En los tiempos que corren, de paro y crisis, hay una falta de oportunidades generalizadas para todos los trabajadores, en especial para la gente joven. La situación puede ser particularmente insostenible si la formación académica o profesional del joven está relacionada con sectores sensiblemente afectados. Esta situación acarrea, como digo, desempleo juvenil, falta de oportunidades y por tanto dependencia del joven, ya sea de sus padres o sus amigos más íntimos.
Qué duda cabe que son los familiares los que más se implican en ayudar a sacar adelante a estos desempleados, muchos de ellos de larga duración. Es aquí donde la figura de los padres y amigos íntimos son fundamentales para la búsqueda de contactos, independientemente si el chico vale o no para el trabajo. Se trata de trabajar. Si el chico es inteligente, saldrá adelante. Si no, perderá el trabajo.
Este caso no es un caso hipotético o un caso extraño. Cada vez son más los jóvenes altamente cualificados que son empleados en las empresas de los progenitores como albañiles, carpinteros o estibadores. Sus padres son trabajadores veteranos, conocen al capataz, y les pueden plantear una posibilidad. También existe el caso contrario: jóvenes que no están muy preparados y que la única solución es trabajar en el negocio del padre (un bar, una ferretería, etc.) o bien trabajar en la misma empresa donde el padre está trabajando (como albañil, operario, etc.).
Esta situación es, a priori, necesaria. Existe una necesidad. El joven no encuentra trabajo y es necesario encontrar un hueco en el mercado laboral. Existe sin embargo una visión contrapuesta: la del joven desahogado que, sin ningún esfuerzo, sin tener siquiera el título o la experiencia necesaria entra como mano derecha en la gerencia de la empresa o como líder de una organización o empresa de nueva creación.
El problema es que, en ambos casos, los progenitores dirán de sus criaturas que están buscándole un futuro profesional, es más, hasta diríamos que un futuro vital. No es que no sea cierto, pero este principio sólo puede conllevar, como ocurre en los matrimonios endogámicos, a la degeneración de la actividad laboral. Casarse con una prima porque no hay más mujeres en 500 km a la redonda no equivale a casarse con una prima porque es una persona de confianza a la que conozco de toda la vida. En ambos casos, el matrimonio está justificado. Nadie debería decir, aunque haya muchos que lo hagan, que el primer caso tiene más justificación que el otro. De la misma manera, el padre que quiere emplear al hijo estudioso que no encuentra empleo está favoreciendo a su hijo en detrimento de extraños, que quizá tenga más derecho que su propio hijo al puesto. Qué duda cabe que el segundo caso es todavía más claro.
Por tanto, en ambos casos, el "delito" es el mismo. Se está favoreciendo indiscriminadamente la entrada de un individuo en una empresa. Esto, si cabe, no es problemático cuando ocurre una vez. Es el mismo caso que el de la prima: un único matrimonio, en ambos casos, no provocará problemas. El problema viene cuando de manera indiscriminada, en las empresas, sobre todo en las empresas grandes, se introducen a los hijos de los empleados como los primeros para asignarles el puesto de trabajo.
Esta situación sólo acarrea dos problemas y ninguna ventaja. Digo que ninguna ventaja porque el hijo no necesariamente tiene que ser tan bueno como el padre y porque el hijo no tiene por qué tener la misma condición laboral que el padre (imaginemos un ingeniero recogiendo naranjas en el campo). Los problemas que acarrea son más notables: la falta de eficiencia en la empresa y la consiguiente pérdida de competitividad económica.
Más grave aún es el caso de que sea la empresa familiar. Es bien sabido que cuando un negocio se hereda de padres a hijos, normalmente son los nietos los que destruyen todo, por la sencilla razón de que si bien el abuelo lo funda, el hijo lo puede hacer crecer o lo puede destruir, pero el nieto, por lo general, hijo desahogado el segundo, no conoce el valor del esfuerzo, por tanto derrocha y finalmente destroza todo lo realizado por el esfuerzo anterior.
La situación, actualmente, es más grave que en ningún otro momento de la Historia. El problema es que la única manera de valorar al individuo se ha convertido en la valoración no de sus cualidades o conocimientos, sino en el valor de sus títulos. ¿Pero qué ocurre cuando los títulos son comprados o cuando los títulos se han aprobado sin ningún tipo de esfuerzo (caso de los cursos másters, por lo general, asistencias a clase en las que incluso un borracho sería capaz de conseguir el título si se logra mantener despierto en clase)? La cultura del esfuerzo no es premiada.
Sólo en los países asiáticos (China, Japón, Singapur, Corea...) parece que se mantiene esa cultura del esfuerzo y que un joven, si es realmente bueno, puede llegar a ser un triunfador. Incluso en los EE.UU. la cultura del esfuerzo ha sido desplazada por la cultura de la especulación en la que trabajando poco se haga uno rico (casos de Facebook, por ejemplo, donde a todos consta que el propio Mark Zuckerberg nunca se caracterizó por ser el "lumbreras" de la facultad).
El caso es que estamos en la eterna tesitura de los mamíferos: salvaguardar a la cría. Pero esta situación puede poner, sin darnos cuenta, en peligro a la especie.
Qué duda cabe que son los familiares los que más se implican en ayudar a sacar adelante a estos desempleados, muchos de ellos de larga duración. Es aquí donde la figura de los padres y amigos íntimos son fundamentales para la búsqueda de contactos, independientemente si el chico vale o no para el trabajo. Se trata de trabajar. Si el chico es inteligente, saldrá adelante. Si no, perderá el trabajo.
Este caso no es un caso hipotético o un caso extraño. Cada vez son más los jóvenes altamente cualificados que son empleados en las empresas de los progenitores como albañiles, carpinteros o estibadores. Sus padres son trabajadores veteranos, conocen al capataz, y les pueden plantear una posibilidad. También existe el caso contrario: jóvenes que no están muy preparados y que la única solución es trabajar en el negocio del padre (un bar, una ferretería, etc.) o bien trabajar en la misma empresa donde el padre está trabajando (como albañil, operario, etc.).
Esta situación es, a priori, necesaria. Existe una necesidad. El joven no encuentra trabajo y es necesario encontrar un hueco en el mercado laboral. Existe sin embargo una visión contrapuesta: la del joven desahogado que, sin ningún esfuerzo, sin tener siquiera el título o la experiencia necesaria entra como mano derecha en la gerencia de la empresa o como líder de una organización o empresa de nueva creación.
El problema es que, en ambos casos, los progenitores dirán de sus criaturas que están buscándole un futuro profesional, es más, hasta diríamos que un futuro vital. No es que no sea cierto, pero este principio sólo puede conllevar, como ocurre en los matrimonios endogámicos, a la degeneración de la actividad laboral. Casarse con una prima porque no hay más mujeres en 500 km a la redonda no equivale a casarse con una prima porque es una persona de confianza a la que conozco de toda la vida. En ambos casos, el matrimonio está justificado. Nadie debería decir, aunque haya muchos que lo hagan, que el primer caso tiene más justificación que el otro. De la misma manera, el padre que quiere emplear al hijo estudioso que no encuentra empleo está favoreciendo a su hijo en detrimento de extraños, que quizá tenga más derecho que su propio hijo al puesto. Qué duda cabe que el segundo caso es todavía más claro.
Por tanto, en ambos casos, el "delito" es el mismo. Se está favoreciendo indiscriminadamente la entrada de un individuo en una empresa. Esto, si cabe, no es problemático cuando ocurre una vez. Es el mismo caso que el de la prima: un único matrimonio, en ambos casos, no provocará problemas. El problema viene cuando de manera indiscriminada, en las empresas, sobre todo en las empresas grandes, se introducen a los hijos de los empleados como los primeros para asignarles el puesto de trabajo.
Esta situación sólo acarrea dos problemas y ninguna ventaja. Digo que ninguna ventaja porque el hijo no necesariamente tiene que ser tan bueno como el padre y porque el hijo no tiene por qué tener la misma condición laboral que el padre (imaginemos un ingeniero recogiendo naranjas en el campo). Los problemas que acarrea son más notables: la falta de eficiencia en la empresa y la consiguiente pérdida de competitividad económica.
Más grave aún es el caso de que sea la empresa familiar. Es bien sabido que cuando un negocio se hereda de padres a hijos, normalmente son los nietos los que destruyen todo, por la sencilla razón de que si bien el abuelo lo funda, el hijo lo puede hacer crecer o lo puede destruir, pero el nieto, por lo general, hijo desahogado el segundo, no conoce el valor del esfuerzo, por tanto derrocha y finalmente destroza todo lo realizado por el esfuerzo anterior.
La situación, actualmente, es más grave que en ningún otro momento de la Historia. El problema es que la única manera de valorar al individuo se ha convertido en la valoración no de sus cualidades o conocimientos, sino en el valor de sus títulos. ¿Pero qué ocurre cuando los títulos son comprados o cuando los títulos se han aprobado sin ningún tipo de esfuerzo (caso de los cursos másters, por lo general, asistencias a clase en las que incluso un borracho sería capaz de conseguir el título si se logra mantener despierto en clase)? La cultura del esfuerzo no es premiada.
Sólo en los países asiáticos (China, Japón, Singapur, Corea...) parece que se mantiene esa cultura del esfuerzo y que un joven, si es realmente bueno, puede llegar a ser un triunfador. Incluso en los EE.UU. la cultura del esfuerzo ha sido desplazada por la cultura de la especulación en la que trabajando poco se haga uno rico (casos de Facebook, por ejemplo, donde a todos consta que el propio Mark Zuckerberg nunca se caracterizó por ser el "lumbreras" de la facultad).
El caso es que estamos en la eterna tesitura de los mamíferos: salvaguardar a la cría. Pero esta situación puede poner, sin darnos cuenta, en peligro a la especie.
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