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lunes, 27 de enero de 2014

Cesaropapismo

Recientemente hemos podido escuchar las polémicas declaraciones del obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, quien hacía referencia al problema político que se vive en las provincias vascas. El obispo, que recibía el premio Sabino Arana, premio de corte nacionalista vasco, apelaba al entendimiento y al perdón por parte de las víctimas, haciendo un claro hincapié en que rogaba este perdón por parte de todas las víctimas, dando a entender que consideraba también a los terroristas como víctimas de la represión policial española.
 
No podemos considerar que esto sea anecdótico. No podemos tampoco considerar que haya sido una manipulación de las palabras del obispo, el cual posiblemente, acudiendo a la literalidad de sus palabras, quiera excusarse de tales acusaciones. Lo cierto es que la Iglesia vasca, desde hace décadas, es cómplice directo del apoyo y la apología del terrorismo.
 
Vayamos por partes. Habrá quien vea en esta postura de la Iglesia una forma de apelar a la reconciliación, a la paz, a la tranquilidad, como si Cristo hablara por boca de estos prelados. Pero los defensores de estos jerarcas de la Iglesia están no sólo equivocados, sino directamente corrompidos.
 
Los obispos y demás sacerdotes vascos, en su mayoría, siempre han antepuesto su "pueblo" a cualquier otra cosa (el pueblo vasco, se entiende, porque el "pueblo" para cualquier cura debería de ser la Iglesia en su conjunto y no simplemente sus parroquianos). Esa anteposición también llegaría a incluir a sus inmediatos superiores, entre ellos al Papa, haciendo de la jerarquía vasca algo así como un juego eclesiástico parecido al que existía en la Alta Edad Media.
 
Me pregunto qué se puede esperar de un dirigente de la Iglesia, cuya única misión es la de consolar y dar fe y esperanza al que se humilla, si éste en lugar de consolar se dedica a opinar y a parar la sed de justicia amparándose en su supremacía moral, supremacía que exclusivamente es fruto del puesto que ocupa, que se supone es concedido por el Santo Padre y que por tanto, está concedido por el Vicario de Cristo en la Tierra, es decir, que por boca del Papa, Dios le concede a estos obispos vascos supremacía moral sobre el conjunto de la Iglesia.
 
No se puede entender que este señor (y otros muchos curas vascos) antepongan sus sentimientos patriotas o políticos a sus deberes del sacerdocio (como diría Cristo, olvidaron ser "eunucos por el Reino de los Cielos", es decir, olvidaron que ya no son de tal o cual país o de tal o cual familia, sino que su país y su familia es la Iglesia en su conjunto.
 
Si hay algo, por encima de todo, por encima de los abusos a menores, por encima del celibato en el sacerdocio, por encima de cualquier cuestión que pueda afectar a la Iglesia, ese algo es excomulgar a todo aquel miembro de la jerarquía de la Iglesia que no defienda ante todo los intereses de la Iglesia, tanto de El Vaticano como de la Iglesia como institución.
 
El tiempo del cesaropapismo debe terminar. Escuchar a estos prelados reírse de las víctimas, como si se tratara de ser hincha de un partido de fútbol, no conduce más que a considerar a la Iglesia como un ente arbitrario y ajeno a la realidad y al dolor de la sociedad.

domingo, 12 de enero de 2014

Vocación

No debemos menospreciar trabajos por el mero hecho de no ser agradables o no estar lo suficientemente bien remunerados. A veces estos trabajos son más gratificantes que un trabajo muy bien remunerado o que otorguen una posición social muy elevada.
 
La vocación es quizá la parte más importante para disponer de un buen empleo. Llamaremos buen empleo a aquel que permitirá un correcto desarrollo psíquico y físico del trabajador.
 
Se dice que prácticamente toda la población trabaja donde puede y no donde quiere. Obviamente no hay más que un puesto de presidente de la compañía o de Jefe de Estado, pero tampoco necesariamente se ha de desear eso. Pensando en que estuviéramos en la escala más baja de nuestra empresa, el trabajo es mucho más gratificante si realmente se desea hacer o se obtiene un plus de interés. De hecho, se podría afirmar que hay muchas posibilidades de promoción en las empresas cuando realmente se está a gusto. Es la predisposición del ánimo la que hace que uno sea capaz de desarrollarse, la predisposición de que a uno le gusta hacer lo que hace.
 
Desgraciadamente, como decíamos anteriormente, existe una amplia cantidad de trabajadores que está en su puesto de trabajo sólo por conservar un sueldo o una escala social. Incluso los hay que están simplemente para evitar habladurías. No pueden pretender ser felices aquellos que trabajan por dinero simplemente.
 
Cuando hablamos de vocación normalmente nos viene la mente a sacerdotes, médicos o maestros. Pero normalmente nadie habla de vocación como secretario, administrativo, funcionario o basurero.
 
La pregunta es simple, ¿por qué no? ¿Por qué no puede ser la profesión de basurero o de agricultor vocacional? En esencia podemos decir que es una simple estupidez social. Resulta que a ciertas capas sociales se les antoja indigno ser el que mantenga limpia la ciudad.
 
No trato de hacer demagogia. Lo que trato de analizar es por qué en un mundo que se dice democrático y sin lucha de clases, todo aquél que se distingue o que pretende hacer una vida más plena es considerado loco o indigno. Entonces, se convierte este asunto en una cosa contraria: no es que el trabajo sea indigno, sino que los indignos son quienes cogen estos trabajos.
 
Es curioso que nadie pueda entender que haya amas de casa por vocación o prostitutas por vocación. Esto se antoja cínico o machista. Pero vuelvo a insistir, ¿por qué? Pienso que esto es un problema de base, de conceptos. No por ser alguien como nosotros o por desear algo diferente a nosotros lo convierte en indigno. Lo indigno es que ese deseo sea ofensivo o repugnante.
 
Por el momento no habrá una respuesta social seria a las vocaciones en general si no se toman estas como un gusto más que como un capricho poco práctico.