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lunes, 28 de abril de 2014

La valla de Melilla y el descontento de los simios

No hay más que mirar un poco los periódicos para poder entender que estamos muy cerca de un cambio de los tiempos. No pretendo ser catastrofista. No tiene por qué ser el fin de los tiempos, pero sí un cambio radical en el concepto de mundo occidentalizado o desarrollado.
 
En el Norte de África, en la Ciudad Autónoma de Melilla, de soberanía española, y su hermana, la Ciudad Autónoma de Ceuta, está ocurriendo algo impropio del siglo XXI: la acometida violenta de hordas de inmigrantes africanos, provenientes casi todos de países más allá del Sáhara. Se estima que más de 30.000 inmigrantes esperan actualmente su entrada en Melilla y que esta cifra es pequeña en comparación a la cifra de personas que intentan entrar en Marruecos anualmente, cifra que se estima entre 10 y 100 veces superior. Posteriormente, esperan en territorio marroquí, en campamentos, a su entrada por la frontera.
 
No me gustan las comparaciones catastrofistas, pero una vez más podemos ver el símil entre el Imperio Romano y la Unión Europea. Podemos ver como hordas de bárbaros intentaban entrar en las fronteras del imperio sin que los soldados romanos pudieran hacerles frente. Actualmente, de hecho, las imágenes han mostrado a policías españoles tratando de aplacar la invasión de la frontera por parte de estos inmigrantes con únicamente sus manos y su discurso psicológico. Algo tremendamente patético.
 
Las invasiones germánicas fueron en su momento una circunstancia de la dejadez romana, en la que se entendía que el pan y el circo, o dicho de otra manera, el estado de bienestar, eran imposibles de acabar en una sociedad desarrollada y pacificada como la romana. Algo similar ocurre en la Europa del siglo XXI, donde una amplia mayoría de la población vive aburguesada, sin más alicientes en la vida que llegar a fin de mes, tener un bonito coche y salir de fiesta y vacaciones. Y todo eso, por supuesto, aderezado con un poquito de fútbol. Nadie se plantea que frenar a estos inmigrantes ha de ser, ante todo, una prioridad para las sociedades desarrolladas, como son EE.UU. y Europa, fundamentalmente.
 
En cualquier cultura, la entrada de bárbaros es siempre algo malo. Demuestra dos cosas: la incapacidad militar y política del estado que los acoge y la tensión interna que supone para la población que los acoge. El choque cultural nunca es bueno. Si hay algo por encima de todo que es motivo de rechazo en las sociedades son los comportamientos apartados de la normalidad. La cultura y la tradición reúne al pueblo. La transgresión cultural, la fusión y tantas otras tendencias sólo agreden la particularidad de la cultura huésped.
 
La única manera de llegar a una auténtica paz, tanto económica como bélica, consiste en culturizar. Y esa cultura no puede ser una cultura unitaria ni una cultura ecuménica, en la que todas las tendencias tengan cabida. Esto es un sinsentido y es lo que hoy impera en el mundo occidental. Entre tanto, las culturas más estables, como es fundamentalmente la musulmana, aunque también la judía, la china o la india, aunque puedan tener unos métodos poco ortodoxos desde el punto de vista occidental, han demostrado con facilidad que poco a poco han ido superando a Occidente en riqueza, cultura e incluso en ciencia. Hoy nadie duda que las ciudades más impresionantes están en estos países y que las viejas urbes como Londres, París o Nueva York se están quedando en míseros museos céntricos rodeados de miles de barrios pobres atestados de inmigrantes.
 
Ya lo sabían los reyes de la Edad Media, tanto cristianos como musulmanes: no es posible un Estado estable en la que todos sus ciudadanos tengan una cultura similar.
 
A todo esto hay que añadir una noticia que también llamaba mucho la atención: un zoológico de Alemania era increpado por activistas por la defensa de los grandes simios por un espectáculo en el que vestían a los monos como persona y les hacían bailar y hacer otras payasadas. Lo triste aquí, según estos activistas, era que se menospreciaba al mono, se hacía burla de él y que además éstos sufrían de estrés.
 
Déjenme decirles una cosa, imbéciles. Ustedes ponen en el mismo rasero al chimpancé que al ser humano, es más ha comparado a un retrasado mental con un chimpancé, usando los mismos argumentos que se usaría con éstos para hacerles justicia ante cualquier acoso o discriminación, lo cual me parece, en cualquier caso, mucho más denigrante que el juego circense que se hacía con el mono. Pero vayamos algo más lejos en estas afirmaciones. Lo que sí me parece totalmente denigrante y miserable es comparar a seres humanos, en general, con monos y otorgarles a todos los mismos derechos por el simple hecho de estar vivos.
 
No, señores; no, desgraciados. No hemos evolucionado millones de años para que algunos de ustedes se empeñen en quitarnos lo que tenemos de humano, que es mucho y bueno. Desgraciadamente, en defensa de los animales o incluso en defensa de los discapacitados, muchos seres humanos considerados "normales" o "no discapacitados" están en una vida miserable para que monos o discapacitados tengan una vida que en muchos casos ni siquiera disfrutan.
 
Espero que mis palabras no se malinterpreten. Por supuesto que las personas discapacitadas, tanto física como mentalmente, tienen derecho a desarrollarse como personas. Pero esta sociedad "social" nos ha marcado unas pautas insostenibles. Esto se puede trasladar a los ancianos o incluso a las personas que viven con un subsidio. Nos creemos que el "Estado de bienestar" es mejor que todo lo conocido con anterioridad. Y quizá lo fuera en un mundo ideal o en un mundo con riquezas ilimitadas. Pero lo cierto es que cada vez hay más población en el mundo y que si la selección natural (sí, esa que mataba a los menos aptos) no funciona, entonces estamos en un serio problema, ya que los recursos son limitados. No hay espacio para todos, no hay trabajo para todos y no hay recursos para todos. ¿Qué hacer entonces? Pues lo que los socialistas quieren y de hecho han conseguido: empobrecimiento general a costa de que los menos aptos sobrevivan.
 
Sí, quizá esa sea la solución a todos los problemas. Pero lo que sí puedo demostrar, con lógica, con argumentos y con matemáticas, es que no es la óptima.