Una extraña situación en la pedagogía moderna es que el niño o el joven es el descubridor de su propio aprendizaje. El alumno se relaciona con el ambiente, en el cual se desarrolla y finalmente comprende, avanza y propone, con lo cual hemos cerrado el círculo y el alumno está preparado para enfrentarse a la vida real e incluso, en algunos casos, a ser docente y por tanto a retomar, esta vez como profesor, la honorable tarea de enseñar.
Ya comentamos en otra ocasión, en El castigo físico como método de aprendizaje, algunas de las consecuencias de este planteamiento llevado al extremo. Esta situación continuada en el mundo actual (principalmente en los países occidentales) sugiere una nueva reflexión sobre los métodos de aprendizaje modernos.
Debemos gran parte de la situación actual a las teorías constructivistas (sobre todo de Ausubel) y al método de María Montessori, que relegaban en aquellos tiempos al maestro a una herramienta más (aunque fundamental) que permitía la comprensión de la realidad al niño. Este planteamiento había que referirlo a la situación que existía en Europa y Estados Unidos en aquella época, donde los maestros eran en su mayoría abogados, curas o bachilleres frustrados sin ningún tipo de vocación por la enseñanza y que veían en la educación una salida profesional obligada. En aquellas fechas sí tenía sentido el método Montessori o los planteamientos de Ausubel, ya que aquellos profesores eran más bien portadores de verdades ocultas que habían de ser bien escondidas para seguir conservando su estatus de magister.
Tenemos que dar la razón en este caso a aquellos pedagogos, ya que lo que planteaban era una desvinculación entre inteligencia o conocimiento y enseñanza, ya que una persona muy inteligente no tenía por qué ser necesariamente un buen comunicador. Por ello es por lo que se hacía gran hincapié en que el auténtico sujeto de importancia en la educación (en definitiva, "el cliente") era el alumno y no el maestro, cuya función era la de simple "proveedor" de conocimiento, cuando lo normal es que los alumnos fueran "proveedores" ávidos de conseguir el pago del "cliente" (las altas calificaciones del maestro).
Esto, sin embargo, se desvirtualizó y hoy no podemos seguir teniendo como válidos los planteamientos de los constructivistas. De hecho, uno de los principales problemas educativos, tanto para profesores como para padres, es que se ha perdido la condición de autoridad. Si bien aquellos pedagogos relegaban a "herramienta" al maestro, eso no quería decir que se le pudiera faltar al respeto o incluso rebatir siempre que el alumno lo considerare oportuno. En ningún caso debería haber ocurrido tal situación. Desgraciadamente, los movimientos socialistas y de luchas de clases del siglo XX trajeron como consecuencia esta situación que a duras penas soportan los docentes occidentales (salvo casos como Finlandia o Corea del Sur, donde la figura del maestro es casi una cuestión sagrada).
Merece la pena destacar qué tanto hubiera cambiado la escuela moderna si en lugar del triunfo socialista del siglo XX hubiera triunfado el nazismo o los movimientos más conservadores. Habrá quien desee discutir esta situación, pero a los hechos me remito: la falta de respeto de la sociedad actual hacia la autoridad es un claro ejemplo de los dictámenes de la I Internacional, en la que se plantea la igualdad entre clases y la lucha de clases. Siendo tesis muy similares en cuanto a la crítica a los métodos del siglo XIX, figuras pedagógicas de la talla de Manuel Siurot pasaron desapercibidas internacionalmente. Mientras María Montessori fundaba escuelas con niños con problemas mentales, Manuel Siurot hacía lo propio con los niños más pobres.
Merece la pena destacar que los planteamientos de este señor no pasan por la desmitificación del maestro, sino por el trato educado al alumno, al que hay que corresponder mediante razonamientos apropiados a su edad. Sin embargo, para él, el maestro tiene un carácter sagrado dentro del templo del conocimiento que es la escuela. No se puede prescindir de él. Un ordenador no puede suplir las funciones del maestro. Para Montessori o Ausubel esta situación es indiferente: incluso un objeto inanimado como el ordenador puede realizar las funciones del maestro y por tanto ser una herramienta más para el niño.
El planteamiento es, si cabe, preocupante. Al equiparar al maestro con el ordenador o a la madre con el amigo, el niño pierde todo principio jerárquico y todo respeto a la autoridad. Lo que deberíamos comprender es que la Autoridad (sea un policía, un juez o un maestro) es una figura indispensable en la sociedad avanzada de cualquier civilización, ya que es garante de las buenas prácticas (ya sea de la buena conducta, la buena justicia o la buena educación). Sin ningún tipo de autoridad, la sociedad pierde el sentido de grupo, se siente huérfana incluso del bien más preciado del ser humano: la ley.
Es indispensable recuperar la Autoridad. La Autoridad no debería ser sinónimo de violencia, tal y como quieren hacer pensar muchos grupos radicales de izquierda o derecha. No es lo mismo ser la Autoridad a ser autoritario, ya que en cualquier sociedad moderna debe imperar el principio de la razón y de la ley. Ni los grupos neonazis ni los grupos antisistemas llegan a comprender siquiera lo que significa al palabra Autoridad, probablemente porque ellos no tengan autoridad en sus propios partidos.
Hemos de luchar por una sociedad libre y con base en la ley y el mérito. Para ello, insistimos, son fundamentales una reorganización jerárquica de la sociedad y conceder a la Autoridad el sitio que le corresponde, sin dejarnos engañar ni asustar por lo que pueda significar esta palabra en el contexto social que vivimos actualmente.