Vivimos tiempos convulsos, tanto sociales como económicos. De todas maneras, era poco probable que en estos momentos, precisamente y no en otros, se vieran estos dos acontecimientos tan beneficiosos para el mundo en general y para el mundo occidental en particular.
El final de Gadafi ha sido, sin lugar a dudas, uno de esos finales inesperados. Nadie podía pensar hace tan sólo un año que Libia pudiera rebelarse con quien durante más de 40 años la había llevado con mano de hierro. Hay quienes han visto en Gadafi y su muerte un paralelismo con Sadam Husein, pero quien defiende esta postura demuestra que tiene poco conocimiento y criterio histórico y político.
El caso es que Sadam era un dictador próximo al nacionalsocialismo. Las similitudes de Hitler y Sadam son bastante acusadas (mencionando incluso que ambos tenían bigote y llegaron al poder con cierta edad). Ambos eran más ambiciosos que capaces (recordemos que Hitler era un pintor mediocre y Sadam era bastante penoso en los estudios), ambos se convierten bastante rápidamente en líderes de sus respectivos partidos políticos y ambos asaltan el poder mediante intentos fallidos de golpe de estado y posterior designación como presidentes de sus respectivas repúblicas. El final de ambos es parecido: la alianza internacional es capaz finalmente de cercarlos y si bien Hitler se suicida, su final hubiera sido el mismo que Sadam de haber seguido vivo.
El caso de Gadafi es más bien el caso de Ché Guevara y Castro. Su visión es socialista y su manera de gobernar, errática, y en algunos casos descontrolada, lo convirtieron en un loco peligroso hasta que la presión internacional le hizo tomar la dolorosa decisión de permanecer confinado en su país y establecer lazos internacionales pro-occidentales, a pesar de que su partido y su régimen era claramente partidario de un panislamismo y un gobierno de unidad nacional basado en la ley islámica.
Gadafi era, ante todo, el prototipo de tirano. La confusión entre lo que era Husein y lo que era Gadafi parte de la base de que los EE.UU. pronto necesitaron justificar sus ataques y por tanto, haciendo una sucia propaganda, puso a ambos líderes en la misma saca. Sin embargo, Sadam Husein era un líder en muchos aspectos progresista dentro del mundo islámico y, como ocurre ahora en Irán, la sociedad iraquí era una sociedad con cierta cultura occidental con una mayoría de ciudadanos de creencias islámicas. Platón afirmaba en la República que, cuando la democracia llegaba a la polis, el demagogo favorito del pueblo accedía al poder cuando la democracia había degenerado, siendo éste el peor de los gobiernos. Esta tesis que defiende Platón está basada en que ciertas polis, gobernadas por tiranos, presentaban un alto grado de miserias y de injusticias, debidas a que dicho tirano gobernaba mal en todos los aspectos.
Desde el punto de vista platónico, Gadafi era un tirano mientras que Sadam era un dictador. Ambas cosas son diferentes. El dictador es únicamente una persona que concentra todo el poder. En este sentido no se diferencia del monarca, salvo que su poder no es hereditario (muy pocos dictadores, salvo César o los líderes norcoreanos, que han conseguido una especie de gobierno hereditario al estilo de los Habsburgo con la corona imperial alemana). El caso del tirano es más bien diferente: al igual que el dictador, su poder está concentrado en una persona, pero su acceso al poder no siempre está legitimado ni sus pretensiones son coherentes con el aspecto que denuncian. Así Gadafi llegó al poder sin legitimación (no como Hitler o Sadam, por designación o votación) y además su discurso inicial, de liberación del pueblo, pronto fue cambiado por el de mantenimiento del orden mediante la ley islámica, lo que significó represión y persecución.
Los tiranos, por lo general, siempre acaban mal. El pueblo, como decía Maquiavelo, respeta al que teme, pero no respeta al que odia, porque el odio representa la consecuencia de la injusticia (o al menos de la sensación de injusticia) mientras que el temor es la consecuencia de la aplicación radical de la ley (o lo que es lo mismo, la justicia). Gadafi no era justo. Era un excéntrico que vivía en el lujo mientras su pueblo vivía en la penuria económica. Su fin fue justo y consumado.
Por otro lado, E.T.A. comunicó que dejaba la lucha armada para siempre. Los que saben algo de la historia de E.T.A. sabrán que siempre hubo "treguas" unilaterales que fueron rotas posteriormente también unilateralmente. Este comunicado es, casi con total seguridad, otra manera encubierta de ganar votos para sus representantes políticos (los de la formación Bildu) en las próximas elecciones generales de España. Acabar con los terroristas, ya hemos dicho esto, es fácil, si aplicamos literalmente la normativa de la Convención de Ginebra. Los terroristas se escapan de este protocolo: ni son civiles, ni son armada. Por tanto, con la ley en la mano, nadie puede condenar a nadie por matar a terroristas. Uno a uno, guarida por guarida, es muy fácil acabar con esa lacra social, hasta que un día, el último terrorista dijera que se rinde y, tras un buen tiro de gracia, el presidente del país anuncia el fin de la banda armada.
Hay que diferenciar. Pertenecer a un grupo terrorista no significa ser terrorista. Por ejemplo, un abogado con ideología próxima a los terroristas y que incluso está afiliado al grupo puede no haber matado jamás ni haber participado en la elaboración de un plan. Estas posibles muertes indiscrimadadas no deberían ocurrir y los gobiernos guardarse bien de ejecutar bien las órdenes. Sin embargo, una cadena perpetua sería una solución racional y objetiva para estos colaboradores (abogados, administrativos, etc.).
E.T.A. desaparecerá por dos razones. La primera porque está cada vez más aislada y acorralada por la policía. La segunda porque cada vez es más difícil, en estos tiempos que corren, justificar la ideología nacionalista y separatista de los vascos independentistas y más aún la ideología violenta de los mismos. El terrorismo, en general, no está de moda y todo aquel que pertenece a una banda armada no es bien recibido, ni incluso en su tierra, lo que hace muy difícil su evolución como en épocas pasadas.
Ya por último, concienciar a la población de que el síndrome de Estocolmo es un problema psicológico. Nunca debemos ver a estos asesinos como seres humanos, ya que, como hemos dicho en otras ocasiones, un asesino que mata por un motivo demuestra cierta inteligencia y comportamiento humano. Un asesino que mata a gente inocente basándose en algo inexistente ni explicable es un lobo, un animal, y por tanto pierde su condición humana. La muerte de cualquiera de estos seres no sólo es admisible sino que en ningún momento representaría un problema moral o ético.
En definitiva, por lo que parece, dos problemas menos que solucionar.