El pasado día 24 de diciembre Su Majestad el Rey Juan Carlos I de España pronunció su tradicional mensaje de Navidad al conjunto de ciudadanos españoles. Cabe mencionar que cuando hablamos de españoles no sólo hablamos de ciudadanos de los actuales territorios de España, sino también de los territorios hispanoamericanos. Durante su mensaje, don Juan Carlos I tuvo referencia a todos sus ciudadanos, por mucho que la independencia llegara a los antiguos territorios de ultramar.
Este último discurso ha venido precedido de una agria polémica en torno a la familia real y a la presunta estafa del yerno del Rey. Esta situación, unida a una puntual falta de creencia en la monarquía en estos momentos de crisis, ha obligado al monarca a puntualizar sobre algunas de las situaciones que están pasando los españoles y cómo la Corona se va a enfrentar a ellas.
"La justicia es igual para todos". Con esta frase lapidaria el Rey manifestó su intención de no interferir en la acción de la justicia sobre la investigación de los delitos de su yerno. La Constitución Española es clara a este respecto: únicamente la figura del Rey es inviolable puesto que representa al Estado español. Por tanto, no es posible, a priori, ajusticiar al Rey. Sin embargo la Constitución Española no recoge nada acerca del heredero de la Corona o de los familiares del monarca, inclusive la Reina.
Es cierto que en la profunda crisis mundial (y con la aparición de los grupos sociales de protesta en los países árabes, Grecia, Estados Unidos y España) las figuras políticas han sufrido un profundo descrédito. Un caso especial es de las monarquías y los senados, los cuales están siendo puestos en duda acerca de su eficacia y su razón de existencia. En este sentido están apareciendo corrientes antimonárquicas en España, que sin ser absolutamente preocupantes para la monarquía española sí que están haciendo aparecer dudas sobre la continuidad futura y el mantenimiento de la Familia Real.
Es cierto que las monarquías parlamentarias (como son la española, la inglesa y casi todas las monarquías europeas) poco se parecen a las monarquías constitucionales propuestas por Montesquieu. La famosa frase española "el rey reina, pero no gobierna" incumple la famosa separación de los tres poderes propuesta por el filósofo. En España, el último rey constitucional fue Fernando VII. Desde entonces, los reyes siempre estuvieron sometidos a la autoridad del parlamento y del presidente del gobierno y en algunos casos hasta de regentes y dictadores (como en el caso de Espartero o Primo de Rivera).
Existen aún ejemplos de monarquías absolutas y constitucionales en Europa. Tanto el Vaticano (con el Papa como monarca) como Liechtenstein o Mónaco son casos en los que sus monarcas deciden los asuntos de gobierno sin que un parlamento o un presidente ejerzas esas funciones. Esta situación del resto de monarquías europeas, similar a la que viven los presidentes de las repúblicas de Alemania o Italia, es la que ha determinado la conveniencia de mantener cargos "inútiles". A pesar de que son Jefes de Estado, tanto reyes como presidentes de la república no son tomados como figuras clave en las políticas estatales y por tanto se ven en muchos casos como meros títeres sin ninguna función.
Repúblicas como EE.UU. o Francia, las llamadas repúblicas presidencialistas son la esencia de aquellas ideas de Montesquieu, donde el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial estarían separados y serían independientes entre sí. Claro que lo que Montesquieu pensaba no existe, hoy por hoy, en casi ningún país del mundo: los políticos o el rey serían los gobernantes, los jueces harían cumplir las leyes y las leyes serían hechas por el pueblo a través de sus representantes parlamentarios. Lástima que en la mayor parte de los países, entre ellos España, el parlamento esté formado por partidos y no por representantes independientes que realmente legislaran en función de sus creencias (siendo así la única manera de ser realmente un reflejo del pueblo). En su lugar, las leyes y el gobierno se controlan por el mismo partido o la misma persona.
La figura del Rey de España puede ser discutida, qué duda cabe. Sin embargo, es un prejuicio general pensar que la monarquía sea peor gobierno que república en cuanto a que el presidente es elegido por el pueblo y el rey es un sucesor dinástico que puede no ser conveniente para el Estado. Como decía Hobbes en Leviatán, quienes afirman esto suelen ser personas ambiciosas a los que les gustaría ser ellos mismos monarcas y no encuentran otro medio que atacar a la monarquía. No le falta razón. De sobra es conocido que malos reyes ha habido en la Historia, pero han sido todavía peores los casos en los que el pueblo, en su fatal conciencia, ha elegido a demagogos y dictadores. También ha ocurrido lo contrario: mientras que los grandes reyes, como Alejandro Magno o Felipe II han sido monarcas espléndidos llevando a cotas de poder y riqueza inimaginables a sus naciones, muy pocos líderes presidenciales han podido mantener escasamente unos pocos años al menos la paz en sus naciones, cuanto más índices de prosperidad y poder altos.
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