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lunes, 18 de marzo de 2013

Habemus Papam II o el Papa Francisco, un papa bueno.

Quería esperar un tiempo antes de escribir sobre el tema. El nuevo Papa es un papa atípico. Era necesario esperar unos días antes de emitir juicios sobre el nuevo pontífice, a pesar de que ya mucho está dicho.
 
Francisco exteriormente tiene muchas diferencias con los papas anteriores: es argentino, el primer papa del Nuevo Mundo. Esto imprime carácter. Pero también es un papa distinto interiormente: comenzando por su nombre, haciendo un guiño a San Francisco de Asís, el santo que predicaba pobreza, el nuevo Papa Francisco insiste mucho en este punto: volver a ser la Iglesia de los pobres.
 
Desgraciadamente tenemos poca y corta memoria. Benedicto XVI sigue vivo y sin embargo en los corazones de muchos se presenta a Francisco como un papa que llevara meses o años. Si bien es cierto que Francisco está aglutinando las mejores críticas del momento, esperemos y roguemos a Dios que no sean sólo el fruto de una euforia puntual propia de la novedad sino que sea  la línea rigurosa de todo su mandato, como según parece así será.
 
Benedicto XVI pasará a la Historia como un papa intelectual. Es cierto que no se le ha valorado tanto como debiera. Ha contribuido a formar las bases propagandísticas de la nueva Iglesia. Benedicto XVI ha sido, ante todo, un papa culto, un consumado teólogo, lo que vendría a ser más o menos lo que es un reputado científico en su campo. Cierto es que los científicos por lo general no contribuyen a mejorar el bienestar de las personas, pero sientan las bases científicas para que posteriormente ingenieros o inventores sí que realicen objetos o métodos que mejoren el bienestar.
 
Francisco ahora tiene la tarea de inventar la Iglesia a través de los descubrimientos teológicos y de la parcial reorganización de las instituciones eclesiásticas de Benedicto XVI.  He aquí donde el Papa Francisco ha comenzado con muy bien pie. Ha entendido perfectamente que la Iglesia debe volver a encontrarse con el camino perdido de los evangelios.
 
Hay quien dice que el Papa ha sabido entender la nueva situación de la Iglesia. Esto no es cierto. Los cardenales, cuando lo eligieron, sabían perfectamente que este papa no necesitaba entender nada, ya que él es así. Es muy diferente que uno al llegar a un nuevo puesto de responsabilidad cambie su forma de ser (por lo general es así) a que esa misma persona sea así y al llegar al poder siga comportándose así. Este es un acierto no del Papa, sino del colegio cardenalicio. Al escoger entre los candidatos a aquel que no tenía que fingir ni dejar de ser quien era, se fomentaba abiertamente el espíritu de buena concordia en el seno de la Iglesia. En este sentido, hemos de admitir que Benedicto XVI cambió radicalmente la manera de pensar que tenía cuando le llamaban Cardenal Ratzinger. Si aún nos acordamos, el llamado "Cardenal de Hierro" resultó ser un señor bastante cercano y simpático en su papado. Esto, según parece, fue causado por la mala prensa que había tenido siendo cardenal. Además, la sombra de Juan Pablo II era demasiado larga y le acompañó al menos los dos primeros años de su pontificado, más que nada hasta que beatificó al anterior papa y las cosas se calmaron. Desgraciadamente Benedicto XVI sufrió del mayor mal del ser humano: el miedo. Quizá, de haber sido más joven, hubiera sido más valiente en sus reformas y de haber sido más valiente, hubiera sido distinto su papado, tanto para bien como para mal. En cualquier caso, a Benedicto XVI le falló su carácter lógico: al no entender que los ministros de la Iglesia podrían ser en sí mismos los mayores pecadores no pudo llevar reformas más contundentes y necesarias.
 
Al Papa Francisco le ocurre lo contrario: su carácter es mucho menos serio. No deberíamos hablar de que sea más carismático que su predecesor, porque eso es relegar al anterior papa al rango de títere y para nada sería justo hacer ese comentario. Sin embargo, el pueblo, por el momento, se ve reflejado en algunas de sus posturas.
 
Antes de que saliera el nuevo papa había quien me preguntó que quién debería salir como nuevo papa. Yo contesté muy claro: "El Papa ha de ser ante todo una persona buena". Esta respuesta parece obvia, pero no lo es. Lo que necesita hoy más que nunca la Iglesia (y parece que lo ha conseguido) es una persona buena. No necesita teólogos, ni políticos, ni personas que sepan 20 idiomas. Necesita bondad.
 
Jesús de Nazaret sólo sabía hebreo. Es posible que hablara algo de la lengua conquistadora (el latín) pero seguro que no era un experto. Por otro lado los Evangelios indican que sabía leer (Lucas 4, 16-21) y escribir (Juan 8,6) pero no fue un consumado autor, pues de hecho no dejó escrito ningún libro, cosa que sí hicieron sus discípulos. Si Cristo no era un experto, ¿por qué habría de serlo el Papa? Es cierto que la Iglesia que se encontró Cristo no es ni mucho menos la que existe hoy, con más de 2000 millones de cristianos. Sin embargo, no hay nada que no pueda hacer el poder del bien.
 
Recuerdo en la película de Ben-Hur que cuando Charlton Heston está encadenado y no le dejaban los romanos beber agua, al pasar por Nazaret, un joven Cristo, al cual no se le ve la cara en la película, se acerca al preso y le da de beber agua. El soldado romano se acerca violentamente a Jesús y lo reprende pero el gesto de Jesús, callado y mirándole fijamente, a lo cual el propio soldado se asusta, es el gesto que busca la Iglesia actual. Es necesario que exista hoy un hombre tan poderoso que sea capaz de poner en su sitio a muchos hombres tan poderosos como pecadores, pero al mismo tiempo lo haga con la dulzura y bondad de un buen cristiano. Eso no requiere de ciencia, sino de fe y de un don de Dios, el don que sólo se le confiere a los santos.
 
El Papa Francisco es bueno ante todo. Por supuesto es humano y como buen humano puede tener opiniones, pero lo auténticamente importante es que sin salirse de los preceptos rígidos de la Iglesia sea capaz de transmitir esa bondad que espera el pueblo.
 
Ahora sus detractores quieren echar por tierra su bondad. Colaboraciones con Videla, nunca demostradas, o más recientemente su oposición al matrimonio homosexual no son más que cuestiones que merecen un aplauso. Nadie es malo por rechazar lo que no es bueno. Es más, si cabe, para evitar discusiones estúpidas, nadie es malo por rechazar lo que no es ni bueno ni malo. La homosexualidad está ahí, es un hecho innegable. Sin embargo, la oposición de la Iglesia, la cual no es incorrecta aunque quizá sí poco acertada políticamente, no significa que se niegue lo evidente sino que se niega que esa opción de vida sea acertada. La Iglesia, como ocurre con tantos otros temas polémicos, no puede aceptar principios errados de los seres humanos, no admisibles ni por la más pequeña lógica. Aún así, el Papa Francisco considera errados sus comportamientos pero no imperdonables. La Iglesia, ante todo, debe saber perdonar. He aquí otro de los principios que hacen y harán de este papa todo un símbolo.
 
Eso creo yo: hemos dado con el Papa Bueno. Un papa que devuelva la fe y demuestre con hechos (Mt 7,16-20: Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis). Este papa será ante todo un predicador con el ejemplo.

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