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lunes, 7 de mayo de 2012

El caso del éxito de los chinos

Hace algún tiempo, un seguidor del blog me hacía una petición interesante: dar mi opinión sobre los chinos en España. Con gusto, como ya hice en otra ocasión, le respondí que nunca doy opiniones y que para mí España no es otra cosa que lo que nos legaron aquellos grandes monarcas de antaño: una España peninsular y una España americana, sin despreciar otros territorios de ultramar.

El caso es que desde luego me pareció ciertamente interesante el tema, no sólo en España sino en todo el mundo civilizado. ¿Qué ocurre con los chinos? No sólo han convertido a su país en la fábrica del mundo, sino que están arrasando literalmente con los negocios tradicionales occidentales en las ciudades y pueblos de los países occidentales donde ellos se ubican.

Y ustedes se preguntan, ¿cuál es el secreto de su éxito? No hay desde luego secretos, o al menos secretos inconfesables. Al contrario, el éxito chino proviene del carácter de su gente y esto hasta donde sabemos todos no es un secreto. Sin duda a nadie le ha pasado desapercibido que los chinos son ante todo trabajadores incansables. Como bien sabemos todos un chino no deja de trabajar por ejemplo un domingo o un festivo. Y esto, en parte, es el secreto de su éxito. Sin embargo, seríamos unos cínicos si dijéramos que esto es lo más importante o incluso lo fundamental, ya que muchos españoles, hispanoamericanos y occidentales trabajan tanto o más que los chinos.

¿Entonces? ¿Por qué un negocio chino triunfa mientras que un negocio occidental tiene un mayor índice de fracaso? Para entender esto habría que remontarse a una época ya lejana, en la Edad Media Europea. En ese tiempo, el Imperio Romano había desaparecido y los árabes manejaban el comercio de la seda. La seda era producida en las lejanas regiones de China, donde ni siquiera Alejandro Magno había llegado. China, aislada del mundo occidental salvo por la mencionada caravana de mercaderes árabes, prospera mediante una cultura propia. A diferencia del resto de culturas (árabe, católica, ortodoxa, india...), China era autosuficiente y en esas circunstancias el comercio se limitaba al interior. Con el tiempo, tras la conquista mongol, el conocimiento sobre China y sus riquezas atrajeron a los occidentales, como el archiconocido caso de Marco Polo. Sin embargo, China no parecía interesarse en el exterior, seguramente porque en China había de todo.

¿Cómo era posible que en un mundo tan inestable como el de la Edad Media en China hubiera de todo? La respuesta está en el mencionado aislamiento. Los emperadores chinos habían sido capaces de controlar a su pueblo y acabar con las guerras internas, lo que les permitió crear una burocracia altamente eficiente y jerarquizada. Cuando decimos eficiente y altamente jerarquizada queremos decir extremadamente eficiente y jerarquizada: los exámenes de ingreso al cuerpo de burócratas (los mandarines) eran complejos y durísimos, lo que equivalía a tener un grandísimo poder en caso caso de llegar a tener dicho puesto. Esto no ocurría en Europa: si bien Roma había logrado algo similar mucho antes que China (lo que se denominó Pax Romana). Sin embargo, los pueblos limítrofes de Roma eran mucho más combativos que los pueblos limítrofes de China, entre otras cosas porque los pueblos limítrofes de Roma no eran simples tribus, como aún ocurre en zonas de Asia, África o América, sino eran pueblos con una cultura que si bien era más atrasada militar y políticamente, habían tenido durante larguísimo tiempo contacto con las grandes culturas occidentales (griegos, romanos, egipcios, hebreos, etc.). Esta situación de burocracia y aislamiento se prolongó por espacio de casi 1000 años. Al estado de paz mandarín sólo podría compararse una situación: la globalización de finales del siglo XX, en la que se puede decir que prácticamente las guerras de gran alcance se hubieron acabado (actualmente no podemos hablar de guerras, sino casi siempre de misiones de paz, embargos, alianzas internacionales o intervenciones esporádicas).

China, por tanto, gozaba de una situación, salvando las distancias tecnológicas y temporales, similar a la actual. Sin embargo, el planteamiento chino, probablemente por esa distancia temporal, fue distinto al planteamiento actual: los emperadores vivían como su pueblo, en un completo aislamiento del resto del mundo, en un suntuoso palacio con todos los placeres. Para poder llevar a cabo tal sueño era necesaria una administración dura, con castigos ejemplares a quienes cometieran crímenes o delitos. Además, los chinos, paradójicamente, no eran una sociedad militar o de comerciantes, como pudiera creerse, como le ocurría a Roma, sino una sociedad eminentemente agrícola. Es lógico pensar que no fueran comerciantes, ya que como hemos dicho, China estaba aislada y era autárquica, por lo tanto el comercio sólo se restringía a intercambios de productos entre particulares.

Esa situación creó una idiosincracia en la población china, de manera que toda la sociedad acabó pensando de una misma manera: el mandarín era el único ciudadano que podía tomar decisiones y conocer lo que era mejor para el pueblo. Este pensamiento único traería como consecuencia que China se atrasara tecnológicamente al resto del mundo, ya que los funcionarios chinos preferían mantener un estricto control interno de su pueblo antes que invertir dinero en mejorar su bienestar. Los comerciantes europeos, en cambio, con su afán de prosperar económicamente, trataban en todo momento de llevar a Europa todos los conocimientos que los chinos habían adquirido a lo largo del tiempo, como la confección de las telas de seda, la fabricación de la pasta o el papel o el uso de la pólvora (ésta última fue conocida en Europa usada por los árabes con fines militares). Los chinos, por el contrario, no usaban estos inventos la mayor parte de las veces, sino que eran usados como entretenimiento o como artículo sin capacidad de innovación.

Si miramos las similitudes del Occidente moderno con la China Medieval, encontraremos que el pensamiento único es el que domina la sociedad. Nadie contempla en occidente una posibilidad real, por ejemplo, de una dictadura o que la libertad personal no esté por encima del deber. Lo mismo ocurría en China. Es en este punto donde la ciudadanía china se volvió completamente abocada a sus líderes, sin una libertad personal real más allá del cultivo de sus tierras.

Con el paso del tiempo, ese aislamiento fue roto. Las potencias occidentales, fundamentalmente británicos, franceses y portugueses, establecieron contactos continuados, lo que hizo que prosperara una comunidad china de comerciantes. Mientras que ellos vendían seda y especias, los europeos vendían armas. Las armas no eran para estos europeos un problema, porque si bien sabían que los chinos eran tan numerosos como para poder conquistar fácilmente el mundo, estaban tan lejos que sólo el mar planteaba una opción real para una invasión y en esto los europeos sí que eran conscientes de su gran poderío naval. Entre China y Europa, los enormes desiertos asiáticos habitados por los fieros mongoles y tártaros, así como la inhóspita estepa siberiana, hacía realmente imposible una invasión china.

China, por tanto, siguió hasta cierto punto aislada. Además, ninguna potencia occidental extranjera se hubiera atrevido a entrar en conflicto con China sin tener unas bases bien consolidadas en la región y aun así, eran tan numerosos que no era factible tal cuestión. De hecho, únicamente el Reino Unido y Japón se atrevieron a entablar guerras con los chinos (las Guerras del Opio y la invasión japonesa previa a la Segunda Guerra Mundial), en las cuales China resultó derrotada, pero con un factor común: los británicos ocupaban India y los japoneses estaban demasiado cerca y en aquel momento militarmente mucho más avanzados. En esta tesitura, China ha mantenido en su población el orden de un trabajo metódico y continuado, herencia de su pasado agrícola. Posteriormente, el régimen comunista ha seguido favoreciendo dicho trato. Únicamente desde finales del siglo XX y sobre todo principios del siglo XXI, China ha cambiado su concepto social, algo que aunque no lo parezca es y será trágico: es muy probable que la concepción de los chinos se vea mermada en occidente y sean cada vez más vistos como invasores sin escrúpulos a ser vistos como comerciantes muy laboriosos.

El secreto del éxito de los chinos no es propio, sino cultural. La concepción china de la sociedad es la que ha provocado que ahora los chinos sean un pueblo abocado al orden, el método y el conocimiento. En comparación, ningún joven occidental medio actual puede ser comparado con un joven chino actual en conocimientos, grado de implicación en los estudios y coherencia en hábitos. Sólo los hijos de inmigrantes chinos en países occidentales parecen haber olvidado esto y no es más que debido a la falta de cultura. La sociedad europea no tiene en la actualidad una cultura del conocimiento, sino una cultura emocional. Ahora más que nunca los países occidentales (quizá EE.UU., debido a su alta tasa de inmigración asiática sea la excepción) son contrarios a la intelectualidad. Priman más los cultos al poder, la opinión individual y sin motivo y la falta de principios para conseguir el placer. La cultura china no comprende ni fomenta el placer, como buena cultura budista. Esto, a priori, es algo malo. No tener cultura del placer es no tener cultura de lo bueno. El problema es querer una cultura del placer basada en el vicio en lugar del honor o la honestidad.

Los chinos, en cambio, protegen su negocio de manera honesta, al menos con sus compatriotas, lo que les permite ser entre ellos un foco de inversiones y de intercambio monetario a condiciones más ventajosas que las que les ofrecen los bancos occidentales de los lugares donde están ubicados. Todos los psicólogos están de acuerdo que en una sociedad, los grupos que tienen las creencias y los lazos de unión más sólidos son los que prosperan, ya que los demás no pueden soportar la presión social. En eso, los chinos superan a los europeos, al igual que ocurría con los judíos en el pasado, ya que son conscientes de su contracultura en el seno de una cultura europea.

Definir que los chinos triunfan en occidente sólo porque son grandes trabajadores es decir una verdad totalmente sesgada y pretender hacer ver lo que no es cierto: que los occidentales no trabajamos lo suficiente.

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