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jueves, 29 de diciembre de 2011

El enigma de los dinosaurios

Así se llamaba un libro que me leí hace ya más de 22 años (y prometo que lo volveré a leer). El libro tenía un argumento bastante extenso sobre el origen de la paleontología, cómo se desarrolló la ciencia (incluyendo un capítulo, aún me acuerdo de memoria, Cope y Marsh: la guerra de los huesos, en el que se describía cómo estos dos investigadores se arruinaron económica y socialmente por ser líderes en su campo de investigación) y por último una no muy extensa discusión, aunque bastante argumentada, sobre el final de los dinosaurios en los capítulos ¿Término con una explosión? y ¿Terminó con un gemido?

Me temo que no podría ser lo suficientemente preciso en los argumentos pero creo recordar que las dos posibles causas de la desaparición de los dinosaurios fueron el choque de un meteorito con la Tierra (teoría exógena) y una probable extinción debida a algún tipo de virus como la gripe aviar (teoría endógena). Sea como fuere es bastante interesante comprobar que aún hoy el misterio sobre el final de los dinosaurios no ha sido resuelto satisfactoriamente y que aún sigue despertando interés por el gran público.

La hipótesis del meteorito vendría a acentuar el hecho de que se han descubierto por todo el planeta cráteres que podrían ser datados de aquella época y que determinaría la posibilidad de que se hubiera levantado alguna especie de nube de polvo que hubiera cubierto la Tierra y hubiera contribuido a un enfriamiento global que habría matado posteriormente a los dinosaurios (por su necesidad de calor solar, como cualquier otro reptil).

La hipótesis de algún tipo de infección masiva o incluso una superpoblación de estos seres vivos parece menos probable (quizá también a que es menos espectacular y romántica que la apocalíptica "gran explosión"). Sin embargo no debería desecharse, debido fundamentalmente a que en épocas recientes hemos vivido casos muy parecidos de virus capaces de matar a la población joven (incluida la humana). La superpoblación podría haber significado la muerte de alguna que otra especie, pero es demasiado aventurado afirmar que todas las especies de dinosaurio (sin excepción) sufrieron al mismo tiempo una superpoblación y por último muerte debido a la ausencia de recursos. En mi opinión, parecen mucho más creíbles las dos anteriores.

El fin de los dinosaurios fue triste. Muchos de nosotros a veces soñamos con qué habría sido del mundo de haber podido disfrutar de un hermoso Tyranosaurus en el zoo. El famoso libro y posterior película Parque Jurásico debatía, como ya saben, sobre este sueño y las desventajas de una hipotética resurrección de estas especies. Pero como decían en mi viejo libro, la suerte de haber desaparecido los dinosaurios es que permitieron el desarrollo de los mamíferos y posteriormente de la especie más perfecta entre los animales: el ser humano.

Las grandes crisis, entre ellas aquella que mató a los dinosaurios, siempre han causado enormes pérdidas, algunas irreparables, como es el caso de la desaparición de todo un orden reptiliano, pero al mismo tiempo ha sido la base de órdenes más evolucionados y adaptados al medioambiente, lo que ha permitido mejores especies con una mayor capacidad de supervivencia.

Algo así pasa en las crisis económicas. No cabe duda de que hoy más que nunca podríamos considerar al siglo XXI como el período jurásico económico. No ha habido en la historia de la humanidad un período de mayor prosperidad económica, con enormes corporaciones que pelean entre sí por millones de millones de dólares. Esos son los dinosaurios modernos, auténticas máquinas de matar que pueden con todo, con capacidad de aniquilar a cualquier otra compañía más pequeña que pretenda prosperar o que intente presentarles batalla.

La visión de esta situación es paradójica, hasta tal punto de que cuando el presunto enemigo es una sola persona (por ejemplo, un autónomo), no se puede pensar en otra cosa que en una lucha desigual de la que el pequeño no va a salir bien parado. De hecho, por lo general, las grandes corporaciones, con sus pagos a 6 meses o incluso a 1 año, han conseguido la bancarrota de muchas de estas empresas y trabajadores que sólo deseaban llevar un plato de comida a sus familias.

Los dinosaurios son magníficos, pero al mismo tiempo son tiránicos y pueden hacer grandes catástrofes. Eso es una gran multinacional. Sin embargo, en época de crisis, la desaparición de algunas de estas grandes empresas puede ayudar a que otras pequeñas y aún minúsculas ocupen nichos de mercado que de otra manera no podrían ocupar.

La empresa grande debería existir siempre y la ausencia de la misma puede significar una auténtica revolución e incluso dificultar la expansión de otras más pequeñas. Dicho de otra manera: sin empresas grandes es poco probable un desarrollo próspero, debido a la falta de medios. Sin embargo, en la crisis actual, es posible ver a pequeñas empresas que han sido capaces de prosperar. Esto es alabable, a la vez que es entendible: como en el caso de los dinosaurios, a la pequeña empresa le es más difícil mantenerse pero una vez cubiertas estas necesidades, su crecimiento es notablemente más alto y a la vez más efectivo que el de la empresa grande. Estas empresas pequeñas ocupan entonces los nichos de mercado de las grandes, contribuyendo a una mejora y a un futuro próspero para estos aún pequeños negocios.

Hemos conocido ejemplos de grandes negocios que en unos 40 años han crecido tanto que son líderes mundiales. Ejemplos como Apple o Microsoft no deberían quedan como algo anecdótico, hasta tal punto que si bien los dinosaurios eran enormes, el animal más grande jamás conocido proviene de un pequeño mamífero. Este animal tan grande es la ballena azul, que mide unos 10 m más que cualquier enorme dinosaurio. Hoy estas compañías, al igual que Facebook o Twitter no fueron más que eso, pequeñas compañías venidas a más. No discutiremos si fue esto merecido, si lo hicieron mediante engaños o si realmente son fórmulas de éxito. Lo realmente importante es que hasta de lo más pequeño puede surgir una idea revolucionaria.

En el nuevo año 2012 hemos de ser claramente optimistas. Gracias a esta aguda crisis y a los millones de desempleados que aparecen cada semana seremos capaces de llevar nuestras vidas a cotas insospechadas, siempre y cuando hayamos tenido un auténtico afán de hacer negocios y la suficiente suerte (también un poco es necesaria).

¿Y a los desempleados?¿Qué les diremos? Sí, ellos son víctimas, como la gacela lo es del león. Pero les diremos que aún siguen vivos y que si bien la situación anterior fue buena, ¿por qué la próxima vez no habría más suerte? Sólo deberíamos ponernos en la piel de gente que ni siquiera tiene experiencia. ¿Quién sabe si nuestra experiencia y este desempleo momentáneo no será sino el trampolín para un puesto de responsabilidad?

La catástrofe acabó con los dinosaurios y creó al hombre. Que sea el hombre, la criatura más perfecta, la que sea capaz por sí mismo de dar solución a las crisis provocadas por él mismo. Para ello ánimo y no ocultar el gusto por los sueños con final feliz.

domingo, 25 de diciembre de 2011

El discurso del Rey

El pasado día 24 de diciembre Su Majestad el Rey Juan Carlos I de España pronunció su tradicional mensaje de Navidad al conjunto de ciudadanos españoles. Cabe mencionar que cuando hablamos de españoles no sólo hablamos de ciudadanos de los actuales territorios de España, sino también de los territorios hispanoamericanos. Durante su mensaje, don Juan Carlos I tuvo referencia a todos sus ciudadanos, por mucho que la independencia llegara a los antiguos territorios de ultramar.

Este último discurso ha venido precedido de una agria polémica en torno a la familia real y a la presunta estafa del yerno del Rey. Esta situación, unida a una puntual falta de creencia en la monarquía en estos momentos de crisis, ha obligado al monarca a puntualizar sobre algunas de las situaciones que están pasando los españoles y cómo la Corona se va a enfrentar a ellas.

"La justicia es igual para todos". Con esta frase lapidaria el Rey manifestó su intención de no interferir en la acción de la justicia sobre la investigación de los delitos de su yerno. La Constitución Española es clara a este respecto: únicamente la figura del Rey es inviolable puesto que representa al Estado español. Por tanto, no es posible, a priori, ajusticiar al Rey. Sin embargo la Constitución Española no recoge nada acerca del heredero de la Corona o de los familiares del monarca, inclusive la Reina.

Es cierto que en la profunda crisis mundial (y con la aparición de los grupos sociales de protesta en los países árabes, Grecia, Estados Unidos y España) las figuras políticas han sufrido un profundo descrédito. Un caso especial es de las monarquías y los senados, los cuales están siendo puestos en duda acerca de su eficacia y su razón de existencia. En este sentido están apareciendo corrientes antimonárquicas en España, que sin ser absolutamente preocupantes para la monarquía española sí que están haciendo aparecer dudas sobre la continuidad futura y el mantenimiento de la Familia Real.

Es cierto que las monarquías parlamentarias (como son la española, la inglesa y casi todas las monarquías europeas) poco se parecen a las monarquías constitucionales propuestas por Montesquieu. La famosa frase española "el rey reina, pero no gobierna" incumple la famosa separación de los tres poderes propuesta por el filósofo. En España, el último rey constitucional fue Fernando VII. Desde entonces, los reyes siempre estuvieron sometidos a la autoridad del parlamento y del presidente del gobierno y en algunos casos hasta de regentes y dictadores (como en el caso de Espartero o Primo de Rivera).

Existen aún ejemplos de monarquías absolutas y constitucionales en Europa. Tanto el Vaticano (con el Papa como monarca) como Liechtenstein o Mónaco son casos en los que sus monarcas deciden los asuntos de gobierno sin que un parlamento o un presidente ejerzas esas funciones. Esta situación del resto de monarquías europeas, similar a la que viven los presidentes de las repúblicas de Alemania o Italia, es la que ha determinado la conveniencia de mantener cargos "inútiles". A pesar de que son Jefes de Estado, tanto reyes como presidentes de la república no son tomados como figuras clave en las políticas estatales y por tanto se ven en muchos casos como meros títeres sin ninguna función.

Repúblicas como EE.UU. o Francia, las llamadas repúblicas presidencialistas son la esencia de aquellas ideas de Montesquieu, donde el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial estarían separados y serían independientes entre sí. Claro que lo que Montesquieu pensaba no existe, hoy por hoy, en casi ningún país del mundo: los políticos o el rey serían los gobernantes, los jueces harían cumplir las leyes y las leyes serían hechas por el pueblo a través de sus representantes parlamentarios. Lástima que en la mayor parte de los países, entre ellos España, el parlamento esté formado por partidos y no por representantes independientes que realmente legislaran en función de sus creencias (siendo así la única manera de ser realmente un reflejo del pueblo). En su lugar, las leyes y el gobierno se controlan por el mismo partido o la misma persona.

La figura del Rey de España puede ser discutida, qué duda cabe. Sin embargo, es un prejuicio general pensar que la monarquía sea peor gobierno que república en cuanto a que el presidente es elegido por el pueblo y el rey es un sucesor dinástico que puede no ser conveniente para el Estado. Como decía Hobbes en Leviatán, quienes afirman esto suelen ser personas ambiciosas a los que les gustaría ser ellos mismos monarcas y no encuentran otro medio que atacar a la monarquía. No le falta razón. De sobra es conocido que malos reyes ha habido en la Historia, pero han sido todavía peores los casos en los que el pueblo, en su fatal conciencia, ha elegido a demagogos y dictadores. También ha ocurrido lo contrario: mientras que los grandes reyes, como Alejandro Magno o Felipe II han sido monarcas espléndidos llevando a cotas de poder y riqueza inimaginables a sus naciones, muy pocos líderes presidenciales han podido mantener escasamente unos pocos años al menos la paz en sus naciones, cuanto más índices de prosperidad y poder altos.

sábado, 24 de diciembre de 2011

El talento a las puertas del 2012

Hoy comienzan oficialmente las navidades y como todos los años los propósitos de Año Nuevo nacen de las nuestras mentes con toda fuerza, mayor cuanto más se acerca el buscado día.

2012 es un año bastante curioso. El pronóstico del fin del mundo según el calendario maya ha sido la comidilla favorita del pueblo llano desde 2004 aproximadamente. Ya está aquí. El 2012 llega cargado a medias de polémica y de esperanza.

Y entre tanta efusividad, un pensamiento. ¿Qué ha ocurrido con el talento?¿Será este año por fin el "año de las luces"? Por supuesto que es más bien un sueño que una realidad, pero es bonito presumir esto en tales fechas.

Lo cierto es que tengo un extraño presentimiento y es que el mundo se está volviendo cada vez más torpe. Las máquinas y la propia política demagógica han convertido al ser humano en un reflejo de su pasado. ¿A alguien no le extraña la actitud de la sociedad del bienestar cuando se pide, por ejemplo, que alguien se levante para ofrecerle un vaso de agua al abuelo enfermo?¿Acaso es lógico que todos se miren entre sí esperando que alguno tome la iniciativa?¿Es lógica una actitud de cansancio ante la mera posibilidad de levantarse a 50 metros en busca de la comida al supermercado de la esquina?¿Es moral burlarnos o poner cara de enfado por ir a buscar a un lugar tan cercano lo que nuestros antepasados habrían deseado con todas sus fuerzas y habrían iniciado expediciones a tierras lejanas?

Existe un principio fundamental de la naturaleza y es que los sistemas físicos tienden siempre a alcanzar el estado de mínima energía. En este sentido, sería lógico pensar que el ser humano está evolucionando según marca una ley universal y que poco o nada podemos hacer contra las leyes físicas. Sin embargo, esto sería querer justificar una actitud totalmente injustificable, arguyendo razones que incluso serían falsas en el planeta, ya que las leyes naturales, aunque ciertas, son a veces tomadas de una manera muy general, olvidando los casos particulares (como por ejemplo, los sistemas biológicos, que tienen una dinámica más bien contraria, procurándose siempre un estado más energético en relación al entorno).

Por tanto, ¿qué podemos decir sobre la actitud de la humanidad? En general, resulta poco inteligente apostar por una sociedad donde no haya una auténtica filosofía (es decir, un auténtico "amor a la sabiduría"). Una sociedad donde importe más ver a la estrella del pop de turno que estudiar o el debate no es más que una sociedad abocada al fracaso en última instancia.

Las sociedades modernas, en las cuales impera la democracia, no pueden contribuir a una filosofía auténtica. De hecho incluso entre los griegos, la democracia ateniense fue la que mató definitivamente a la filosofía griega. Si bien fue en Atenas donde coincidieron los tres mayores filósofos (Sócrates, Platón y Aristóteles) es más cierto que desde hacía siglos se venía desarrollando en todas las polis una auténtica escuela filosófica. Mileto (Tales), Samos (Pitágoras), Agrigento (Empédocles), Elea (Zenón) o Éfeso (Heráclito) son ciudades donde la filosofía floreció en un grado muy parecido a Atenas, siendo en esta última donde la escuela de pensamiento griego desapareció tras Aristóteles. Posteriormente hubo centros artísticos o filosóficos importantes (como Alejandría) pero muy alejados de Grecia.

La pelea pasa por decretar nociva cualquier tendencia política que fomente el rechazo a la cultura. Las democracias siempre van a fomentar este rechazo, ya que todos son iguales ante la ley y por tanto es igual a ojos del estado tener una alta o una baja cultura. La democracia es siempre un estado de alto desorden político, ya que su propia constitución es la fragmentación y la unión en mayorías.

martes, 13 de diciembre de 2011

Talento y trabajo

En ocasiones merece la pena pararse y meditar sobre los propios asuntos, más si cabe en esta época de crisis que parece que no vaya a abandonarnos nunca.

Pero de todo, créanme, se sale y esta crisis no será distinta. Volverán los días de gloria y de cierta tranquilidad a las economías domésticas y a los mercados.

El caso es que más que nunca puedo decir que la gente se lamenta de que su talento está siendo desaprovechado. Es decir, la crisis parece alentar todos los sentimientos de autoestima, motivados probablemente en parte por una autorresistencia de la mente humana y por otra parte por una serie de mensajes más o menos connotativos que los gobiernos se han encargado de difundir.

¡Tienes talento!

El talento (o lo que es lo mismo o quieren los gobiernos que sea lo mismo, la inteligencia) es una de las cualidades a las cuales el ser humano se aferra con más ímpetu. Más amplio es el significado que se le ha querido dar a la palabra talento como conjunto de capacidades intelectuales o emotivas que nos convierten en alguien virtuoso o con capacidad para el triunfo. Así pues, estamos asistiendo en este sentido a un suicidio colectivo de grandes mentes, a las cuales los gobiernos y las empresas poderosas impiden que se desarrollen. Si a esto le sumamos la gran cantidad de personas ineptas que ocupan estos puestos de trabajo que le corresponderían de pleno derecho a estos talentosos, el panorama es poco menos que tétrico, absurdo y fatal. En pocos años de la crisis pasaremos a la llegada de los cuatro jinetes del Apocalipsis.

No son ciertas estas especulaciones. Lo siento, pero no puedo darle la razón a aquellos que piensan que nuestros jóvenes en particular y nuestros ciudadanos en general están mejor preparados y tienen un mayor talento que las generaciones anteriores. El talento es algo más que poseer un título colgado en la pared que nos capacita como abogados, ingenieros, arquitectos o médicos. El talento implica una capacidad cerebral e intelectual muy superior, lo que antiguamente se catalogaba como genio.

Todos, y en particular los jóvenes, plantean a diario que la vida es injusta con ellos, ya que tienen que trabajar mucho, ganan poco y además no ocupan los puestos para los cuales han estudiado. Además plantean el sempiterno nepotismo, por el cual entran en una situación de competencia desleal por parte de estos "primos".

Completa y rotundamente falso: achacar a los demás nuestra situación laboral, económica o social cuando ellos no son realmente los causantes directos no es más que excusarse. El trabajo duro es el que realmente proporciona esta capacidad y esta exposición al talento.

Muchos me dicen: ¿cómo puedo demostrar mi valía en el trabajo si no trabajo? A diferencia de otros, que invitarían a seguir estudiando, yo declaro que lo importante no es tener talento, sino potenciarlo. Si realmente alguien es bueno cocinando pero no es capaz de encontrar un empleo de cocinero, nuestra virtud y talento pasaría por enseñar nuestros secretos, aunque fuera gratuitamente, a un conjunto de alumnos o de personas que compartan nuestras inquietudes. En este sentido las redes sociales han facilitado mucho el trabajo.

Lo primero para reconocer si alguien tiene talento es su capacidad para generar el acto o el producto del cual se presume el talento. Por ejemplo, si alguien es un gran escultor, debemos demostrar con hechos (estatuas) que alguien sea un gran escultor. De lo contrario, la afirmación quedará como simple anécdota.

Insisto en la idea de que tener un título universitario no capacita a tener talento. Quizá, hace muchísimos años, el disponer de un título garantizaba la genialidad o la valía intelectual de su poseedor, pero actualmente la obtención de un título universitario se ha convertido en una cuestión de tiempo y de que los padres asuman los gastos de matriculación.

La educación ha de ser un bien disponible para todos, pero la educación debe ser optimizada, enfocada a los ciudadanos que mayor bien o mayor benificio pueden obtener de sus valías. Es totalmente inútil formar en ingeniería a un individuo que será incapaz de asumir la realización de cálculos al resultarle éstos muy complicados o casi imposibles de simular. El comparar el talento de estas personas con el talento de los universitarios de hace 70 años es odioso.

En cambio, existe un especial talento al trabajo que está siendo totalmente desaprovechado. La gente no desea trabajar, sino ganar mucho dinero. Eso revierte en una idea totalmente falsa: vivir bien es no trabajar.

El trabajo es obligatorio, necesario y sobre todo permite desarrollar a la persona. Como dijimos al principio, hemos querido mezclar talento con inteligencia, cuando ambos son completamente distintos. Mucha gente debería suplir su falta de inteligencia o su falta de capacidad en los estudios por trabajos que sí que puedan realizar y para los cuales sí dispongan de talento especial. El problema ha sido que hemos estado tan ensimismados con la idea de que todos somos especiales o tenemos algo de especial, como si fuera esto una triste comedia, que no nos hemos parado a pensar que quizá todo es más simple: hay personas que son mejores que otras. En qué aspecto son mejores puede ser discutible pero es impropio considerar que todos somos mejores en algo, como si todos tuviéramos algo especial, inconfesable y único. Esta es una falacia habitual, pero falacia al fin y al cabo.

Insisto: es el trabajo y no el talento lo que realmente hace que el mundo prospere, ya que el trabajo es algo mucho más común que el talento. Si de talento se tratara, el mundo tendría una población de escasamente 300 000 almas y quizá me pase. Quizá haya quien piense que exagero, pero la realidad es que en ocasiones veo que existe una confusión muy clara entre lo que es talento y lo que es trabajo y esta confusión es simplemente causada porque quien la aprecia no tiene el suficiente talento que le permitiría diferenciarlas.