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jueves, 27 de diciembre de 2012

¿Qué nos queda de la Navidad?

¿Qué nos queda del auténtico concepto de la Navidad? Muchos afirman y afirmaron que el consumismo y el capitalismo han acabado con el auténtico espíritu navideño. Copiosas comidas, regalos caros, adornos exagerados... Hay quienes afirman que nada de eso es lo que predicaba Cristo y que la Iglesia, los curas y el Papa, entre otros, no hacen nada por dar una imagen real y cercana de la postura de Cristo, que no era otra que la de la pobreza.

Quizá esto pudiera parecer lo correcto, pero es a todas luces incorrecto, entre otras cosas porque Cristo nunca predicó nada sobre la Navidad. En ningún evangelio Cristo habla de su propio nacimiento ni instituye fiesta alguna, salvo la eucaristía que celebró el Jueves de Pascua, consistente, como todos saben, en tomar el pan y el vino. Esto tendría que servir para entender que no fueron otros más que los primeros cristianos los que instituyeron la fiesta, al igual que muchas otras fiestas religiosas cristianas, como son la festividad de Reyes Magos o el Corpus Christi.

La Navidad fue instituida por la Iglesia Primitiva. Algunas fuentes aseguran que al carecer de datos fiables sobre el mes y día que nació Jesús, los primeros cristianos y fundamentalmente los nuevos conversos romanos adoptaron como día de nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, fiesta que coincidía con la festividad del Sol Invicto, una tradición pagana. Es posible, aunque no confirmado por documento histórico, que ésta fuera la razón principal, sobre todo para respetar en cierto modo tradiciones más antiguas, tal y como hicieron los españoles en América con los ritos paganos de incas y aztecas.

Lo que sí es cierto es que, como ocurre con casi todo, se tergiversa el significado y el significante de la palabra Navidad, así como su origen y su rito. La Navidad primitiva era una fiesta, un jolgorio, basado en el éxtasis de conmemorar que un dios vivo había nacido tal día como ése. Por tanto, es del todo plausible que, como ocurre hoy, hubiera fiesta y también un rito en el propio recinto religioso, más austero pero igualmente festivo.

El caso es que hoy más que nunca se critica esta festividad cristiana, a la que tachan de carente de sentido y sobre todo como una fiesta hipócrita, alejada del significado primitivo. Nada más lejos de la realidad. Quizá hoy se parezca más la Navidad a lo que era primitivamente que lo que se pareciera la Navidad del siglo XV. Fiesta y felicidad por el nacimiento de Dios.

Es evidente que habrá quien pronto quiera reprochar que el ciudadano actual no celebra dicho nacimiento sino que para él se ha convertido en fecha de compras compulsivas y día de borracheras, sin significado religioso ninguno. No estoy de acuerdo con esa afirmación. Podría demostrarse que lo segundo, las borracheras, han sido comunes en todos los tiempos y que si bien la forma ha cambiado, el fondo sigue siendo el mismo: fiesta. Que la fiesta carezca de sentido religioso tampoco es cierto. Habrá quien no vaya al templo o quien no crea en Dios, pero con que crea en el sentido de la misma fiesta es suficiente. Si un comunista ateo se sienta a la mesa a celebrar con sus hermanos una cena con la excusa de que en el trabajo le dieron libre el día de Navidad, ya sería suficiente. Sin saberlo, Dios lo engaña. El primer deber del cristiano o del ciudadano en general es no tener rencillas con el prójimo (Mateo 5:23, 24, “Por tanto, si has traído tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y ofrece tu ofrenda”).

¿Y el consumismo? Es cierto que los primeros cristianos, entre otras cosas porque la gran mayoría eran pobres, no conocían lo que hoy llamamos consumismo. Sin embargo, habría que analizar si existe una auténtica relación entre consumismo y Navidad. Si bien es cierto que una parte importante de los negocios ven un aumento de su facturación en Navidad, eso no se debe a la propia fiesta en sí, sino a la actitud de los compradores. Si bien la tradición cristiana ha sido siempre la de hacer un pequeño regalo, dando a entender que el que regala quiere hacer feliz al que recibe, esto no puede interpretarse como un incentivo al consumo extremo. Estoy de acuerdo en que la tergiversación de la propia fiesta puede hacer pensar que el objetivo de la Navidad es el de recibir o regalar el regalo más caro, pero no puede acusarse a la Iglesia de haber fomentado dicho comportamiento en el consumidor.

Es cierto que la Navidad de ahora no es como la de antes, pero no por un consumismo extremo o un desinterés creciente en la Iglesia o en la figura de Jesús, sino más bien por una actitud negativa de la propia fiesta en los ciudadanos más influyentes (entre ellos periodistas y políticos). La Navidad no puede ser entendida como un tiempo de pesimismo, de negación y sobre todo como un tiempo impuesto por poderes terrenales que tratan de engañarnos en nuestra apreciación de la realidad. La Navidad debe entenderse como un tiempo de fraternidad, incluso de fiesta si se quiere, pero no como un tiempo de obligaciones con el prójimo (regalos, por ejemplo). Y mucho mejor se entenderá si encima todo esto se riega con algún nacimiento real.

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