Translate

lunes, 14 de octubre de 2013

La vuelta a casa

Llevaba más de dos meses sin escribir. No había razones por las que escribir, eso era todo. Las noticias, la crisis económica mundial, la guerra de Siria y las matanzas en EE.UU. contribuyeron a no tener una visión clara del mundo. A su vez, parece que los temas científicos no tienen demasiada cabida entre nuestro público y no se me ocurría con qué nueva historia de ciencia sorprenderlos.
 
Tampoco hay una razón real para escribir hoy, pero como si se tratara de escritura automática, lo cierto es que el espíritu me pedía volver a esta mi casa, esta la casa de todos ustedes, a debatir, a enjuiciar, a entender la realidad.
 
No parece que en estos momentos haya algo parecido a un Mesías capaz de solucionar los problemas del mundo, aglutinando tendencias sociales, económicas y jurídicas. Pero esto, desgraciadamente, no va a pasar, ya sea porque Dios no lo quiere o ya sea porque los hombres no lo quieren.
 
Para un amante de la Historia, como es uno, el mundo occidental se parece cada vez más al Imperio Romano. Miro a mi alrededor y me dispongo a contemplar la crisis del siglo III. El mundo ha cambiado mucho, sí, pero tecnológicamente. Socialmente, económicamente, culturalmente... no hemos avanzado desde el neolítico. Podemos decir que la sociedad es más igualitaria, pero el ser humano es un ser jerárquico. Podemos decir que ahora existen muchas líneas económicas diferentes, pero todo se puede comprimir en el uso del dinero para el intercambio de bienes. Podemos hablar de que hay muchas corrientes culturales, pero lo cierto es que el mundo occidental sigue teniendo a Grecia y Roma como pilares de belleza.

Como digo, me siento cada vez más en un Superimperio Romano, es decir, un sistema de países occidentales, con políticas más o menos comunes que no se percatan de los auténticos problemas de sus ciudadanos.

Yo ya no echo la culpa a los políticos. No, no se puede echar a los políticos, al menos no totalmente. Es la conciencia social la culpable. Nos hemos abocado tanto en el sentimentalismo, la pena, la compasión, que hemos abandonado el egoísmo. He de hacer la aclaración de que no es lo mismo tener prácticas egoístas que ser egoísta o favorecer el egoísmo. El egoísmo es el culto al yo, a la individualidad, a la supervivencia. Esto implica ciertas prácticas egoístas que, cierto es, no siempre son morales, éticas o aceptables. Pero otras prácticas egoístas son muy notables, loables e incluso recomendables para aquellos que son más altruistas. La concentración, la reflexión, el honor, la dignidad... son también prácticas egoístas, que sin embargo son éticas y notables.

El problema es que hemos intentado enfrentar al egoísmo frente al bien y esto es inaceptable. El egoísmo no es necesariamente algo malo, como hemos dicho. El egoísmo es una postura de dignificación del yo. ¿Podría ser también el egoísmo una postura de deificación del yo? Sí, también, pero eso conlleva un aspecto enfermizo, de locura. Aquél que pretender ser un Dios vivo o incluso un vicario de Dios no es más que un loco, sea egoísta o sea altruista, me es indiferente.

Todo este discurso me lleva a lo que explicaba al principio. Durante al Crisis del siglo III, los ciudadanos de Roma estaban completamente perdidos, empobrecidos y además, Roma era incapaz de acabar con aquel sistema de clientelismo existente, es decir, un sistema por el cual los ciudadanos más ricos e influyentes tenían una serie de protegidos a los cuales les daban dinero o les proporcionaban los contactos influentes necesarios para desarrollar su vida. Esto es muy parecido a lo que ocurre ahora con los partidos políticos. Insisto en que no es solamente estar vinculado a un partido o señor, sino depender completamente del mismo. En este sentido, el Imperio Romano era muy distinto a la Europa feudal, ya que mientras que en el primero lo que primaba era un sistema de clientela, en la segunda los súbitos estaban subyugados al señor, los súbditos no recibían regalos ni se les propiciaba ningún tipo de tráfico de influencias. El feudalismo o la relación feudal es una relación propia de épocas pobres, mientras que el clientelismo es propio de épocas florecientes.

En esencia, ambos sistemas tienen sus inconvenientes, pero sus diferencias fundamentales son, principalmente, la degeneración moral y laboral del primero frente al sufrimiento y rigidez del segundo. Insistimos en que ambos sistemas son imperfectos, pero como demostró la Historia en muchas ocasiones, el primero da lugar al segundo y el segundo al primero. Por tanto, si el sistema pobre da lugar al rico, éste debe ser más perfecto que el sistema que degenera en el sistema pobre.

Lo que yo veo en esta época, que me recuerda a la romana es la degeneración moral y religiosa: el mismo sistema sexual, con liberación sexual de la mujer, que desembocó incluso en la conversión literal del palacio imperial en un lupanar; la ruptura de la creencia oficial del imperio, el culto al emperador, por nuevas creencias heréticas, como era el cristianismo (en este sentido, hoy tenemos frente a la religión oficial de occidente, el cristianismo, un conjunto de creencias tan dispares que incluirían hasta el satanismo o el culto al mal); el mismo sistema económico de clientelismo, en el que se impide el avance social de los individuos a través del mérito si no es a través de algún amigo o conocido que tenga vínculos en las grandes esferas sociales; el mismo sistema de "pan y circo", en el que a cualquiera se le facilita medicinas, dinero o comida por el simple hecho de existir, sin contribuir con su trabajo al mantenimiento del sistema y estableciendo actividades tan poco útiles socialmente, como son el deporte, el cine o el teatro como objeto de adoración, frente a actividades tan socialmente importantes como la medicina o la enseñanza.

Esto acabará y lo peor es que acabará mal, porque los que vienen por detrás son aún peores que los que estamos hoy. Por eso yo insisto en que la reconversión existencial de occidente debe ser un hecho obligado y no simplemente una meta que alcanzar. Esta reconversión, por desgracia, habrá que hacerla violentamente y eso debería ser realizado con quien puede hacer una violencia terapéutica, es decir, el Estado. Si no es así, la violencia también vendrá, pero esta vez en forma de violencia dañina, violencia mala, violencia mórbida. Amanecer Dorado es un claro ejemplo de esta reforma violenta y dañina. Ellos dicen ser herederos del "nazismo" (esde nazismo bueno del que aquí siempre hemos hablados, ese nazismo hitleriano), pero se confunden. Los asesinatos, la violencia extrema callejera... esa no fue la manera de Hitler. Los famosos crímenes y campos de concentración estaban bastante alejados de las ciudades, mientras que aquí estamos hablando de que a plena luz del día grupos de energúmenos asaltan una reunión y pegan una paliza a otro grupo de personas desarmadas. Esto no es de ninguna de las maneras defensa de la libertad y de occidente.

La violencia buena siempre parte de la autoridad. Históricamente sólo aquellos que no han tenido autoridad real en sus pueblos han sido los que han usado la violencia brutal. En cambio, hasta nuestros cariñosos padres han usado la violencia en alguna ocasión desde su autoridad, ya sea física o verbal. Y sin embargo qué diferencia. La autoridad del padre es incuestionable. ¿Pero y la del Estado?

Aquí dejo esta reflexión. Encantado de volver a escribirles a todos ustedes.

Saludos.