Recientemente hemos podido escuchar las polémicas declaraciones del obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, quien hacía referencia al problema político que se vive en las provincias vascas. El obispo, que recibía el premio Sabino Arana, premio de corte nacionalista vasco, apelaba al entendimiento y al perdón por parte de las víctimas, haciendo un claro hincapié en que rogaba este perdón por parte de todas las víctimas, dando a entender que consideraba también a los terroristas como víctimas de la represión policial española.
No podemos considerar que esto sea anecdótico. No podemos tampoco considerar que haya sido una manipulación de las palabras del obispo, el cual posiblemente, acudiendo a la literalidad de sus palabras, quiera excusarse de tales acusaciones. Lo cierto es que la Iglesia vasca, desde hace décadas, es cómplice directo del apoyo y la apología del terrorismo.
Vayamos por partes. Habrá quien vea en esta postura de la Iglesia una forma de apelar a la reconciliación, a la paz, a la tranquilidad, como si Cristo hablara por boca de estos prelados. Pero los defensores de estos jerarcas de la Iglesia están no sólo equivocados, sino directamente corrompidos.
Los obispos y demás sacerdotes vascos, en su mayoría, siempre han antepuesto su "pueblo" a cualquier otra cosa (el pueblo vasco, se entiende, porque el "pueblo" para cualquier cura debería de ser la Iglesia en su conjunto y no simplemente sus parroquianos). Esa anteposición también llegaría a incluir a sus inmediatos superiores, entre ellos al Papa, haciendo de la jerarquía vasca algo así como un juego eclesiástico parecido al que existía en la Alta Edad Media.
Me pregunto qué se puede esperar de un dirigente de la Iglesia, cuya única misión es la de consolar y dar fe y esperanza al que se humilla, si éste en lugar de consolar se dedica a opinar y a parar la sed de justicia amparándose en su supremacía moral, supremacía que exclusivamente es fruto del puesto que ocupa, que se supone es concedido por el Santo Padre y que por tanto, está concedido por el Vicario de Cristo en la Tierra, es decir, que por boca del Papa, Dios le concede a estos obispos vascos supremacía moral sobre el conjunto de la Iglesia.
No se puede entender que este señor (y otros muchos curas vascos) antepongan sus sentimientos patriotas o políticos a sus deberes del sacerdocio (como diría Cristo, olvidaron ser "eunucos por el Reino de los Cielos", es decir, olvidaron que ya no son de tal o cual país o de tal o cual familia, sino que su país y su familia es la Iglesia en su conjunto.
Si hay algo, por encima de todo, por encima de los abusos a menores, por encima del celibato en el sacerdocio, por encima de cualquier cuestión que pueda afectar a la Iglesia, ese algo es excomulgar a todo aquel miembro de la jerarquía de la Iglesia que no defienda ante todo los intereses de la Iglesia, tanto de El Vaticano como de la Iglesia como institución.
El tiempo del cesaropapismo debe terminar. Escuchar a estos prelados reírse de las víctimas, como si se tratara de ser hincha de un partido de fútbol, no conduce más que a considerar a la Iglesia como un ente arbitrario y ajeno a la realidad y al dolor de la sociedad.