidas por otras religiones del lugar.
En cualquier caso hay un hecho todavía más importante, si cabe. ¿Garantiza el Ecumenismo la salvación del alma? Es curiosa la respuesta de la Iglesia. Y digo que es curiosa porque aunque fue dada por un Papa, el cual es infalible en cuestiones teológicas, es ante todo inconsistente con la propia Biblia. El Concilio Vaticano II no llega a dejar claro qué ocurre si un hombre "santo" de otra religión muere sin ser bautizado en Cristo o participar en el seno de la Iglesia Católica. Lo mismo para cualquier otra religión en relación a personas que no profesen la religión. La respuesta del Concilio Vaticano II es que la bondad y la fe en Cristo es mucho más importante que la pertenencia a un grupo determinado pero... ¿cómo puedo tener fe en Cristo si soy musulman?¿Un buen musulmán puede llegar a ir al cielo cristiano?
Hasta no hace mucho, existía el limbo para estas almas buenas que no iban al cielo por no estar bautizadas. Sin embargo, el siglo XX comenzó a ver esta figura del limbo como algo peligroso en su propio concepto, ya que elevaba a "posible canditado a cielo" a un asesino cristiano arrepentido y sin embargo condenaba eternamente al limbo al no bautizado. Aunque parezca lo contrario, esta actitud ecuménica es si cabe mucho más triste, falsa y peligrosa que la actitud de condenar a un neonato muerto a un "pequeño infierno".
La razón es simple. Si la salvación nos la da Cristo o la fe en Cristo y sin embargo se salva un alma buena no cristiana, ¿qué sentido tiene la fe en Cristo para salvarse? Seamos buenos y budistas y así llegaremos a salvarnos cristianamente. Esto no puede ser y los propios cristianos, el Papa el primero, deben ser conscientes de la necesidad de reformas del Catolicismo, a un Catolicismo más puro, más primitivo, más creyente... El Cristianismo no tiene que ser una religión de imposición, sino una religión de opción. Creer en Dios debe ser sinónimo de vivir en la fe y en la idea de salvación.
El Papa Francisco, por el momento, ha entendido que un Papa moderno no es lo que necesitan los jóvenes, sino un Papa que asuma al rol que muchos padres no han sabido asumir: el rol de la madurez y de la ayuda y el acogimiento. El Papa Francisco también debe entender que hay que insistir a otras religiones en el valor tan enorme que tiene que el Hijo de Dios sea el Cristo al que seguimos todos y que seguir no a un profeta de Dios o a un virtuoso del dolor nos salva, sino seguir al mismo Dios hecho carne. Esto no significa o no debería significar un enfrentamiento con otras religiones. Al contrario, se trataría de proponer a todas las religiones un giro al cristianismo, cada vez de manera más profunda. No un Ecumenismo, sino un Cristianismo opcional, abierto al diálogo, abierto al público, sin miedo y sin tópicos.
Es necesario salvar a esta Iglesia y creo que de momento podemos decir que seguirá sana y salva mucho tiempo.
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